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Gran verdad hay en eso que cada vez hablamos peor. No es el caso recontra explicable de los bien chicos que lo único que saben es balbucear. O de los viejos -sí ya sé que debo mencionarlos como ancianos, pero llamarlos así me da la impresión de que los quiero más-, de los viejos digo, que un poco sordos los pobres adquieren la costumbre de hablar bajito, algo que hace difícil el escucharlos y más entender lo que quieren decir.

El que hablamos cada vez peor se lo prueba, por un lado, viendo como han arruinado el habla de todos los días, el de gente sin ninguna pretensión de hacerse ni el fino, ni el finoli, llenándolo de malas palabras y groserías que se repiten a cada rato, cuando están con bronca, por enojo; cuando están contentos, por diversión; y cuando están panchos porque no imaginan que pueda haber otra manera de abrirse y comunicarse, como ahora le dicen.

También es cierto que todos esos comunicadores que han venido para poner a un costado en la radio y la televisión a los viejos locutores, mejor dicho los señores locutores como eran los de antes; los nuevos llenan los silencios que no tienen más remedio que llenar, porque precisamente para eso les pagan y para eso están; con palabras no sé si recompuestas o descompuestas y fuera de lugar.

¿Se imaginan lo bueno que sería inventar una radio silenciosa que cuando está encendida se limitara cada tanto a decirnos “sigo estando aquí, para darte compañía”?

Pero la verdad es que hay palabras que parecen trabalenguas y es por eso que muchos al pronunciarlas, por ese ser trabalengüistícas, les cuesta hacerlo correctamente. Es cuestión de dificultad; no es que sean mal hablados.

Ese es el caso de la palabra “croqueta”, que dicho sea de paso me lleva a mencionar a quién se le habrá ocurrido ese nombre para llamar a una cosa tan rica y tan a gusto de comer, que si puede resultar difícil mencionarla como corresponde, es tan fácil y delicioso el masticar.

Es que según me he anoticiado, hay quienes las llaman “crocretas” con lo que casi está bien; pero otros más imaginativos o duros de lengua se refieren a ellas como “cloquetas”, o “crocletas”, palabras que de solo escribirlas me producen mareo.

Pero hay más, porque ahora a uno de esos no sé qué, que se creen señores del idioma, se le ha ocurrido declarar que la palabra “cocreta” no existe porque no está en el diccionario, como si necesitara de eso para existir. Y que es igualito a esas noticias falsas o “fakes no sé cuánto” que ahora han aparecido, solo para confundir.

Pero en realidad, la pregunta que importa es a quién no le gustan las croquetas o como quieran llamarlas. A mí me gustaban mucho unas que conocía como “bombas de queso”. Y que lo eran. Rellenas de ese material, envueltas de puré de papas y rebozadas con huevo y pan rallado. Y obviamente fritas.

Lástima grande es que no encuentro quien ahora las sepa preparar.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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