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En esta época dura, siempre es bueno recurrir a consejos, que a veces son consuelos. Siempre me gustó el comienzo del segundo libro de "Meditaciones" de Marco Aurelio, sobre todo si aplicamos mucho de ellas a las noticias de los diarios.

Dice este inicio así: "Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y los males. Pero yo, que he observado que la naturaleza del bien es lo bello, y la del mal es lo vergonzoso, y que la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía, que participa no de la misma sangre o de la misma semilla, sino de la inteligencia y de una porción de la divinidad, no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza; ni puedo enfadarme con mi pariente ni odiarlo. Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros, es contrario a la naturaleza, y es actuar como adversario el hecho de mostrar indignación y repulsa".

¿Acaso las noticias no nos van mostrando sucesivamente al envidioso, al mentiroso, al insolente...? ¿Cómo no indignarse?

Y sin embargo, Marco Aurelio (121-180) tiene razón. El emperador fue un estoico, y de los más célebres. Miembro de esa escuela filosófica que se había originado en Grecia 300 años atrás, llamada el estoicismo, que tenía un particular acento en la ética: aceptar el momento presente, evitar la seducción del placer o el miedo al dolor, emplear la mente intentando entender el mundo y el universo, tratar al prójimo con justicia y saber que la virtud es el único bien.

Sin duda, mucho en común con el cristianismo, con el cual compartía su concepto del matrimonio, no así la idea del Universo y la de Dios. San Pablo los había conocido.

Otro estoico fue Lucio Séneca (4AC-65DC), maestro de esa filosofía, que cuando muy jóvenes conocimos en la novela "Quo Vadis", como consejero del temible Nerón. Tres veces fue condenado a muerte, la última lo logró. ¿Se acuerdan que se abrió las venas en un baño tibio para desangrarse lentamente? Entre lo mucho que dejó escrito, hay una serie de consejos sobre la desdicha y las desgracias: Hasta la desgracia se cansa. Desdichado es el que por tal se tiene. La desdicha imprevista es la que hiere más fuerte. Ligera es la desgracia que puede superarse, y la que no, breve.

No hay desgracia a la que falte remedio. No sirven de nada las desgracias a aquellos que nada aprenden de ellas. El tiempo hace a las desgracias llevaderas. Para las mayores desgracias, guarda la fortuna a quienes favorece.

Algo podemos pensar sobre estas reflexiones, para los tiempos duros que vivimos, con el triste presentimiento que nos aguardan aún peores. Recientemente un filósofo de Oxford, Toby Ord, presentó un libro titulado "El precipicio", en que advierte sobre las posibilidades del posible colapso de nuestra civilización, al final del presente siglo. Las causas naturales de esta tragedia son menos importantes que las producidas por el hombre: 1 en 1000 por el cambio climático, 1 en 30 por una pandemia intencional, 1 en 10 por el uso de la inteligencia artificial fuera de control. El total de riesgos existenciales sería de 1 en 6, lo que significa que tenemos 5 chances sobre 6 de sobrevivir. Lo interesante es que la inteligencia artificial sería más dañina que una pandemia. Pueden encontrar en YouTube algunas conferencias de este filósofo. Y, ¡a ser felices...!
Fuente: El Entre Ríos

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