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Cuestión de palabras
Acabo de leer, al repasar los diarios luego de mi receso, dos frases que me golpearon por motivos diferentes.

La primera es una de Felipe Solá, exgobernador de la provincia de Buenos Aires, y ocupante de muchos cargos más, el que luego de enrevesadas y sucesivas piruetas, ahora se ha acercado a Unidad Ciudadana -la actual marca de Cristina Kirchner- desde la que se ofrece para ser candidato presidencial.

Es desde ese lugar, donde dio pie a ser entrevistado por el diario capitalino El Cronista, ocasión en la que al ser interrogado acerca del persistente tema de la corrupción, generalizada a lo largo de la década ganada, se atajó explicando que tengo 31 años de funcionario público, no he tenido nunca problemas de corrupción. Algunos de los míos pueden haber robado algo, pero si fue así no me di cuenta. No es que sea infalible. No soy corrupto ni acepto corruptos. Un inteligente argumento que bien podría ser tenido en cuenta, para ser utilizado por muchos de los funcionarios de esa época, a los que en la actualidad se los ve transitando por tribunales.

La otra frase que no solo me golpeó, sino que me molestó, por no causarme como aquélla gracia, fue una extraída esta vez de las declaraciones del jefe de gobierno porteño Rodríguez Larreta, que al ser entrevistado por un reciente caso de puerta giratoria que una jueza de su ciudad abrió a un colombiano detenido al encontrárselo cometiendo en flagrancia un delito de rapiña callejera. El funcionario manifestó que estoy un poco caliente por el caso de la jueza que liberó al motochorro tres veces condenado. Un tipo con pedido de expulsión de la Argentina judicialmente declarado, al que volvieron a agarrar en Boedo y lo liberaron en 24 horas...

No puede dejarse de mencionar que en referencia al mismo tema el presidente Macri, en un mensaje subido a su cuenta de Twitter, había escrito que las fuerzas de seguridad están haciendo su trabajo en la calle pero con una Justicia así no hay policía que alcance. Es indignante el caso de la jueza que nuevamente liberó a motochorros con antecedentes penales y prohibición de ingreso al país.

No es mi propósito en la ocasión formular juicio alguno respecto a los hechos referidos, ni al proceder de la jueza en esos dos y otros casos, por otra parte similar al de otros magistrados en casos parecidos. Ni tampoco si es apropiado que funcionarios como los mencionados formulen valoraciones acerca de la decisión de los integrantes de otro poder independiente.

De mi interés resulta, en cambio, poner el foco de la atención en la manera en que se expresó Rodríguez Larreta, en contraste a las palabras presidenciales de Macri. Es que si bien ambos en la oportunidad vinieron a hacer público el mismo sentimiento, mientras el último habló de indignación, el primero lo hizo de calentura.

Habrá quienes se sorprendan, al verme hacer tanta alharaca, por una cuestión en apariencia nimia. Lo que sucede es que en realidad la nimiedad no es tal, ya que Rodríguez Larreta desde la posición expectable que detenta, ha dado muestra de una grave ejemplaridad negativa, al sumarse a todos quienes contribuyen al deterio de nuestro lenguaje.

Cierto es que siempre ha existido una diferencia en lo que podríamos tener como lenguaje, al que mal adjetivamos cuando lo designamos como formal, y a aquél que cabe señalarlo como el coloquial, pero no se puede dejar de advertir la gravedad de que se contribuya a que no solo se acorten en forma negativa las distancias entre uno y otro, sino que se termine (como parece se insinúa está ocurriendo) que el lenguaje coloquial venga a desplazar al que he dado en llamar formal. Circunstancia que en nuestra sociedad resulta evidente: ya que da la impresión que avanzamos a optar por la peor versión del lenguaje coloquial, que es aquél que da cuenta de una grosera incontinencia.

Es que no es un argumento baladí, el advertir que el lenguaje, no solo es lo que nos hace humanos, sino que además es la manera más expresiva de comunicarnos, y como consecuencia de interactuar; ayudar a empobrecerlo no es saludable, con el agravante que su deterioro se traslada a los comportamientos.

De donde un lenguaje que comienza por ser de una manera generalizada chabacano, se vuelve en forma casi simultánea fácilmente grosero y agresivo, para convertirse en el medio en el que aflora un odio que lo impregna, todo lo cual como he dicho y ahora lo remarco, termina modificando las conductas.


De donde el hablar con corrección no es solo una cuestión de buenas maneras, sino que es una parte de los puntales a partir de los cuales se hace posible fundar una auténtica convivencia, en cuanto tiende a la armonía.
Cuando el presidente mexicano López Obrador se hace presente
La sociedad mexicana actual está casi por completo desastrada por la conjunción de una corrupción endémica y la presencia de un narcotráfico que no solo pone en cuestión el monopolio de la fuerza, propio del Estado, sino que es también generador de perversas adiciones y de una violencia extrema, todo lo cual lleva a que se la vea como una Nación postrada, sin que la prepotencia de Trump sea apenas otra cosa que una llovizna sobre lo que estaba mojado.

Es en ese escenario, en el cual hace muy poco Andrés Manuel López Obrador -conocido en Méjico como AMLO, resultado de haber apocopado su nombre y apellido en una sigla- ha asumido la presidencia de esa Nación, luego de insistir en repetidos intentos fallidos de ocupar ese cargo. Considerado como un hombre de la izquierda moderada, y ubicado en las fronteras del sistema, y cuidando de no sucumbir a la tentación populista, ha sorprendido con una propuesta en apariencia insólita.

La que muestra una lejana asociación con el meollo de mis consideraciones precedentes y explica el salto que de esa manera doy desde nuestra Patria a la suya. Se trata del anuncio de su intención de que en Méjico se elabore y se tenga por norma de derecho lo que él denomina la Constitución Moral de ese Estado, la que de allí en más, de una forma que todavía suena a imprecisa, vendría a complementar su Constitución Política. Una constitución esta última, la que tiene la distinción, y es buena la oportunidad de destacarlo, de haber sido la primera expresión del constitucionalismo social, por su sanción en la segunda década del siglo pasado, precediendo a la sanción de la alemana, conocida como Constitución de Weimar, que resulta el ejemplo más conocido de esa reorientación en materia constitucional.

Infiero que la intención de AMLO (por más que existen quienes en ese país miran su propósito, en el mejor de los casos con mucha desconfianza) no sería otro que buscar la reconversión moral de esa Nación apelando entre otros medios a esa carta, como sustento de una reordenamiento social profundo.

Todo ello atendiendo a las propias palabras del presidente, quien al lanzarla argumentó que los corruptos no han podido acabar con los valores del pueblo de Méjico, pero éstos necesitan fortalecerse.

A la vez, mientras se avanza en plasmar esa idea, el gobierno de Méjico comenzó la distribución de la reedición de la Cartilla Moral redactada en 1944 por Alfonso Reyes, quién merece destacarse, es considerado uno de los máximos pensadores mejicanos de todos los tiempos, a quien se le conoce en ese país como “el mejicano universal”, por ser escritor, diplomático, secretario y gobernador.

La mencionada Cartilla Moral (de la que en un apartado se inserta un resumen efectuado por su propio autor) parte de la base que la moral humana es el código del bien. La moral nos obliga a una serie de sus respetos. Estos respetos están unos contenidos dentro de otros. Estos son los respetos: a la persona, en cuerpo y alma; a la familia; a la sociedad humana en general y a la sociedad en la que toca vivir; a la patria; a la humanidad.
Qué decir ante todo esto
Debemos ahora ver las conclusiones extraíbles de este recorrido que nos ha llevado de una manera casi incomprensible de Rodríguez Larreta a López Obrador.

Comienzo haciendo referencia a la intención del mejicano de aplicar una cartilla y sanción una suerte de ley suprema moral. A ese respecto, y más allá tanto de esa intención suya que presumo sana como de las críticas hasta malévolas que ella ha provocado, descreo que contar con nuevas normas -por otra parte tan viejas como son las morales- tenga las consecuencias que ese presidente espera.

Ya que lo que de él se requiere, es que se ciña a lo que la ley constitucional manda, y lo haga cumplir por todos. Ya que de lo que se trata, tanto allí como acá, es lograr revivir valores, relativizados hasta vaciarlos de contenido, y de ajustar a ellos los comportamientos de cada uno y de todos, en tanto que su generalización los vuelve colectivos.

Y debo confesar que ante la dimensión del desafío ya que soy consciente de que no hay un libro de texto, de esos tan comunes destinados al cómo hacer infinidad de cosas, a lograr un objetivo como el buscado, que en realidad no es otro que abrir otra picada de manera de hacer posible que nuestras conductas sean funcionales al proceso institucional marcado por las normas vigentes.

En ese sentido es que tengo por valioso y rescato algo que señalaba Alfonso Reyes, y en lo que creo suponer que coincide López Obrador, cual es la importancia del respeto y los respetos.

Ya que el concepto de respeto lleva implícito el de límites, algo que nos muestra las dificultades de plasmarlo en conductas, en una sociedad como la nuestra en la que existen momentos en que da la impresión de ser ganada por la desmesura. Algo, que aunque no tengamos siempre la conciencia de ello, no significa otra cosa que torcer el rumbo, con el peligro que significa convertirnos en una tribu.

Volviendo a Rodríguez Larreta y esa suerte de incontinencia formal en materia lingüística, considero que no está desencaminado, para evitar el peligro de la regresión tribal, buscar la manera de cuidar aun las palabras utilizadas en el lenguaje coloquial...
La Cartilla Moral: resumen de su autor
Primero, el respeto a nuestra persona, en cuerpo y alma. El respeto a nuestro cuerpo nos enseña a ser limpios y moderados en los apetitos naturales.

Segundo, el respeto a la familia. Este respeto va del hijo a sus padres y del menor al mayor. El hijo y el menor necesitan ayuda y consejo de los padres y de sus mayores. Pero también el padre y la madre deben respetar al hijo, dándole sólo ejemplos dignos. Y lo mismo ha de hacer el mayor con el menor.

Tercero, el respeto a la sociedad humana en general, y a la sociedad particular en que nos toca vivir. Esto supone la urbanidad, la cortesía y el compañerismo y, al mismo tiempo, evitar abusos y violencia en nuestro trato con el prójimo.

Cuarto, el respeto a la patria. Es el amor a nuestro país y la obligación de defenderlo y mejorarlo. Este amor no es contrario al sentimiento solidario entre todos los pueblos .Es el campo de acción en que obra nuestro amor a la humanidad. El ideal es llegar a la paz y armonía entre todos los pueblos.

Quinto, el respeto a la especie humana. Cada persona es como nosotros. No hagamos a los demás lo que no queremos que nos hagan. La más alta manifestación del hombre es su trabajo. Debemos respetar los productos del trabajo, cuidar los bienes y servicios públicos y evitar desperdicios.

Sexto, el respeto a la naturaleza que nos rodea. Las cosas inanimadas, las plantas y los animales merecen nuestra atención inteligente. La tierra y cuanto hay en ella forman la casa del hombre.


Rocinante
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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