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Tuvimos en su momento la oportunidad de informar y comentar el hecho de que un grupo, impreciso en cuanto a su número, de presumiblemente menores de edad, no había tenido mejor ocurrencia que dañar un monumento levantado en San José por Renacer en una flamante plaza de esa ciudad.

Cabe señalar que la mencionada asociación está integrada por padres de hijos que perdieron su vida en plena juventud, muchas veces en circunstancias trágicas y lo que buscaban con la edificación del sencillo monumento, y las placas adosadas al mismo con el nombre de sus hijos, era canalizar, y hasta cierto punto paliar un dolor con el que siempre tendrán que convivir, dejando de ese modo plasmado materialmente su recuerdo.

A poco de ser inaugurado -y ese fue el motivo de un primer comentario nuestro acerca del tema- el monumento apareció de un día para otro borroneado y con algunas señales de maltrato, con las letras que formaban el nombre del grupo desprendidas. La nueva información con la que contamos es que las mismas u otras manos, se han encargado hace unos días de sacar las letras que indicaban el nombre de la ciudad, dejándolas desparramadas.

La primera reflexión que la situación que comentamos provoca, es el maltrato observable en forma generalizada que reciben muchos de los bienes públicos, con el olvido de que si los bienes con dueños individualizados o no se los supone protegidos por el reconocimiento constitucional del derecho de propiedad, con más razón todavía resulta indispensable y explicable el respeto a los bienes del dominio público -como es el caso que nos ocupa y otros tantos similares- dado el hecho que existe la equivocada creencia de que ellos no son de nadie, cuando en realidad nos pertenecen a todos, y precisamente por esa circunstancia están a nuestra disposición para su uso en la forma correcta.

A ello se agrega el estado de impotencia que este tipo de situaciones provoca, extremo al que no debería llegarse en ningún caso. Y aunque el daño resulte mínimo, resulta incomprensible que no se haya podido dar con los autores de esas tropelías, más que con el objeto de aplicar sanción alguna, para que lograr su individualización pueda llegar a convertirse en un toque de atención de que la impunidad no existe, primer paso para dejar en claro que el cometer tropelías no es gratuito. Y en el caso que como en la primera vez se conjeturaba, los autores no eran otra cosa que “inocentes criaturas”, resulta más indispensable su individualización, como en otros casos parecidos en los que no se habla de chicos sino de muchachones mal aprendidos, en cuyo caso habría que mandar no solamente a los padres a la escuela, sino hacerlo también con esos grandotes a los que al parecer les sigue faltando estudio, aún más no sea aquél destinado a aprender a comportarse.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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