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Se hace necesario comprender cómo comportamientos asociales de algunos, pueden terminar perjudicando a la sociedad en su conjunto, incluyéndolos.

En esta sociedad, casi sin leyes que se cumplan, en la que nos toca vivir; el “apriete” se ha convertido en algo natural, y hasta se podría decir, en la forma más expeditiva y eficaz de actuar. Hasta se ha hecho carne en un porcentaje significativo de nuestra población la convicción de para qué ir “por derecha” si se logran más rápidos y mejores resultados yendo “por izquierda”...

De allí, que este tipo de comportamiento se haya vuelto epidémico, hasta dejar de advertirse que el mismo –cuya definición y aun la descripción de los diversos tipos en que puede hacerse presente no necesitan de explicación alguna- no es ni más ni menos que una expresión de “abuso de poder”. Para ser más preciso, habría que hablar del ejercicio ilegal y desmadrado de aquel.

Un estado de cosas que viene a darse en un contexto en que se hace presente la extensión territorial de lo que se conoce como “zona liberada” de todo control estatal eficaz, algo que simétricamente significa el retroceso de éste, en cuanto es al menos desde el plano teórico el detentador del monopolio del poder. Algo que conviene remarcar; señalando que cuando se da esa claudicación, la realidad es que la “ausencia estatal” o la falta de su presencia se vuelve más clara, y la ley deja de ampararnos y de allí la sensación de desvalimiento que llega a embargarnos.

En sus orígenes, y refiriéndonos a las sociedades modernas, el “apriete” ha sido un comportamiento de notorias connotaciones mafiosas, ya que es -por antonomasia- una práctica extorsiva. O sea que en su sentido más amplio el apriete y la extorsión se dan simultáneamente, aunque quizás sea mejor decir que el apriete es extorsión y viceversa.

Existen quienes acostumbran a asociarlo con los “piquetes” callejeros y “cortes” de ruta, lo cual para muchos y quizás una mayoría sería inexacto; por cuanto si bien unos y otros son prácticas extorsivas, hay que tener en cuenta que en el mejor de los casos nos encontramos ante el ejercicio desbordado de un derecho.

Malentendiéndose así, que el ejercicio abusivo del derecho es de cualquier manera un derecho, todo ello sin advertir que un derecho ejercido de una manera que es un abuso, en cuanto entra en colisión con otros derechos tan respetables como el que cae en el abuso y de esa manera desconoce los derechos ajenos, deja de serlo. Algo que carga con un agravante en el caso de los “paros” en los que resultan lastimados o dañados los intereses legítimos de personas ajenas a las partes involucradas en el conflicto.

Inclusive en su trayectoria, el apriete puede llegar a generar una situación de entidad todavía mayor, algo que se hace presente cuando la agresión se plasma en daños a la persona o a los bienes de los sometidos a las consecuencias de ese comportamiento. Una circunstancia que se vuelve patente no sólo cuando quien temerariamente intenta “romper” un piquete, y termina con el parabrisas de su automóvil roto, sino cuando el apriete da paso al escrache o a daños materiales.

Ello sin olvidar que cuando este tipo de abusos se generaliza en una sociedad, se asiste a una modificación profunda en la atmósfera social, que hace que en ella se hagan presentes en diversos grados de sensaciones de pánico e inseguridad; es decir un sentimiento de indefensión.

Admitimos que en lo descripto no hay nada que no se sepa, aunque de cualquier manera no está demás recapitular, para ver el cuadro entero. Ya que de otra manera nos quedaríamos en el enunciado de los cuando menos fatigosos casos concretos aislados, que conforman, cuando se los agrupa, este malsano marasmo.

Sobre todo, teniendo en cuenta que una situación caracterizada por la generalización de este tipo de conductas puede desembocar en algo de una gravedad mayor aun, y de inclinaciones inadvertidamente casi suicidas, que hace que los “aprietes” llegamos a un estado de cosas en la que se nos ve y nos vemos “trancados”.

Una expresión nada académica la indicada, pero lo suficientemente gráfica para explicar que una de las maneras alternativas en que pueden desembocar los aprietes llevados al extremo, es generar el “bloqueo” de una sociedad, ya que los aprietes y las reacciones aunque sean tácitas que se provoquen, pueden llevarla el extremo que pueda dejar de funcionar. Algo a lo que nos referimos en el lenguaje coloquial cuando explicamos que “fue por nuestra culpa que terminamos paralizados en una encerrona que previamente habíamos construido” sin que lo advirtiéramos aunque sea en parte.

Una situación que puede, y es más debería hacerlo como señal de advertencia, en las complejas circunstancias por la que atraviesa Chubut, una provincia que cuenta entre otros con importantes recursos mineros, y que por la mala gestión de un gobernador fallecido en el ejercicio de las funciones; cuyas malas praxis, que incluyeron el excesivo endeudamiento del estado provincial en elevados montos a pagar en moneda extranjera, préstamos que ahora comienzan a vencer -en un claro ejemplo de un comportamiento de quien considera que “después de mí el diluvio”- algo que ha llevado al dilema que con los recursos disponibles o se atienda a las obligaciones financieras vencidas, o se pagan los sueldos del personal de la administración pública.

Mientras tanto, aparte de nuestras sospechas de que ese gobierno provincial no está haciendo ni una cosa ni la otra, el hecho es que, ante la mora en el pago de los sueldos vencidos y adeudados, las organizaciones sindicales que los agrupan han procedido al corte de rutas. El resultado ha sido la parálisis de la actividad petrolera; la misma que le permite, obtener recursos por más de treinta millones de dólares mensuales, suma que han dejado de percibir por esa circunstancia.

De esa manera y como se acaba de señalar el apriete termina en una situación de bloqueo, o de encerrona auto provocada, en suma que todo queda trancado. Aunque debe dejarse en claro que no tenemos la seguridad de que, de no haberse efectuado los cortes de ruta a que aludimos, la situación de los empleados públicos de Chubut, hubiera sido hoy mejor.

Después de todo lo dicho, cabría agregar que casos como es el descripto no solo son frecuentes, sino que su presencia se ha vuelto estos días aun mayor con fines claramente electoralistas, llegándose a un extremo en el que pareciera nos empeñamos en provocar heridas en las que las víctimas no somos otros que nosotros mismos.

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