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De donde habría que concluir que casi nunca se quiere. Nos estamos refiriendo a la manera -dejemos de lado la cuestión de los tiempos- en que se está “poniendo en valor” el Boulevard Gaillard, desde Avenida Presidente Perón hasta el río.

Se trata de un trabajo encarado con prolijidad y hasta cabría agregar con esmero, en el que se observa la atención puesta aún a detalles ornamentales, como el que tiene que ver con las plantas que se vienen colocando. Es de esperar que la obra no quede incompleta, y que con la consulta de rigor a la invisible Comisión de Arbolado con la que se cuenta, se proceda en tiempo y forma a replantar primero y cuidad después los plátanos que existían en el lugar los que, según se afirma, por la necesidad de la obra de entubamiento llevada a cabo en el lugar, tuvieron que ser desarraigados.

Debe entendérsenos bien, lo que solicitamos respetuosamente -no está en nuestras maneras, como ocurre con tantas dirigencias sindicales, efectuar “emplazamientos”, ni “intimaciones”, ni formular “exigencias” o lanzar un “ultimátum”, dada no solo su improcedencia sino por cuanto actuar de esa manera está reñido con las buenas maneras- es que se contemple la posibilidad de volver a plantar plátanos, dado que los que allí estaban fueron sacado. Nada de espumillas ni de palmeras, porque lo que necesitan nuestras calles son árboles que den sombra, algo que se debió haber tenido en cuenta desde siempre, y con más razón en los tiempos futuros, con el alargamiento creciente de los veranos, como consecuencia del cambio climático.

Cuando se quiere se puede. De allí que tendríamos que llegar a la conclusión tristísima de que “no se quiere” -vaya a saber por qué razones- mantener las plazas como se debe, no olvidarse de atender al estado de las calles “hasta que llegue la plata de Bordet”, o encarar de la forma indispensable la restauración y extensión del área de arbolado público, sin dejar de atender el cuidado del número cada vez menor de árboles existentes en nuestras calles, como consecuencia del remedo que se hace en la práctica al famoso apotegma de Carlos Saúl Menem que decía más o menos así, “ramal donde los ferroviarios chillan, ramal que se cierra”, y que en nuestra situación lugareña, se lo ve adecuar de una manera implícita como “árbol que se seca o se lo tala, árbol que no se repone”. Lo que se traduce invariablemente en que quienes cuentan con automóvil, pero les falta sombra con que atajar el abrasador sol de nuestros estíos, terminen estacionando sus autos debajo del árbol que todavía permanece en pie al frente de la casa del vecino.

Concluimos con la repetición de lo dicho al principio con un añadido: es que es cierto que cuando se quiere se puede, pero también lo es que una golondrina no hace verano. No sin dejar de advertir que, más allá de lo que indica el dicho, no siempre podemos lograr “todo” lo que se quiere, porque de no ser así, con la sola voluntad todo se podría alcanzar.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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