Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Costa Rica recordó el 70º aniversario de la abolición de sus fuerzas armadas, conmemoración ésta que desde hace muy poco ha sido elevada al rango de fiesta nacional. El acontecimiento se produjo el 3 de diciembre de 1948, luego de una guerra civil en la que triunfó una milicia irregular conformada sobre todo por pequeños propietarios rurales, que liderara José Figueres Ferrer, más conocido como “Don Pepe”, el relato de cuya vida justificaría, de por sí, una nota aparte.

Victorioso en esa guerra fue, como presidente de facto, fundador de la Segunda República y volvió a ejercer la presidencia por elección popular, en dos ocasiones no consecutivas: la primera de ellas cuatro años después de haber dejado esa primera presidencia y la última cuando había pasado casi un cuarto de siglo de la revolución que encabezó.

Uno de sus principales logros fue, sin duda, la abolición del ejército costarricense; hecho que, según se destaca, convirtió a su Patria en el primer país latinoamericano -por no decir el único- que prescindió de sus fuerzas armadas, decisión que en 1949 fue elevada a la jerarquía de una norma constitucional que prohíbe su reimplantación.

Mirando desde la perspectiva actual esa decisión -que en su momento no estuvo privada de factores que hacen a la política partidista- lleva a que el análisis periodístico llegue a la conclusión que “sus 70 años sin fuerzas armadas han dado a Costa Rica mucho más réditos que una imagen internacional de pacifismo o su ya sabida estabilidad política”.

Es que, según el mismo análisis, los beneficios de aquélla decisión se miden ahora directamente en números, en un progreso apalancado por la inversión social que se elevó después de 1948, según concluye en la investigación estadística e histórica elaborada por una universidad de ese país.

Es así como se indica que “los índices de bienestar que mantienen a Costa Rica por encima del promedio latinoamericano se pueden explicar, en parte, por el crecimiento que tuvo la inversión en educación y salud después la eliminación del Ejército”, según resulta de la investigación referida.

De esta manera, se destaca que “la inversión social se multiplicó por cinco -del 2,6% del PIB pasó al 13,4%- en los 25 años inmediatamente posteriores a la decisión abolicionista”. Ello sin dejar de señalar que en ese cuarto de siglo posterior a la desmilitarización, Costa Rica elevó dos veces y media la inversión en educación, al mismo tiempo que hizo que llegara a casi un tercio del PBI el dinero destinado a salud. Mientras que ese avance educativo y sanitario, se explica, incidió en el crecimiento de la economía, y ha generado una serie de cambios institucionales realizados en buena medida gracias a la estabilidad política, con un solo punto negro en estas siete décadas. Fue un golpe de Estado que se produjo en 1955, el que se acabó resolviendo por la vía diplomática.

Si nos hemos detenido en esa larga referencia a la desmilitarización costarricense no es porque veamos en esa experiencia la panacea de todos nuestros males, ya que no lo es, si se tiene en cuenta que los “ticos”, como se autodesignan, están viviendo por un cúmulo de motivos y causas una situación socioeconómica muy compleja.

Sino por cuanto en estos tiempos de penurias financieras como las que nos toca vivir, entre nosotros se viene avanzando en forma parsimoniosamente inadmisible -y ello así en el caso de que realmente existan esos supuestos avances- en la radical reestructuración de unas fuerzas armadas virtualmente desguazadas, como es el caso de las nuestras.

Enviá tu comentario