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La importancia de los trabajos manuales intensivos
La importancia de los trabajos manuales intensivos
La importancia de los trabajos manuales intensivos
Se trata de una anécdota, que hemos narrado varias veces, pero que resulta adecuado repetirla en esta oportunidad. Estaba referida a un soldado gravemente herido, como consecuencia de la explosión de una granada, la que lo había virtualmente despanzurrado. El que fue llevado a la enfermería del regimiento, con la lógica premura para su atención. La que estuvo a cargo de un novel médico militar, quien ya colocado el soldado en la camilla, se limitó en sus primeros auxilios –desconocemos si hubo después otros- a colocar sobre la herida sangrante de aquél, gasas que absorbieran la sangre que salía de ella casi a borbotones, y a las que, cuando estaban totalmente saturadas, las arrojaba en un tacho, reclamando una y otra vez del enfermero que le prestaba algo que podríamos denominar ayuda, “gasas, más gasas”. Debemos confesar que no supimos cómo terminó la historia del herido; la que por otra parte es totalmente superflua para nuestro propósito de ocasión.

Es que ese “gasas, más gasas”, viene a guardar un nada lejano parecido con la situación actual en nuestro país, en la que se observa que frente a una situación dramática de desocupación, con índices en esa materia que no dejan mes a mes de aumentar, da la impresión que ante la incompetente impotencia de nuestros gobernantes de enfrentar el problema de una manera a la vez urgente y radical, carecen de “todo verdadero plan” en la materia, que vaya más allá de incrementar el número y monto de “planes” y subsidios para nuestros compatriotas sin trabajo y su grupo familiar.

Demás está indicar que no desconocemos la complejidad del problema. En el que se hacen presente, entre otros ingredientes, el hecho que el Estado está sino quebrado, al menos en una situación de virtual cesación de pagos, a lo que se agrega que una gran parte, cuya dimensión es difícil de cuantificar, de ese colectivo de personas desocupadas dan cuenta de la ominosa ausencia de una cultura del trabajo, a lo que se suma carecer de una formación básica que le permita llevar a cabo una tarea productiva.

De cualquier manera, debe considerarse positivo que entre los denominados movimientos sociales, a los que ya resulta familiar verlos movilizados piqueteando o cortando el tránsito de calles, avenidas y rutas, se los vea de una manera cada vez con más frecuencia, no ya en el reclamo de “planes”, sino “trabajo”, haciendo pública de diversa manera la consigna de que “queremos trabajar”.

Y que en ese sentido deba considerase también valiosa, la formación de “colectivos auto-convocados” con finalidades productivas, más allá de ciertas “desprolijidades” que se observan en algunos de ellos, y con las que de esa forma conspiran contra la consolidación de una alternativa que merece ser observada y atendida con seriedad.

La cuestión pasa entonces en que se puede “ofrecer trabajar” –una forma más correcta de señalar lo que habitualmente se conoce como “en qué” hacemos trabajar- a esa multitud de desocupados que carecen tanto de la cultura del trabajo como de una formación que les impida encarar tareas que representan más que una mínima dificultad su realización.

Y ante lo expuesto, lejos está nuestra intención, la metodología que se supone como aplicada en algunos estados de la unión americana, durante la cris de los años treinta del siglo pasado, según la cual se les pagaba un jornal a los desocupados incluidos en el plan para que abrieran pozos, a los que una vez concluidos, debían proceder a rellenar… Una manera de proceder que más allá de su intención, cabe considerarla como vejatoria para quien tiene que “trabajar” de esa manera.

En tanto, sin pretender presentarnos como teniendo autoridad alguna en la materia, cabe que se nos permita enunciar un presupuesto o premisa que suena a una obviedad. Es que a lo que se debe prestar atención es a proyectos que exijan un trabajo manual intensivo con un mínimo de inversión, pero que se traduzca en realizaciones que resulten de provecho para la comunidad.

Así de simple. Y también así de difícil.

Y es dentro de ese contexto, que habría que dar lugar para exponer algo que hemos escuchado proponer, cuales son los esbozos de un programa de “servicio civil obligatorio”, en el que se harían presentes algunos de los rasgos del desaparecido, y seguramente desconocido por las nuevas generaciones, “servicio militar” –la “conscripción” que había “que hacer”- que permitiría asistir a la convergencia en una tarea común y beneficiosa para la sociedad, de jóvenes de todos las condiciones sociales y culturales, como una manera de contribuir a construir esa cohesión social, cuya endeblez –por no decir su ausencia- es uno de los más graves problemas de nuestra sociedad. Y en la que en su momento tanto la concurrencia a la escuela pública como ese servicio militar obligatorio, se constituyeron en ese aspecto, como una contribución no siempre percibida, y mucho menos aún apreciada.

Claro está que los autores de esa propuesta, no han de saber el espanto que en muchos provocaría el solo escuchar hablar de unas “vacaciones útiles” de este tipo…

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