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Si las miramos desde arriba, aprovechando la existencia de los drones que ahora tanto dan que hablar, nos imaginamos estar viendo algo parecido a una ameba. Ese protozoo de forma cambiante, unicelular él, y que se mueve gracias a los seudópodos -un símil de nuestras extremidades inferiores- que no solo le sirven para trasladarse, sino para capturar alimentos, ya que cuando se encuentran frente a ellos se convierten en bocas.

Es que es esa la forma informe, valga la expresión, de las ciudades -tal es el caso de Colón, de San José y de Villa Elisa- de nuestra comarca. En ellas se ve claramente lo que era originariamente el “núcleo histórico”, desbordado luego en edificaciones de todo tipo, que se las ve construir primero a ambos lados de las rutas, que de ellas parten o las atraviesan, a lo que sigue su crecimiento, más allá de esa “primera hilera”. Eso lo vemos en Colón desbordando el arroyo Artalaz y avanzado hacia la unión con San José a ambos lados de la ruta provincial 26; a la par de su crecimiento hacia el oeste esta vez sobre ruta internacional 135 desde el acceso principal a esta ciudad por esa vía, siguiendo la misma en dirección al puente internacional.

Lo que lleva a pensar -abrimos aquí un paréntesis- que se convertirá en visionario, a quien se le ocurrió levantar un “barrio descolgado”, casi en el medio de la nada lindado con el aeródromo municipal.

Con San José pasa lo mismo, cuando se lo ve avanzar por la prolongación de Avenida Mitre hacia casi tocar el arroyo Perucho Verna, para poco a poco confundirse con el “barrio de su puerto”, y por la Avenida Bastián irse “urbanizado hasta la autovía”.

Villa Elisa, la ciudad jardín -que también debieran ser Colón y San José, sin que ello signifique entrar en competencia- no es la excepción, y parece moverse hacia sus prestigiadas termas, convertidas en un verdadero foco de atracción.

Pero no hemos encarado esta larga descripción de lo ya sabido porque sí. Sino por cuanto hemos escuchado de un vecino, la oportunidad feliz -en realidad él habló de necesidad- de ponerle un nombre a ese sector urbanizado que sobre la ruta nacional 130 va desde el acceso hasta la entrada del camino vecinal a Pueblo Liebig, el que viene creciendo en forma explosiva y hasta cierto punto ser ya un barrio. Y asiste razón a nuestro vecino, porque mientras carezca de nombre, lo que se entiende por “barrio” es hasta cierto punto “un no lugar”, para utilizar una palabra acuñada por el antropólogo francés Augé. Es que si en el caso de las personas el darles un nombre ayuda a su identidad, en el caso de los barrios hace al sentido de pertenencia de los que en el mismo viven, que es hasta cierto punto lo mismo. En cuanto a cómo nombrarlo es cosa que no nos incumbe, y que quien tiene aptitud para inducirlo, sería bueno que hiciera una suerte de encuesta con los vecinos.

San José nos da ejemplos con nuevas urbanizaciones que llevan nombres que suenan a afectuosas remembranzas como “Loma Hermosa”, “San Miguel” o “Santa Teresita”, mientras que se da una oportunidad perdida en el caso del llamado anodinamente como “barrio de la proveeduría”, haciendo referencia, dicho sea de paso, a algo que ya hace mucho que no existe.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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