Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Una vez el entonces presidente y ahora aforado senador nacional Carlos Saúl Menem se refirió al complejo hidroeléctrico de Yaciretá, tildándolo de “monumento a la corrupción”. Una designación que todavía la opinión pública sigue considerando adecuada, aunque como suele suceder en nuestro país, no sirvió para que se investigara, y menos aún se esclareciese, el mínimo acto de corrupción de los que se habrían cometido a lo largo de la construcción de la obra.

Una circunstancia que no puede causar extrañeza, no solo por cuanto la corrupción tiñó al gobierno menemista, sino que vivimos en una sociedad en la que la impunidad, que acompaña y luego lava a la corrupción, forma parte – o formaba al menos parte hasta ahora- de nuestra descuajeringada normalidad.

Claro está y así debe reconocerse, que en la materia los que gobernaron en la sedicente década ganada, no solo superaron todos los records, sino que la llevaron a las inimaginables profundidades del espacio exterior, donde se supone se encuentra ese barrilete cósmico que sirve de morada, al menos virtual, a un ex presidente.

De allí que tampoco resulte extraño, que en algunos sectores, ubicados del lado de la grieta en el que no se mueven los millonarios sobrevivientes todavía en libertad de esa década, se llegue a dar una polémica de imposible resolución, acerca de cuál de los actos de corrupción cometidos en ese lapso, es el más “monumental”, calificación que resulta de hacer una adaptación de aquella mención menemista.

Por nuestra parte, y aunque estamos conscientes de la dificultad indicada de acertar con el adecuado, entre la multitud sin fin de “monumentos”, se nos ha ocurrido que sino por ser el más grande, el que posiblemente se ganaría las palmas por ser el más torpe y más inhumano de ellos, es lo que ha ocurrido con ese “agujero negro” en que se han desnudado los negociados de Río Turbio.

Hasta parece que su nombre asocia palabras muy próximas y cercanas ya que lo “turbio” da cuenta de una inclinación a volverse negro de toda negritud, salvo el caso de que se filtre, tal como tenemos la esperanza- tan solo la esperanza- que esa permeabilidad clarificadora ocurra como resultado final del actuar de la justicia.

Y si nos atrevemos a calificar de esa manera –escándalo supremamente obsceno- a lo allí sucedido, es por cuanto nunca como en este caso se encuentra la utilización de una población numerosa, con diversidad de orígenes, edad, ingresos y condición social, convertida en el rehén pegado al instrumento de una maniobra de corrupción mayúscula. Ya que si es cierto que siempre los corruptos al quedarse con lo ajeno, empiezan y terminan perjudicándonos a todos – inclusive a los que participan de la fiesta- en pocas ocasiones como ésta los maltratados han sido, no un conjunto difuso de personas sin rostros englobadas como “la gente”, sino personas de carne y hueso, con sus vidas e historia capaces de ser vistas casi sin esfuerzo, y con una esperanza que los llevó a plasmar en una estatua la figura de quien se presentaba como un nuevo Moisés.

El esquema era sencillo y entendible. Se activaba la producción carbonífera de los yacimientos de la zona de manera que llegaran a abastecer en forma plena las calderas de la usina termoeléctrica desde la cual se iba, mediante una conexión de dimensiones millonariamente kilométricas, a llevar la energía producida a los grandes centros de su consumo. Al mismo tiempo –se trataba de proyectos más modestos incluidos en ese todo- se llevaría a cabo un emprendimiento ferroviario de manera de unir a Río Turbio con Río Gallegos, al mismo tiempo que se construiría una ancha y confortable avenida que uniría a la ciudad con la boca de la mina.

En eso se invirtieron carradas y carradas de dinero, por un monto tal que hasta nos da vergüenza ajena el mencionarlo con números que, de cualquier manera serían inexactos por quedarse chicos, por yapas y vueltos no registrados.

Mientras que los resultados han sido: yacimientos que sigue sin producir carbón por tareas inconclusas de infraestructura y de mantenimiento. Una usina- eso sí, publicitada e inaugurada de una manera exuberante -que a poco de la iniciación de su construcción había modificado la manera de alimentar a sus generadores haciéndolo con gas ante la tardíamente advertida posibilidad de que la provisión de carbón resultara insuficiente, o fallara totalmente- quedara a medio terminar o hecha a medias, como se prefiera. La avenida entre la bocamina y la ciudad sin hacer, a pesar de haberse cobrado un no despreciable e ilegal anticipo. Del ferrocarril mejor no hablar.

No es de extrañar entonces que Julio de Vido y su más estrecho escudero estén presos. Que a ello se sume ahora la detención de Intendente de Río Turbio y algunos de su círculo más tempranos, y que el fiscal interviniente en la causa haya pedido se efectúen una veintena más de detenciones.

No llores por mí Argentina. Esa era la pegadiza muletilla de una opereta musical famosa, que nos ayudó a hacernos conocer en el mundo, sino tanto como Maradona y Messi, de cualquier manera mucho. Cierto es que, en cambio, deberíamos llorar por los ahora desesperanzados vecinos de Río Turbio, aunque ellos todavía, comprensiblemente, reclaman por la situación que viven, ya que no han despertado de la ensoñación que les provocó una larga fiesta.

A la vez que tampoco tenemos que llorar ninguno del resto de nosotros, empeñados en buscar la forma de superar los escollos que se acumularon en una década que se decía ganada, de manera de poder comenzar a avanzar a un mejor futuro, al que todavía nos queda demostrar que merecemos.

Enviá tu comentario