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Por un momento pensé en titular este borroneo de palabras, con el que trato de hacerles mirar la vida desde otro punto de vista más alto y amplio, buscando siempre hacerlo con una pizca de humor. Pero algunos que me quieren poco y nada, no lo llaman así, sino que hablan de mi ánimo sarcástico. Pasa lo mismo con lo que yo llamo “irse por la ramas”, algo que reconozco es más fuerte que yo y que a mí mismo me explico, diciéndome que me cuesta poner en pocas palabras todo lo que se me pasa por la cabeza. Y entonces es cuando me castigan, empleando palabras difíciles, diciendo algo que no entiendo muy bien, que soy “autoreferencial”.

¡Autoreferencial yo! Que me lo digan y yo lo esquivo. Lo que pasa es que con su mirada corta y miope, y la cabeza -ellos hablan de la “mente”- sino chica por lo menos hueca, no saben lo importante y provechoso que es poder llegar a mirar las cosas desde lo alto de un campanario.

Es por eso que hablo de “cabeza lavada” y no de “mente en blanco” como lo amerita la situación, si es que se me permite que “amerite” lo que digo, utilizando ese palabra que tan bien suena y que la escucho a diario en la boca de los que pretenden pasar por leguleyos, copiando un vocabulario que dicen se escucha en boca de los jueces, comúnmente para dar por cierto lo que en realidad no se “ha ameritado”.

Porque en realidad me pasan las dos cosas, mi cabeza llena de las sensaciones que el agua me provoca, como si la viera avanzar río afuera desde el campanario, y que como resultado de ello (mi cabeza) estuviera repasada por una de esas escobillas que se usan en las estaciones de servicio para limpiar los parabrisas de los autos. Falsas aunque explicables impresiones que me han lavado casi totalmente la cabeza, y por lo mismo han dejado mi mente en blanco.

Es por eso que por una vez dejo de lado lo que suena a un triste espiche, al dejar sonar el río, como dicen desde la radio que escucho a diario; prefiriendo, en cambio, casi sin atreverme darle a todos, no una monserga; sino un titubeante y casi inaudible pedido -que no es ni siquiera nada que ni remotamente se asemeje a un consejo-, ya que lo que digo es que lo mejor es no ver a nadie pasándose “facturas”, por lo menos hasta que las aguas bajen. Y cuando escribo esto no tengo en cuenta para nada la pena que me da que estén blandiendo el latiguillo de lo mal que estamos, en lo que más parece una manera retorcida de intentar apresar incautos.
Fuente: El Entre Rios (edición impresa)

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