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En torno al cuidado del cuidado del ambiente ha habido cientos de debates, conflictos y propuestas que buscaban, en definitiva, adaptar las reglas del juego para que el daño fuese menor. Como en algunas otras cuestiones de la vida, el juego de suma cero entre ambientalistas y no-ambientalistas no soluciona nada. La pregunta, entonces, es la siguiente ¿Existe alguna posibilidad de mediación entre los que pretenden ser los protectores de la naturaleza y el resto?

Matt Levine, un columnista de Bloomberg, escribía, algunas semanas atrás, un artículo interesante relacionado con la incógnita que planteamos. ¿Exactamente sobre qué? Sobre los bosques maderables y la industria maderera en general. ¿El objetivo es prohibir la tala de árboles? No, prohibir no es la palabra correcta. Lo que se busca es incentivar a que algunos bosques no sean talados. ¿Y cómo se logra eso? Con dinero.

Levine comienza su artículo utilizando la tala de árboles como ejemplo para explicar el Teorema de Coase. Según dicho teorema, los costes de negociación entre individuos son bajos y sobran los medios para evitar que las distintas partes sufran daños. Si el dueño de un terreno gana $500 por talar un árbol y el vecino pierde, digamos, el equivalente a $1000 por ello (ya sea porque el árbol almacena dióxido de carbono, porque le da sombra o porque le mejora el paisaje), éste podría intentar alcanzar un trato. ¿Cómo? Ofreciendo, por ejemplo, $750 para que el otro no tale el árbol. Ambos ganan: el que hacía negocios talando, gana $250 por no proceder con su trabajo y el vecino entrega dinero, pero queda en una mejor situación (pierde $750 en vez de $1000).

Este teorema, basado en un mundo ideal, difícilmente pueda sostenerse cuando más personas entran en la ecuación, dice Levine. En un mundo de 8 mil millones de habitantes, donde la tala del árbol sigue valiendo $500 por unidad, es casi imposible coordinar para que todos compensen al leñador a cambio de que no trabaje de lo que le da de comer.

En este sentido, el teorema de las tragedias comunales tiene más peso y es el más utilizado por los más fervientes defensores del ecologismo a nivel global. ¿Qué sostiene? Que los individuos, motivados por el interés personal, y actuando racionalmente, terminan por destruir un recurso limitado compartido, o bien común, aunque ni a ellos les convenga. Por ejemplo: muchas industrias emiten gases de efecto invernadero a gran escala, motivados por las ganancias económicas que hay detrás. Nada raro, nada fuera de lo común. Ahora bien, la emisión de esos gases puede afectar al planeta y a cada uno de los individuos y, consecuentemente, a la industria misma, que en el corto plazo no pensó ni tuvo en mente las consecuencias.

De todas maneras, el ser humano ha sabido cómo escaparles a muchos de los desenlaces predichos por los apocalípticos. Con las huellas de carbono y sus efectos puede ocurrir lo mismo. Se piensan muchas soluciones de forma constante, pero hay una, en el corto plazo, que puede sonar interesante, práctica, y es de la que habló Levine.

El mundo cambia y los discursos también. Los reclamos que se hacen desde la base de la sociedad pueden llegar a formar parte del discurso o la agenda de los gobiernos y de las empresas. Algunos entes gubernamentales de diferentes rincones del planeta se suman a la causa y motivan a las empresas a reducir sus emisiones o a innovar su producción para que sea más amigable con el ambiente. Por otra parte, cuenta Levine, también los accionistas, acreedores y clientes de las grandes empresas presionan a éstas para que cuiden el ambiente.

Hay presión y hay intenciones de mejorar. Abundan, además, los que hacen negocios con el cuidado del ambiente. Aquí viene el caso que menciona el columnista Levine. SilviaTerra, protagonista de esta historia, es una compañía que, de alguna manera, intenta hacer posible aquel acuerdo que utilizamos para explicar el Teorema de Coase. Vendría a ser un intermediario entre empresas (Microsoft Corp. o Royal Dutch Shell PLC, por dar dos ejemplos) y entre aquellos que quieran monetizar sus bosques, es decir, sus reservas de carbono en pie. Básicamente, SilviaTerra estudia cuánto dióxido de carbono pueden almacenar los árboles ubicados en el terreno de la persona X, cuánto emite cada empresa y cuánto deben y pueden pagar los propietarios de esas empresas para compensar el daño que provocan sus emisiones. En otras palabras, las empresas pagan por emitir gases de efecto invernadero y los dueños de los bosques madereros reciben más dinero manteniendo los árboles en pie que lo que recibirían en el caso de decidir talarlos y comercializarlos.

Por supuesto que hay muchas cuestiones de por medio imposibles de resumir en un artículo. Una de ellas, el criterio que utiliza SilviaTerra para decidir cuáles terrenos son útiles para la compensación forestal. Lo importante, como dice Levine, es que las grandes empresas pueden y cada vez más quieren avanzar con esta modalidad, que puede ser mucho más eficaz para la causa ambientalista que tratar de convencer a 500 millones de almas de tirar la colilla del cigarrillo en un tacho. Hay, entonces, un canal de mediación, una solución posible, entre los intereses de quienes se desviven por el cuidado del planeta y los que quieren preservar sus negocios y sumarse a la causa sin reducir drásticamente sus funciones (lo cual tendría efectos adversos en la economía).

Para cerrar, algunos interrogantes llamativos: ¿Explica esto el tremendo aumento en el precio de la madera en los Estados Unidos (hay mucha demanda y menos oferta)? Difícil de medir. El precio de la madera, al igual que el del resto de los commodities, aumentó muchísimo, y puede deberse también al boom de la construcción ahora que la pandemia está mega controlada en el gigante del norte.

¿Habrá cambios rotundos en el uso de la madera o en el funcionamiento de los aserraderos? ¿Pueden estos cambios afectar a la industria maderera en Entre Ríos? La cadena foresto-industrial es muy importante para la economía provincial, pero los cambios del mundo pueden llegar, y llegan tarde o temprano, a la Argentina. No quiere decir que los aserraderos o la cadena productiva se vean afectados, pero sí que puede haber ciertos cambios que hoy no están a la vista, porque hoy pocos saben que no talar los bosques también puede ser un buen negocio.
Fuente: El Entre Ríos

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