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Con “¿qué día es hoy?”, se despachó mi tío cuando llegó a mi casa ayer, cayendo la tarde. Estaba sentado cómodamente en el suelo, descalzo y tratando de encontrar una nube en un cielo en el que solo se veía una luna recortada mientras se ponía ese sol radiante aunque ya fugitivo, de uno de esos días de primavera que dan envidia.

Lo miré, y pensando que estaba tomándome el pelo, le respondí diciendo que era un lunes de un mal llamado fin de semana “largo”, porque en realidad lo que correspondía, siendo ayer lunes, era hablar de un fin de semana “extendido” al primer día de la nueva semana.

También él me miró y volvió a preguntarme y, sin esperar mi respuesta, continuó diciendo, en una larga perorata, que ese lunes se celebraba el Día de la Soberanía, cosa que a decir verdad, si alguna vez lo supe ya lo había olvidado.

Fue cuando me habló de la Batalla de la Vuelta de Obligado, que se abrió mi cabeza y aparecieron sino claras las cosas, por lo menos preciso el relato.

Recordé así que el 20 de noviembre de 1845 se produjo un enfrentamiento entre tropas porteñas y la flota anglo francesa, donde el Paraná hace un codo que lo angosta y, en ese lugar, que está cerca de San Pedro, esas tropas porteñas habían colocado una gruesa cadena para retrasar el paso de los barcos extranjeros, mientras se los atacaba desde las barrancas de la costa derecha del río con fuego de artillería.

Memorioso como soy, en seguida me vinieron también a la cabeza las palabras que al finalizar el relato nos dijo la maestra, dado que me quedaron grabadas precisamente porque no me convencieron del todo ya que recuerdo que nos dijo palabras más, palabras menos, que a pesar de la derrota, la heroica resistencia se convirtió en “un hecho emblemático para el nacionalismo argentino”.

Después de lo cual, los dos quedamos callados y en silencio, contemplando el suelo aunque de a ratos nos mirábamos de reojo. Mientras yo pensaba, ¿por qué será eso de tener tanto empeño en conmemorar nuestras derrotas? Sobre todo que todo hace suponer que hacerlo no nos sirve para nada, ya que no lo tenemos en cuenta como una experiencia, de esas que son útiles porque se sabe aprovecharlas. Sobre todo en nuestro caso que nos cansamos de reconocer en forma masoquista, ser los únicos que parecemos acostumbrados a tropezar una y otra vez con la misma piedra…

Luego de lo cual, me pregunté cuántos de los que iban y venían aprovechado el fin de semana “extendido”, como yo lo denominé o “absurdamente prolongado” si lo prefieren, sabían de la explicación que ese “alargue” lo tenemos gracias a las asociaciones de hoteleros, restoranes y afines y del Congreso de la Nación, que con el beneplácito del Poder Ejecutivo nos fuera concedido graciosamente y para satisfacción de todos.

Porque las derrotas parecen ser menores cuando sirven de pretexto para hacer fiaca, sobre todo cuando se nos permite hacerlo ignorando si es o no importante su existencia.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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