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El accidente en el que murieron 4 jóvenes
El accidente en el que murieron 4 jóvenes
El accidente en el que murieron 4 jóvenes
Consumidos por las malas prácticas. A ello, y en referencia expresa a nuestro país, se refiere una calificada columnista del Wall Street Journal –un diario estadounidense que es considerado, por muchos, como el más importante del mundo en cuanto se refiere a la cantidad y calidad de sus contenidos- en una sus más recientes notas.

En realidad, la columnista hace referencia específica a nuestras malas prácticas en el campo de la economía, partiendo de una visión sesgada de la suba estrepitosa, que tienen entre nosotros en estos días, el precio de los alimentos, a la vez que señala que “si bien la invasión rusa a Ucrania es un factor que explica el aumento global del precio de los alimentos, no es la razón principal para entender la inflación en la Argentina”.

Para después concretamente ocuparse de lo que está ocurriendo, a lo que ella considera como un torpe intento de dar respuesta a lo que se ha observado en lo que respecta al precio del trigo y de la harina, a través de un intento de “desacoplar” el precio interno de esos productos, del que tienen los mismos en los mercados internacionales.

De donde, convencidos como estamos que las malas prácticas no tienen que ver tan solo con las medidas oficiales como las referidas al trigo y sus derivados, y ni siquiera con el manejo de la economía, sino que se dan una infinidad de ellas en casi todos los ámbitos sociales, el problema reside en cómo hacer para encontrar “la punta del hilo”, en lo que no es siquiera un ovillo, sino una espantosa galleta.

Así, se nos ocurre que podemos comenzar con hacer mención a dos trágicos sucesos, en los que no solo las víctimas concretas, sino nuestra sociedad toda ha resultado victimizada, algo que desgraciadamente sucede a diario. Nos estamos refiriendo a la violación de la que fue víctima una menor de 14 años, en ocasión de participar de una “fiesta” casi multitudinaria. A lo que se debe sumar el caso de los cuatro muchachones alcoholizados, que murieron como consecuencia de que el automóvil en el que circulaban, en un determinado momento chocara contra un árbol.

En tanto de estos hechos surgen preguntas, a las que resulta difícil encontrarle la respuesta correcta. Así, la que interroga acerca de cómo una chiquilina de 14 años hubiera podido ser admitida en el lugar donde se consumó el delito. O, también, dónde y cómo obtuvieron esos muchachos las bebidas alcohólicas que los llevaran a emborracharse.

Preguntas cuyas respuestas podrían llevar a otras, que vendrían a revelar que en lo sucedido no son ellos los únicos culpables, sino que, a la hora de atribuir responsabilidades, pueden llevar a una respuesta que incluya una cadena de culpables, que concluya en la responsabilidad inasible de la sociedad toda. Difícil, esta última, de explicar por más que se aluda a circunstancias tan abstrusas, como el hablar del “malestar” que provoca “la pérdida de sentido de la vida”, o la referencia a una sociedad enferma.

Pero encontrar explicaciones y atribuir responsabilidades es notoriamente insuficiente. Ya que nos encontramos ante ejemplos concretos de un problema de los tantos en los que se hacen presentes las malas prácticas. Problemas todos ellos que exigen respuestas, las que damos como lo más probable, que no sean una solución definitiva, pero que al menos sirvan para acotarlos a la mínima expresión posible.

Habrá, y los hay, quienes opten en esa búsqueda de respuestas por lo que cabría designarse como “un enfoque institucional”. O sea, el de un “Estado vigilante”, el cual entre otras cosas se ocupe de regular el acceso de menores a determinados lugares, y que prohíba la venta de alcohol a los mismos, con fuertes sanciones a quienes, frente a esa prohibición, revistan la condición de cómplices. Un tipo de medidas que, por resultar insuficientes, cuando no equivocadas, llevaría a aumentar su rigurosidad, hasta llegar a extremos inimaginables. Sí, inimaginables, porque a los mismos en tantos casos se llegó por parte de diversos niveles de gobierno.

Otros, en cambios, optarán por otro enfoque al cual ignoramos si es correcto calificarlo de “conductual”. Algo que signifique comenzar por tener en cuenta la importancia de la “buena ejemplaridad”, ya que no hay que olvidar que nuestra realidad circundante está llena de “malos ejemplos”, consecuencias de las malas prácticas.

Y después de ello, en un sentido que no es solo el figurado, lograr que todos “vayamos a la escuela”. Empezando por todas las categorías de menores, para los cuales, en especial, esa consigna no tiene un sentido figurado. Escuelas en la que no sólo se “enseñe” –es decir, en la que se impartan y adquieran conocimientos- sino que además se “contribuya a educar” –sólo contribuya a ello- por cuanto el hacerlo implica una potestad preferencial de los padres; algo que no se debe confundir con el “adoctrinamiento” inadmisible, sino que signifique lograr que los educandos internalicen valores y pautas de comportamientos.

Y respecto a los mayores, se trata también de mostrarse dispuestos a recibir una educación no institucionalizada, con el objetivo de que puedan manejarse, ejecutando buenas prácticas, en este nuevo mundo permanentemente cambiante en forma cada vez más acelerada, el cual, para tantos de ellos entre los que nos incluimos, resulta tan difícil de entender cómo de manejarse.

De donde habría que concluir que la respuesta en este caso buscado, viene a resultar de una mezcla adecuadamente dosificada de los enfoques que hemos llamado institucionales o conductuales. Ya que con contar con instituciones solamente no alcanza, como queda a la vista, ya que las mismas pueden ser ignoradas, cuando no bastardeadas. Y como no somos una sociedad de ángeles, nuestro comportamiento exige un marco institucional.

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