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El 17 de enero de 1994 a las 04.30.55 am, la ciudad de Los Ángeles tembló. Un terremoto de 6.7 en la escala de Ritcher generó la muerte de 72 personas, 12 mil heridos y pérdidas por 25 mil millones de dólares. 25 años después, California sigue en alerta esperando el llamado “Big one” (El Grande).

El sismo de 1994 puede no integrar la lista de los 10 más intensos del mundo pero sí fue determinante para esta región, que a partir del mismo entendió que tenía que prepararse para este tipo de fenómenos naturales. Al igual que Chile, que sufrió en Valdivia el 22 de mayo de 1960 uno de 9.5, considerado el más fuerte hasta la fecha en todo el planeta, muchas medidas tuvieron que tomarse en cuanto a edificación y preparación de la población.

Muchos de los códigos de construcción se redactaron en esta época en la región que vive sobre la llamada Falla de San Andrés. Sin embargo, según afirman especialistas de la zona, existen ciertos grises en la regulación que permiten que subsistan y se construyan edificios no aptos para este tipo de riesgos. El caso es particularmente preocupante en la construcción de rascacielos en San Francisco que no cumplen con las medidas de seguridad necesarias para estas zonas de riesgos.

En este sentido, la reconocida sismóloga Lucy Jones, ex jefa de investigación sobre peligros naturales en el Servicio Geológico de EE. UU., lleva a cabo una importante campaña para que la regulación sea más estricta en California: “El 10 por ciento de los edificios se caerán. (…)No entiendo por qué eso es aceptable”

A su vez, Jones sostiene que los aprendizajes de este terremoto de 1994, conocido como el de Northbrige, no son suficientes para “El Grande”. Para ella, la gran incógnita es cuando sucederá, pero no haya dudas de que lo hará.

Los habitantes de la zona saben que este se viene, aun cuando tengan la incertidumbre sobre cuándo. Para prevenirse, una de las aplicaciones que se ha implementado en la zona se llama “ShakeAlerta” (alerta de sismo) que ya ha avisado con ocho segundos de anticipación que un sismo se iba a producir en San Francisco en 2014, dando tiempo a las personas para colocarse en lugares seguros como debajo de las aberturas de puertas o debajo de una mesa.

Asimismo, en Japón, dispusieron de 30 segundos de alerta durante el sismo de 2011 que les permitió tomar medidas para paralizar algunos servicios como trenes, aeropuertos y centrales nucleares. Sin este aviso, la catástrofe podría haber sido aún peor.

Al no tener nunca certeza del momento preciso de cuándo sucederá un hecho de estas características cualquier aviso previo, por ínfimo que sea, es vital. La población afectada puede buscar refugio y las autoridades pueden cortar los suministros claves como el gas, evitando futuros incendios que se puedan producir tras el movimiento de la tierra.

La anticipación sumada a una región capacitada para enfrentar este tipo de fenómenos es la única forma de disminuir las muertes y daños que se producen por los movimientos tectónicos. Saber qué hacer cuando se produce el fenómeno es algo crucial. El hombre vive en zonas de riesgo y debería por ello estar preparado dentro de las limitaciones propias de protegernos de la fuerza de la tierra.

Los aniversarios de este tipo de sucesos sirven para que todos tengan presentes estos peligros. Esperemos que todos estos años de preparación permitan que el día de mañana la población pueda no verse afectada si se produce realmente el suceso.

Chile parece haber logrado implementar una efectiva prevención contra estos sismos (constantemente se producen estos fenómenos como el sábado pasado que tuvo uno de 6.7, que se cobró la vida de dos personas por un ataque cardíaco). Es claro que todavía tienen aún más cosas que mejorar pero tienen una base sólida para hacer frente a estos sucesos. Una sociedad que espera el “Big one” hace años esperemos que también la tenga.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa).

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