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Hasta un grado que no somos en realidad capaces de percibir, la pandemia y los coletazos de todo tipo que son su consecuencia, han provocado, en una gran mayoría de nosotros, más que una suerte de parálisis –que también existe- el comenzar a ver nuestro entorno, y aun el mundo todo, con una suerte de “anteojeras”.

Es que tanto más que la incidencia concreta que, de una manera directa o indirecta, la recurrente presencia de esa mancha venenosa –desde el contagio a la penuria económica, que se prolonga en el hambre- que castiga a muchos de nosotros, como los medios de comunicación social a los que resulta tan difícil de dejar de atender, venimos ocupándonos hasta la saturación del tema, con el agravante que no siempre lo hacemos de una manera provechosa.

Es que cuando logramos de una manera directa o indirecta, por nuestra parte, evadirnos de esa temática obsesiva, lo es para anoticiarnos de una nueva rapiña o de un homicidio, o de esos chismes que vuelven, sobre todo a la televisión, un instrumento farandulesco, sin que se hagan presentes proyectos y propuestas que nos animen a mirar el futuro de una manera distinta a este presente sombrío.

El que es así, siendo suficiente para afirmarlo lo que han perdido los espectáculos deportivos, con la ausencia del público. El mismo que era una parte nada despreciable del espectáculo, que como consecuencia de ello viene a presentar en la actualidad rasgos fantasmagóricos. Ello así, sin dejar de esa manera de lado otros ingredientes mucho más ominosos, cuya mención no ayuda para nada.

Frente al hastío que provoca el estado de cosas así descripto que se vive, contribuye poco y nada para mejorarlo lo que sucede en el “espacio público”, o sea, la versión trastrocada y actualizada de “la polis ateniense” Escenario en el que se ve a sus principales actores empeñados en “intercambios de pareceres”, el que ha dejado de ser un verdadero diálogo, para convertirse en “cruces”.

Una expresión, la de “los cruces”, que ha dejado de referirse primordialmente a esos encuentros ocasionales y de corta duración que se producen cuando dos personas coinciden por un instante en un punto en que se cruzan sus respectivos trayectos y a los intercambios verbales que en esa ocasión pueden llegar a producirse, todo ello con una habitualidad que los vuelve amistosos. Si no que en la actualidad se han convertido tantas veces en un virtual duelo a mandobles virtuales, en cuanto verbales, plasmados de ese modo en encuentros que tienen más de desencuentro.

Inclusive, para medir hasta qué punto llega ese mirar a nuestro alrededor “con anteojeras”, es que las principales preocupaciones de nuestra dirigencia pasarían por si se postergan o no las próximas elecciones generales, y si previo a ellas, como lo manda la ley, se llevarán a cabo las primarias. O, por otra parte, en atender a la manera en que algunos de ellos tratan de salvar el pellejo, ante causas judiciales por corrupción abiertas en su contra.

Todo ello con el agravante que cuando nos ocupamos no solo de la pandemia, sino inclusive de este tipo de cuestiones en este momento de importancia menor, aunque ello no signifique quitarles trascendencia, por lo general se lo hace de una manera de asombrosa torpeza al intentar “comunicarlas”.

Si hasta pareciera que hubiera un empeño en malquistarse con determinados sectores sociales, cuando no se asiste a una suerte de “reto generalizado” a la población, que no es que ella no lo merezca sino que los que mandan carecen de autoridad moral para hacerlo.

Tal la alusión al “relajamiento” del personal sanitario, luego de amenguar la primera ola de la epidemia, así como la reacción enojada de los familiares de personas afectadas por el síndrome de Down, por la forma en que habían sido mencionados en declaraciones oficiales, a la que consideraban discriminatoria.

Sin olvidar los maltratos, consecuencia de la utilización de un lenguaje irrespetuoso y grosero hasta caer en la procacidad que se da entre referentes políticos y sociales, que no hace sino sumar nuevas grietas, a la conocida antinomia central, la que da la impresión de un empeño laborioso en lograr la demolición total de nuestra ya tan golpeada sociedad.

Eso es lo que ha sucedido en el caso de un funcionario porteño tratado en cuestión de horas doblemente de “mentiroso”, por quienes ocupan el sitial de mayor responsabilidad ejecutiva en el orden nacional y en el de la mayor de nuestras provincias.

Máxime teniendo en cuenta que esa afirmación tan grave se efectuó sin indicar en qué consistía la mentira, y que se podría haber dicho lo mismo de una manera que no sonara injuriosa. Es que si el tono hubiera sido otro y si en lugar de cargarlo con ese mote, se hubiera, al dirigirse al así tratado, señalando “tengo la impresión de que en lo que dice existe un error, o está lamentablemente equivocado”. Ya que pareciera haberse olvidado que el estar equivocado, no vuelve necesariamente a una persona en mentiroso. Claro está, que nadie nace dotado de buenas maneras, sino que ellas son el fruto de una buena educación.

De allí, tal como señalábamos al principio, la necesidad de poner los ojos en problemas realmente graves –los que no son pocos y las malas prácticas gubernamentales no dejan de tornar cada momento que pasa mucho más complejos, hasta el punto que de continuar así llegará el momento en que ellos se vuelvan insuperables culminando en un desmadre inmanejable- prestándoles la atención que corresponde y actuando, al hacerlo, con empeño el voluntarioso y la solvencia técnica indispensables.

Es así como volviendo al ejemplo dado más arriba de la acusación de “relajamiento sanitario”, al calificar el comportamiento del personal médico y de sus auxiliares, parte de la base equivocada, según la cual los responsables se hubieran desentendido de cumplir con sus obligaciones profesionales, ya que en realidad como resultas del apaciguamiento de la “primera ola pandémica”, actuaron sensatamente al prestar atención a otras “morbilidades” cuyo cuidado se había pospuesto en las etapas críticas de aquélla, y en muchas ocasiones de manera riesgosa.

También sucede que ignoramos si siquiera ha terminado por constituirse la anunciada “comisión nacional de lucha contra el hambre”, y como consecuencia de haberse concretado su creación, cuáles son hasta el momento, no las acciones prácticas, sino al menos el avance –y sus dificultades- en la elaboración de las estrategias, en las que se supone en este caso, están trabajando.

Porque abatir el hambre es en estos momentos lo más importante – lo que no quiere decir que sea lo más urgente- si se tiene en cuenta que ya más de seis de cada diez de nuestros niños viven en situación de pobreza. Sobre todo partiendo del presupuesto que a la pobreza estructural no se la erradica con medidas paliativas.

Recalcamos, una vez más, que el llamado de que atendamos a otras cuestiones y nos ocupemos de otros temas que importan, no significa que debamos desentendernos con la debida diligencia y con exigente criterio, –requisito sino en el de ambos de muestra de errores y falencias- de enfrentar esta catastrófica pandemia. Pero con eso solo no se avanza.

Debemos recordar que un reconocido filósofo español, se trata de José Ortega y Gasset, quien a lo largo de su vida supo visitarnos con relativa asiduidad, y que fruto de su mirada inquisitiva y de su consideración amistosa hacia nosotros, lo llevó a aconsejarnos; “argentinos a las cosas”.

Es que son tantas “las cosas” a las que debemos atender y empeñarnos en su solución, que hace necesario que de una vez por todas salgamos de esa inclinación tan nuestra de posponer el abordaje de los prioritarios, por detenernos en las superfluidades o el interés propio que es por lo general egoísta y por ende mezquino, y prestar atención a todo lo que en realidad importa de verdad.

El cual y no otro, es el sentido recóndito de nuestro pedido acerca de que, por una vez siquiera, logremos que las palabras encajen en los hechos. Ya que ello no significa sino que nos “saquemos las anteojeras” y ampliemos al máximo los alcances de nuestra mirada, a la vez que el de nuestras aspiraciones.

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