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Para Nicolás Maduro, el “éxodo venezolano” es un montaje. La falta poco para decir que el “imperialismo” ha pagado millones de dólares a empresas cinematográficas de Hollywood; las que, a su vez, han contratado millones de extras a todo lo largo de nuestra tierra latinoamericana para “simularlo”.

No es extraño que su imaginación sea tan frondosa, ya que basta para demostrarla que no se le movía un pelo cuando se lo escuchaba decir que se comunicaba con Hugo Chávez, ya alojado en el Mundo de los Inmortales, gracias a un pajarito que hacía de permanente mensajero.

Pero los venezolanos migrantes existen. Y de ello puede dar testimonio, uno de los que trabajan en “esta casa” que de una manera totalmente azarosa se encontró con uno de ellos en la Estación Terminal de Ómnibus de Pacheco, cuando retornaba a Colón.

Fue allí que cuando, en uno de los largos bancos que existen en todos los andenes, nuestro compañero vino a sentarse en un lugar vacío que había en uno de ellos, al lado de donde lo hacía una joven mujer, según nos relató.

Entablando un diálogo que supuso iba a no ser otra cosa que el intercambio de palabras triviales propias de la ocasión, en el que se terminó enterando que esa joven mujer era una médica ginecóloga venezolana que al marcharse de su país vía Brasil hasta allí había llegado con el objeto de trasladarse hasta la localidad bonaerense de San Pedro, donde ya estaban radicados y trabajando unos amigos suyos de su misma nacionalidad, y que lo hacía “dispuesta a trabajar en lo que sea”, hasta obtener la reválida de su título universitario de manera de poder ejercer su profesión.

Tuvo tiempo de explicar a su interlocutor, que en Venezuela “había dejado todo”, inclusive su marido y sus tres hijos –en ese momento se la vio retener unas lágrimas que se las veía querer brotar de sus ojos, según el mismo relato- de quienes ella era tan solo una avanzada, ya que cuando cuente con dinero suficiente los “traerá”.

Lo así relatado no es más que un fragmento recortadísimo de una historia trágica, que les ha tocado vivir a decenas de miles de venezolanos que han llegado en estos últimos tiempos a nuestro país. Historia que a su vez se conforma, con infinidad de relatos parecidos, y que tiene una positiva contracara actual y local.

Es que cabe suponer que entre los que desde Venezuela llegan “hay de todo”, ya que eso es lo que ocurre en la viña del Señor, pero de lo que se habla sobre todo en Buenos Aires –lugar donde hay de ellos la mayor concentración- es para comentar de su amabilidad de trato, o lo que es lo mismo de sus buenas maneras, y el hecho que no “le hacen asco” a ningún trabajo, a lo que se añade una constante cual es que la mayor parte de ellos se encuentran “sobre capacitados” para el trabajo para el que se los emplea.

Todo lo hasta aquí descripto, tiene por objeto ver nuestra situación no solo laboral, sino existencial, utilizando lo relatado como telón de fondo.

Comenzado entonces por señalar que si nos llama la atención en los recién llegados su amabilidad en el trato y buenas maneras, es porque hace tiempo que este tipo de comportamientos casi han dejado de ser la regla, tampoco pueden considerarse la excepción. No en balde palabras como “guaso” y “guarango” sino han desaparecido totalmente de nuestra habla cotidiana se han vuelto de uso infrecuente. Así como la “grosería” ha perdido su carga de vituperio que en su momento tenía.

Es mucho más compleja una reflexión que tendría algo de explicativa que se escucha en Buenos Aires, por la que poco menos que se señala que “si los venezolanos que llegan se las rebuscan siempre para encontrar trabajo y lo consiguen, lo que sucede con nuestros desocupados es que no quieren trabajar”.

Algo que resulta inexacto, y es una muestra del error que se hace presente en la mayoría de las generalizaciones.

Es que en nuestras clases dirigentes, mientras no se les cae nunca de la boca el hablar de excluidos, marginales, y hasta de “descarte” o lo que es lo mismo de descartados, al mismo tiempo es poco y nada lo que se hace de verdad para la elevación de los más pobres a una situación que les devuelva su dignidad y que permita ayudarlos de verdad a que recuperen su auto estima.

Es que no solo depender de los llamados “planes”, que en la forma que están concebidos es condenarlos a mantenerlos permanentemente en una situación de “clientes”, y en el mejor de los casos de un gobierno que no los use como tales, nuestra progresiva “barbarización” (existen ya publicaciones europeas que hacen referencia a una vieja afirmación nuestra al titular a una nota aludiendo a la “africanización de América Latina”) se confirma con situaciones anecdóticas pero que en realidad transcienden esa característica para convertirse en situaciones ominosas.

Una de las cuales, es que han desaparecido muchos oficios. Los “jardineros” de profesión, por ejemplo, que sabían de verdad carpir y desmenuzar los terrones, podar y no mutilar ni talar, conocían el nombre de árboles y plantas, ocuparse de la sanidad de ellas, lo que significa reconocer las formas diversas en que son agredidas y defenderlas de ellas. En cambio hoy solo se observa la presencia y publicidad de “corta pasto”, o para decirlo de una manera más elegante de “cuidadores del césped”.

Lo mismo sucede frecuentemente en lo que respecta a la demanda de personal para tareas varias del servicio doméstico. Es que en ese caso no se puede llegar a lo insólito de que se ofrezcan personas que no saben “barrer”, sino que la mayoría de ellas “no sabe cocinar”, entendiéndose por esta habilidad no la de un chef, sino de la aptitud para preparar comidas sencillas, de esas que en casi cualquier casa se las cocina habitualmente.

Dejemos de lado el “coser y bordar”, para hacer referencia a una ineptitud grave en madres que no son precisamente primerizas, que muchas veces dependen de una casi innata asistencia no ya de sus madres, sino de sus abuelas (¡!) para que sus hijos crezcan e impedir que se mueran. Si hasta existen quienes en seguida dejan de dar de mamar, y llenan la mamadera no de leche sino de una conocida gaseosa…

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