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Cuando entro a la cocina, a la noche, lo hago con un diario plegado en forma de garrote. Sé que al encender la luz habrá sobre el piso o en las paredes un estampido marrón de cucarachas, siempre algunas triunfantes a mis golpes desmesurados. Luego la calma. Todos nuestros esfuerzos para echar a esos turbios comensales han fallado. Ya no sé si agarrotar el diario.

Tiene esto una explicación: recorren 1 metro y medio por segundo, lo que equivaldría a la carrera de un hombre a 310 km/hora.

Mi fracaso está plenamente justificado. Nos llevan cientos de millones de años de antigüedad, si no en mi cocina, sí en la vieja tierra, y se quedarán en ella probablemente mucho después que la humanidad entera sea un recuerdo.

Si papá en las noches de verano, buscando fresco en las veredas, nos advertía al pasar que todo era vano, que a la larga el mundo sería de las hormigas, se equivocaba: será de las cucarachas, que soportan las radiaciones atómicas, pueden vivir a -122° (no sé si F o Capara, cualquier escala es mucho), en los televisores, comer durante meses solo cristales de celulosa pura, refugiarse sobre la superficie del agua. No entiendo cómo el cine catástrofe no nos ha regalado aún una película sobre las cucarachas (creo que hay una, “Creep show” del año ‘82, pero no la vi).

¿Saben quién es Nadezha? Pues una cucaracha que los rusos llevaron en un satélite espacial y tuvo el honor de producir la primera descendencia concebida fuera de nuestra Tierra. De haber sido compañera de los dinosaurios, de quienes se alimentaban, la especie ha tenido un largo viaje. En aquellos tiempos median más de medio metro.

Ya el nombre tiene algo repugnante. Virgilio las llamó lucíferos (las que huyen de la luz). Lo que usamos es una forma despectiva de “cuco”: mariposa nocturna, oruga y el sufijo “acho” (pequeño). Quizá si la hubiéramos llamado lucíferos habríamos cambiado su destino. Sin embargo, hay una especie cuyos miembros son atraídos por la luz.

Existen 4600 especies de cucarachas, de las que solo 30 estarían adaptadas a ámbitos humanos y cuatro que pueden calificarse de pestes, en cuanto a las molestias que ocasionan. Un estudioso las describió así: “Tienen un refugio común, en el que viven superpuestas varias generaciones, son grupos abiertos, sin especialización de tareas, un potencial reproductivo igual entre sus miembros, gran dependencia social, llevan sus recursos a un centro de acumulación, la información social es transferible, reconocen a sus semejantes y puede haber interacción social entre los distintos grupos” (Lihoreau).

Un informe de la Universidad Complutense de Madrid dice que en cada vivienda española viven 4 mil cucarachas y por cada una que se deja ver hay cien escondidas.

Pueden -algunas especies- silbar o emitir chasquidos, dejan rastros odoríferos a su paso que sirven de guía a quienes las sigan. Algunos humanos perciben ese olor, lo cual afortunadamente no me ha ocurrido todavía. Tienen substancias que son potentes alérgenos: el 60% de los asmáticos de Chicago presentan esta condición y estos alérgenos pueden detectarse en casi entre el 20 y el 40% de las casas en aquellas en las cuales, supuestamente, no hay cucarachas. Las que viven en medios urbanos pueden ser portadoras de bacterias, virus y parásitos, no así las del campo. Parte de la culpa es así nuestra.

Colocan entre 300 y 400 huevos, que parecen criarse un tanto al azar, afortunadamente. Si a una pareja de cucarachas de la especie alemana, se les permite engendrar tranquilas y alimentar a su progenie, en solo dos años puede tener entre 2 y 3 millones de descendientes.

Y ya que aparecen en la cocina, y en estos tiempos, quizá orientales y mejicanos nos ofrecen la mejor solución: comerlas. En China hay más de cien granjas donde se crían como nosotros gallinas. Descabezadas y sin patas se las come fritas, guisadas, asadas, desecadas, en trozos. Esto tiene explicación: el aporte proteico supera en entre el 20 y el 40% al de las carnes. Y dado el daño que producen los gases emitidos por nuestras queridas vacas al efecto invernadero, no sería de extrañar que estas granjas pululen. Una idea para Macri, que no es paqueta, pero... es una idea.

En Nueva Orleans se las utilizaba en un té para el tétanos, ignoro su grado de eficacia.

Pueden perforar oídos de durmientes, comer las pestañas de los niños y enfermos. Sus patas inspiraron las piernas de los robots. Parece que pueden regenerar una pata si este le es seccionado. No sé si esto lo harán los robots por ahora.

Cuando regreso frustrado de la cocina, me pregunto si quebré el mandamiento evangélico de ser compasivo con los animales. ¿Por qué hacer contra las cucarachas lo que no haríamos con un perro o un gato? Solemos proteger los grillos, nos traen buena suerte, matamos mosquitos pero estos han sido y son responsables de millones de muertes a lo largo de los siglos, termino pensando que el destino individual de una cucaracha es bastante cruel, como el de muchos de nosotros, pero como especie parecen aguantarlo todo.

Un dicho venezolano para describir a un desubicado... “como cucaracha en un baile de gallinas”. ¿Estará así Maduro?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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