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En el 9 de abril pasado, se publicó en The New England Journal of Medicine un editorial firmado por la doctora Michelle Dossett y otros colaboradores, titulado: “Una nueva era. Medicina del cuerpo y del alma”. El artículo abogaba por la incorporación a los diversos tratamientos médicos ya disponibles, de las diversas técnicas de relajación y meditación, que deberían estar ya disponibles en los hospitales y tener su lugar en la academia. El trabajo es demasiado reciente para conocer la repercusión que ha tenido en ámbitos científicos. Si tenemos en cuenta que en Europa hay, o hubo hasta hace poco, 168.000 cursos por internet destinados a la enseñanza y práctica de técnicas de relajación, muchas de ellas basadas en corrientes místicas o religiosas orientales, es evidente que tanta oferta responde a una demanda, o por lo menos a una inquietud.

La meditación y las técnicas o ejercicios de relajación serían la forma de combatir el estrés, definido por la RAE como “la situación de un individuo o de alguno de sus órganos o aparatos que, por exigir de ellos un rendimiento superior al normal, lo pone en riesgo próximo a enfermar”. Si pasé alguna vez una situación estresante, no me la recordó lo que describe la Real Academia, me gusta más la corta y primera definición de The Pocket Oxford Dictionary: “Estrés (stress): presión o tensión o compulsión”. Esto sí lo he sentido y muchas veces.

El estrés es una situación aguda, de corta duración, más o menos intensa, de tensión física o emocional, producida por un acontecimiento que nos hace sentir frustrado, enojado o inquieto, y una reacción corporal que desafía esas demandas. Nos reclama para la huida o para la lucha. El organismo lo percibe: aumenta el pulso, la sudoración, la tensión arterial, el tono muscular, cambios vasomotores, pérdida de claridad mental.

La meditación modera las alteraciones mencionadas: disminuye la presión arterial y el consumo de oxígeno y la frecuencia cardíaca y relaja los músculos tensos, nos trae a la normalidad, no sin una fatiga residual. Creo que muchas, sino todas, las religiones del mundo han predicado la importancia de la meditación como una forma de despojamiento de los problemas y miserias terrenales o personales, están muchas veces centradas en un fin trascendente, se logra cierta paz, mejora el autoconocimiento y la empatía.

Cuando el estrés ocurre muy frecuentemente se cae en un estado de ansiedad: este tiene muchas de las características del estrés agudo, pero continúa después que el agente provocador ha aparentemente pasado, aunque quede reptando en el inconsciente. Aquí las cosas, desde el punto de vista de la salud, se complican, pues enfermedades como la hipertensión, la diabetes, la obesidad, las del aparato cardiovascular, y en las sombras las dolencias neurodegenerativas, están fuertemente asociadas al estrés. ¿Cómo puede ser esto? Pues el estrés provoca un estado inflamatorio, y éste favorece la arterioesclerosis y se inicia así una carrera llena de sorpresas y sobresaltos. La enfermedad hepática más frecuente de Occidente es el hígado graso no alcohólico, provocado por ese estado de inflamación crónica, pero los afectados fallecen de accidentes cardiovasculares, la dolencia hepática es un marcador de la enfermedad vascular silenciosa, hasta el momento en que ésta rompe a hablar.

El estrés crónico produce en el organismo una inflamación escondida y que tiene su explicación muy compleja y no del todo conocida, difícil como el dogma de la Santísima Trinidad.

En 1964, el doctor John Stoeckle presentó un estudio que mostraba que, entre el 60 y el 80 por ciento de las consultas de atención primaria, tenían un componente relacionado con el estrés: alteraciones en el funcionamiento gastrointestinal, cefaleas, dolores osteoarticulares, cansancio inexplicable, olvidos, mareos, disfunción sexual, alteraciones en el ritmo del sueño, ganancia o pérdida de peso, son muchos de los síntomas asociados al estrés crónico. Por todo esto, si la meditación y otras técnicas de relajación ayudan, sería un arma obviamente muy útil y el beneficio ocurre independientemente si el que lo practica cree o no en el método.

Si bien son también exitosas en el tabaquismo, fracasan en el abuso las drogas.

La palabra estrés data del griego stringere que significa tensión. Se usa desde el siglo XIV en relación a la resistencia de los metales. Hans Selye divulgó el término para explicar los hallazgos en ratas, que sometidas a diferentes provocadores de estrés, morían y presentaban en la autopsia los mismos hallazgos: hipertrofia de las suprarrenales, atrofia del tejido linfático y úlceras de estómago e intestinos. Lo interesante es la uniformidad de los hallazgos finales ante causas muy diferentes, un mecanismo de daño final común.

Y todas nuestras piadosas mujeres reunidas rezando el Santo Rosario o aquella otra sentada en el patio, despuntando el alba, que lo rezaba con unción, ¿tendrían activado los beneficios de la meditación y la relajación? He aquí el esbozo de una investigación médica: control de la TA y de la frecuencia cardíaca en aquellos que rezan el Rosario, antes y después. A rezar, en estos y todos los tiempos.
Fuente: El Entre Ríos

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