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Al ver lo que se ve, y al saber lo poco que se sabe, ni tener la más mínima idea de la magnitud de todo lo que se ignora en materia de drogas y lo vinculado con ella de una manera directa o indirecta, la cuestión que vamos a dejar planteada, hasta nos provoca un poco -grande o chico, es otra cosa- de vergüenza.

Es que poniendo las cosas en la debida proporción sería, como el caso de una mujer rescatada en el hundimiento de un trasatlántico, que llora en forma desconsolada, porque al correr en dirección a la cubierta del buque, paso previo al subsiguiente zambullón, no se le ocurrió pasar por su camarote a buscar el tapado de piel que tan bien le quedaba puesto, y por lo mismo tanto apreciaba.

Y la cuestión que si bien no nos acucia, aunque la tomamos con el respeto que ella merece, es la de si está o no permitido el consumo de drogas en los lugares públicos. Un planteo en el que no se hace distingos entre mayores y menores de edad, independientemente del hecho que siendo el caso del consumo en esas condiciones, algo que consideramos grave en todos los casos, lo es de mayor entidad en el de los menores de edad.

Lo único de que estamos cierto es que la tenencia para el consumo personal de cantidades mínimas de narcóticos con ese destino está habilitado, dado lo cual también lo estaría, como lógica consecuencia, su consumo en un lugar privado.

De allí que el interrogante que hemos dejado planteado tiene que ver con la posibilidad de poder llevar a cabo ese consumo en un espacio público, a la vez utilizando droga “propia”. Una acotación esta última que no nos parece ociosa, ya que a sola vista se estaría ante una situación más grave en el caso que ese consumo se hiciera en una “rueda de amigos” en la cual uno de ellos asumiría el rol de proveedor generoso, en lo que, hasta cierto punto al menos, se podría calificar como de una “festichola”.

Es que si no está prohibido se lo debería hacer, y en ese caso hasta el momento en que entren en vigencia las normas restrictivas, debería considerarse a ese consumo como una contravención, la que como sanción tendría el “demorar” al infractor hasta que se substancie el sumario respectivo en sede policial, de manera de dejar objetivamente asentado lo ocurrido.

Y estas consideraciones que pueden ser consideradas como exageradas en cuanto hasta pueden llegar a ser ridículas teniendo en cuenta la magnitud del problema integral de la inserción creciente de la droga en nuestra sociedad no lo son en realidad, en la medida en que habilitar su consumo en la forma referida, independientemente de las consecuencias que puede llegar a tener en quien está involucrado en ese uso, lleva a que en la sociedad se deje de censurar y condenar socialmente este tipo de comportamientos, por la apariencia de normal que adquiere su utilización ante la generalización de su empleo.

De allí la pregunta que formulamos acerca de si las fuerzas policiales y las autoridades municipales se han planteado la existencia en nuestras pequeñas comunidades prácticas de este tipo, y si han implementado acciones eficaces para erradicar este tipo de comportamientos. Ya que mucho tememos que nos encontremos ante una verdadera “tierra de nadie” en la materia.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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