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El Gobierno no se atreve a tomar medidas que el mercado refleja en los precios de los activos

El ministro Lacunza envió al Congreso de la Nación un proyecto de igualación del método de cálculo de las mayorías necesarias para aprobar modificaciones a las condiciones de emisión de los títulos públicos emitidos bajo legislación argentina.

Lo que algunos medios sugirieron que se trataba del programa de modificación de las condiciones de emisión, o su reperfilamiento, según el neologismo de moda, no es más que una definición que faltaba en dichas condiciones de emisión.

Con el proyecto de ley enviado esta semana se busca, en esencia, evitar que en el reperfilamiento de los títulos emitidos bajo legislación local puedan asomar los temidos holdouts que azotaron al país luego de la restructuración de 2005. El proyecto propone que si el 75% de los acreedores de un título acepta los cambios propuestos, dichos cambios serán extensibles a todos los tenedores.

Como concesión a los bonistas, el proyecto propone eliminar del recuento de las mayorías y del monto emitido a las tenencias de las agencias del sector público, incluido el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS).

Lo que el proyecto de ley no aclara son qué condiciones de emisión se busca modificar. Esas definiciones quedan delegadas en el Ejecutivo.

A quienes pintan canas en nuestro país, la vida les ha proporcionado una maestría en la administración de crisis

Por ello, eso del reperfilamiento queda en suspenso, pues no es evidente que al momento de sentarse a negociar no vayan a pedirse quitas de capital o recortes en los cupones de interés, y no sólo el estiramiento de los plazos que se declama.

Así visto, este proyecto de ley no supone más que otro paso intermedio en la sucesión de pasos intermedios a los que nos vamos acostumbrando.

A quienes pintan canas en nuestro país, la vida les ha proporcionado una maestría en la administración de crisis. Empresarios, rentistas y asalariados saben que “el que apuesta al dólar, no pierde”, y reaccionan de manera defensiva desde lo que aprendieron. Pretender acorralarlos de a poco no sirve para controlar sus impulsos defensivos, sino que acelera su control de daños.

Pero los funcionarios y los políticos no actúan como personas normales. Pretenden manejar la crisis, ésta y las anteriores, imponiendo restricciones de manera culposa, gradual (¡qué palabrita que hemos aprendido a detestar!). Su control de daños apenas busca proteger su reputación, no la realidad.

Pero los argentinos, expertos en crisis, saben que si una norma no funciona, y es seguida por otra que tampoco funciona, y así sucesivamente, la sucesión sólo se detendrá con prohibiciones o confiscaciones totales, o en su defecto con la cosa suficientemente arruinada como para que las grandes decisiones ya no se sientan tan dolorosas.

Pero entre se suceden, las normas graduales acarrean el costo colateral de generar más anomalías, y algunas aberraciones legales. Entre ellas se cuentan algunas varias veces repetidas: pagos al exterior que no se pueden concretar pese a que el deudor cuenta con el dinero para hacerlos, trato diferencial para tenedores de un mismo título de deuda, desarrollo de un mercado de cambios paralelo legal (el contado con liqui) que reemplaza al oficial como mercado de referencia para las empresas, y la brecha creciente en la cotización del dólar paralelo respecto del oficial. Eso de que no se puede cruzar dos veces el mismo río no aplica para países que se llamen Argentina.

Cuando nos sinceremos (¡otra palabrita!), es probable que las cosas se parezcan más al mercado que al control de daños

En este control de daños por medio de un torniquete gradual es donde ahora estamos. Claro que los mercados se encargan de desenmascararlo.

Porque es cierto que no se declaró un default, pero los precios de los bonos soberanos operan como si ya hubiera sido declarado. Y es cierto que el dólar minorista oficial cuesta $58, pero también que el contado con liqui cuesta $68 y es el que las empresas pueden conseguir. Cuando nos sinceremos (¡otra palabrita!), es probable que las cosas se parezcan más al mercado que al control de daños.

“No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores" es una frase de Perón. Tristemente, a esto de tener lo menos malo, o a quien mejor controle los daños, parece ser aquello a lo que debemos resignarnos los argentinos.

Puede pensarse que el peronismo, que gobernó más tiempo que nadie desde mediados del siglo pasado, ha sido una causa central de nuestro hundimiento relativo y de nuestro estancamiento absoluto. Aunque también sea cierto que no puede argumentarse que los demás lo hayan hecho mejor.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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