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Estaba tratando de acordarme de un verso con el que, cuando era chico, más que canturrear le gustaba juguetear a mi abuela, tan modosita ella; hoy no pude salir de aquello que “cada comarca en la tierra, tiene un rasgo prominente”…, y ni siquiera pude ubicar eso de un “sol ardiente” que se me presentó en la cabeza a continuación.

Y, como una cosa lleva a la otra, terminé preguntándome por los rasgos prominentes tanto de las ciudades, como también de los poblados de menor tamaño y dimensión, como el de los “parajes”, que a pesar de tener una denominación tan simpática, no sé si alguno sigue vivo, es decir que no se han vuelto apenas un montón de taperas. Dicho lo cual, debo reconocer que no visité nunca ningún paraje, aunque supe de ellos por referencias de mi abuelo que siempre me hablaba del Paraje La Calandria -¿no me van a decir que no es un nombre divino?-, que se ubicaba cerca de Federal, del que no tengo otra noticia que me permita afirmar que existe o ha existido alguna vez, porque soy totalmente consciente que con el paso de los años mi abuelo, que ya se fue, se había vuelto un poco fantaseador.

Y volviendo al rasgo prominente de las ciudades, pensándolo mucho, pero sobre todo bien que es cuando más me cuesta, llegué a la conclusión que de eso de los rasgos prominentes, salvo valiosísimas excepciones, es una cuestión de puro márquetin, como ahora se dice, y que para mí es una cosa de puro humo con la que engatusan, primero que nada, quienes tienen algo para vender. Así, en el caso de Pisa, la cosa es bien clara, ya que nadie puede aunque, más no sea en una foto, haber visto su torre inclinada, a la que han tenido que apelar a mucha ingeniería para evitar que se les llegue a caer.

Al momento de dar otro ejemplo, y sin salirme de Italia donde hay tantas ciudades con rasgos prominentes, se me presentó lo que podría haber sido una curiosidad. Porque según entiendo, en su caso los dos rasgos distintivos son el Coliseo y el conjunto Vaticano. Entonces, de no haber estado el Coliseo, el rasgo prominente de Roma sería un sitio que está en Roma pero que no es Roma, sino un Estado chiquitín y poderoso, según una cantinela pegajosa, que se me ha pegado a mí también.

Pero como les decía, lo que se hace pasar por rasgo prominente de una ciudad es, poco más o poco menos que una marca, puro humo, algo que solo sirve para darse importancia y darse a conocer.

En un tiempo estuvo de moda ser la capital de algo, ya sea de la mazamorra con yogur o del salamín. Hasta que ese enfoque se volvió peligroso y la crisis lo ha puesto en crisis, ya que ahora dicen que hay ciudades que le esquivan a ser la capital del citrus o del arroz.

No en balde, marquetineros que no tienen nada de chantas ahora buscan nombres neutros a la hora de proponer marcas con las que darle un apodo a una ciudad. Es por eso que me ha parecido fantástica la marca “ciudad jardín”. No solo que de esa forma se atrae visitantes sino que además se obliga a los vecinos a volverse amantes de los jardines.

No sé de nadie que se le haya ocurrido darle a una ciudad el nombre de “ciudad floral” que vendría a ser similar, aunque no igual, al de una ciudad jardín. Pero en cambio, ha surgido la idea de convertir a una que está no sé dónde, en “ciudad frutal”: ¿Cómo es eso? Arbolando sus calles con árboles frutales, como todavía puede verse en los cascos urbanos de viejas ciudades, calles arboladas con naranjos de fruta amarga, que me dicen que es la mejor si se trata de hacer dulce.

Fue en ese momento cuando me pregunté ¿cuándo habrá una ciudad en la que en la mayoría de los fondos de las casas haya un limonero, se trabaje una pequeña huerta, y en un canterito se cultiven especies aromáticas? Lo pensé de nuevo y me arrepentí de haberlo pensado la primera vez. Porque sumarse a un proyecto de este tipo, significa que todo el mundo se ponga a trabajar…
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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