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Dicen que dicen que decía mi tatarabuelo -soy parte de una familia tan unida, que ni siquiera dejamos tranquilos a los muertos, y los tenemos presentes como si estuvieran vivos- que si no se era anarquista o maximalista, como al parecer en esos tiempos se les decía a los marxistas, que “a los ricos solo se los ve unidos, cuando les entra el miedo”. Con lo que parece darse a entender que, de no ser así, sino andan a mandoble limpio, buscan sacarse los ojos.

Por mi parte, no estoy seguro de que las cosas sean de esa manera, ya que he visto a esos que mi “tata” entendía por ricos, que tanto en las buenas como en las malas se cortan solos. En fin, qué le vamos a hacer, porque ya se sabe que la libertad es libre y en cada familia hay de todo y para todos los gustos. Aunque también hay que decir que es cierto que la familia unida no será jamás vencida, como lo leí en el “Martin Fierro” creo recordar, o si no en otra parte.

A decir verdad, esta “disquisición” como dice un vecino viejo que se la cree, salió al pasar cuando mi tío que estaba de visita me comentó con más resignación que enojo, que los desconocidos de siempre habían desvalijado un comedor escolar que funciona en una barriada con grandes y chicos con “problemas nutricionales”, como dicen muchos de los que se horrorizan ante la palabra HAMBRE, por lo que el comedor terminó cerrado hasta -la boca se me haga a un lado- que las velas no ardan.

Y fue ahí cuando salió a relucir el dicho de mi tatarabuelo, que no era sino el bisabuelo de mi tío, todo como despiste de una cuestión de mucha miga, aunque difícil de saber qué gusto tiene.

Se trata casi de la pregunta del millón. Porque gira en torno a una cuestión verdaderamente peliaguda, como es la de si los pobres son en el fondo realmente solidarios entre sí. Planteado de la manera menos cruel, si eso de la ayuda mutua y la compasión que aflora es no otra cosa que un camelo, o algo que se da en su realidad preñada de desventuras.

Una vez más no pudimos ponernos de acuerdo, a pesar de lo mucho que nos queremos y del respeto que siento por él. Es que si se miran bien las cosas es tan raro como mi bisabuelo, incluso en su manera de ver las cosas al revés de aquél. Y para sostener que cada pobre tira también para su lado, ya que todo el mundo se rasca para adentro -se ve que no es nada mezquino y a la vez bastante obtuso a la hora de generalizar- y en estos se incluyen los que menos tienen, porque no son distintos a los demás.

Incluso apeló a la biología, o zoología o no sé qué -me pongo mal cuando lo escucho hablar como si fuera el nazi que no es- hablándome de los animales hembras que se comen a sus crías, o de los insectos hembras que matan al macho después del apareamiento.

Por mi parte seguí firme en mi treces, porque sigo convencido que de la pobreza nace la solidaridad como única forma de poder sobrevivir, y que ellos tienen la fortuna de tener mayores posibilidades de ponerse en el lugar de los demás, que aquellos para los que la vida es un perpetuo abanicarse o un surfear.

Lo único en lo que flaqueé fue al preguntarme si estaremos tan mal que nos toca ver a pobres peleando contra pobres, o si entre ellos hay algunos que no solo están desnudos de moral, sino que parece no quedarles ni una pizca de piedad.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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