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Carlos Chagas y Salvador Mazza
Carlos Chagas y Salvador Mazza
Carlos Chagas y Salvador Mazza
Contaba ayer de cuánto debería asombrarnos saber tanto sobre la peste que nos maltrata en tan poco tiempo, esto un poco desde una inevitable ignorancia, pues cómo saber del todo la historia íntima de las tantas dolencias que acosan a los seres humanos.

Tuvimos sin embargo muy cerca nuestro, un caso que vale la pena recordar. Ocurrió en Brasil, que siempre llamamos país hermano y a principios de 1900. Esa tierra estaba entonces sufriendo con la malaria, y el director de un Instituto Seroterápico de Río de Janeiro Dr. O. Cruz, envió a un joven médico a estudiar lo que estaba ocurriendo en una pequeña localidad de Minas Gerais, donde debieron suspenderse las obras de traza de un ferrocarril, por la cantidad de obreros víctima del paludismo. El enviado fue el Dr. Carlos Chagas, que al llegar roció las modestas viviendas con piretro, insecticida natural que se extrae de ciertos crisantemos, y que puede aplicarse en ambientes domésticos, en el ganado y en los jardines.

No sé si los obreros mejoraron y la vía férrea pudo avanzar, lo importante fueron varias cosas que le llamaron la atención: muchos enfermos del corazón, niños con fiebre prolongada, tiroides grandes, muertes súbitas. En los cuartos en que vivían los ingenieros conoce un bicho que a la noche molesta el sueño de los trabajadores y los encuentra a montones en los ranchos de cañas, pajas y barro de los obreros, conocido como “barbeiro” o “chupanca”. Busca en sus intestinos y encuentra en ellos un parásito flagelado (una célula de la que sale un pequeño látigo: el flagelo), que identifica como un tripanosoma (porque se mueven como un tirabuzón). Chagas pensó: al picar ¿causará una enfermedad? ¿Cuál será ésta? Imagino que la frente de Chagas estaba húmeda y no solo por el calor. Diablos, allí había un enigma, algo que descubrir, quizá algo para hacer bien.

En menos de un año, publica un nuevo trabajo: “Nueva Tripanosomiasis humana”, donde describe su ubicación dentro del reino animal (taxonomía), su ciclo vital, el vector: el “barbeito” o “barbero” (nada menos que nuestra vinchuca), los métodos de cultivo y describe tres pacientes con las formas agudas de la enfermedad. Un trabajo de 59 páginas a dos columnas, una en portugués y la otra en alemán, el idioma madre de los parasitólogos en aquella época. En estudios ulteriores llamó al parásito “Trypanosoma cruzi”, en honor a O. Cruz, su maestro, y lo continuó estudiando en cultivos, en la inoculación en animales silvestres, en la sangre de niños recientemente infectados. Creo que el resto de su vida lo pasó dedicado a este parásito y la enfermedad que provocaba, hasta que sufrió una muerte súbita a los 55 años de edad (1934). Fue propuesto para el Premio Nobel de la Medicina en dos ocasiones, pero no le fue entregado por oposición de los médicos brasileños. Los colegas suelen ser difíciles.

En nuestro país, el Dr. Salvador Mazza (1886-1946) dedicó su vida al estudio de esta enfermedad en el noreste argentino. Estudió numerosos casos de formas agudas de la enfermedad y detectó en autopsias los focos de inflamación en el músculo cardiaco, que ocasiona una de las complicaciones más temibles. No menos importante fue la forma como señaló la importancia del vector, la vinchuca y su hábitat en los ranchos de las poblaciones más pobres del país, desde Jujuy a Neuquén. Como el coronavirus que nos azota, la enfermedad de Chagas es una zoonosis: en el coronavirus el origen está en los murciélagos y en el caso del Chagas en los armadillos y otros animales silvestres (e incluso domésticos) que picados por la vinchuca, nos transmiten la enfermedad. Con la degradación de los espacios naturales cabe esperar nuevas zoonosis que afecten a la humanidad.

A partir de 1940 se fue ampliando el conocimiento de las distintas formas clínicas con la que se presenta esta enfermedad. Se sabe que la infección no se produce porque el insecto inyecta los parásitos, sino porque la vinchuca defeca al picar, y con el rascado se introducen por la piel lastimada. Después del período agudo, en el que puede pasar desapercibido o tener variadas manifestaciones, la enfermedad pasa a una fase latente que puede durar 30 años, después de lo cual pueden surgir las manifestaciones cardíacas o digestivas. El parásito ataca las fibras del sistema nervioso autónomo y el corazón, o el esófago o el intestino grueso aumentan su tamaño con fallas en su funcionamiento: son órganos desnervados. Surgen las arritmias cardíacas o un aneurisma en la punta del corazón y las dificultades digestivas.

Se estima en Latinoamérica 6 a 7 millones de infectados y que en la Argentina la padecen entre 1 y 3 millones de personas. En 2019 el ministro de Salud Pública, Dr. Rubinstein, reconoció que no poseemos estadísticas confiables. Lo que no extrañará a nadie. Pero siendo una enfermedad tan ligada a la pobreza, podemos imaginar lo que ocurre.

Creo que nadie describió tan bien la picadura de la vinchuca como Carlos Darwin cuando su estadía en Luján de Cuyo: “Durante la noche sufrí el ataque (no merece otra palabra) de una vinchuca, la gran chinche negra de las pampas. ¡Qué asco experimenta uno cuando nota que le recorre el cuerpo un insecto blando que tiene al menos una pulgada de largo! Antes de comenzar a chupar, el insecto es bastante plano, pero a medida que absorbe la sangre se hincha y se redondea y es ese estado en que resulta más fácil aplastarlo. Capturé una de esas chinches en Iquique y estaba completamente vacía. Colocada arriba de la mesa, rodeada de gente, si se le acerca un dedo, este audaz insecto se abalanza contra él, como a la carga y si se le permite, comienza a succionar. Su picadura no causa ningún dolor y es muy curioso comprobar cómo se va hinchando su cuerpo de sangre, en menos de diez minutos se convierte en una bola. Uno de los oficiales la mantuvo engordando durante cuatro meses, cada dos semanas la vinchuca se hallaba dispuesta a otra succión. “No sabemos el destino del dispuesto oficial”.

Alguien quiso ver una vinchuca en el insecto escondido en “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga. Hay un detalle que lo hace improbable. En el cuento, el bicho rechoncho de sangre, tenía las patas peludas, lo que agrega horror a una historia espantosa, pero las patas de la vinchuca no tienen, a simple vista, pelos. Pueden comprobarlo, ¿o mi visión ya es muy débil?
Fuente: El Entre Ríos

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