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Esa es una pregunta que todos deberíamos hacernos, luego de mirar en nuestro entorno la que, en nuestro caso, volvió a aflorar luego de enterarnos de la caída de la histórica encina existente en la Plaza 1 de mayo de la ciudad de Paraná, en un accidente que no fue tal, ya que ello ocurriera no fue causado por el viento, sino que ha sido eventualmente resultado de la falta de cuidados que ese añoso árbol merecía.

Se estima que la misma fue plantada hace más de 140 años (¡¡!!) dado que pudo comprobarse, al observar en detalle su tronco partido, que él mismo estaba afectado por un proceso de descomposición, que impedía que cumpliera su función de sostén de su copa. Y como puede verse no se trata de un árbol cualquiera, no solo por su longevidad. Algo que lleva a preguntarnos, cuántos de los muchos que pasaban por esa plaza al mirarlo le prestaban la debida atención. Y de éstos a su vez, el número quiénes conocían el nombre de la especie de la misma, ya que resulta difícil apreciar el tesoro que representa todo árbol, y por ende que el mismo despierte nuestro afecto, en el caso de desconocerlo.

Y debe darse por descontado, sin que ello signifique nada parecido a una reprimenda, dado que no es algo de nuestra incumbencia, que son muy pocos los que recuerdan que la encina –que Cervantes cita 20 veces en El Quijote- es el árbol nacional de España. A lo que cabe agregar que se puede leer en las páginas del libro de un célebre autor de esa nacionalidad, que hubo un tiempo muy lejano, en que en el sector español del Mediterráneo las encinas eran tantas, que un mono podía ir saltando de una a otra, desde el Peñón de Gibraltar hasta los Pirineos, sin pisar en momento alguno el terreno. Algo que viene a decir que la matanza de árboles a través de deforestaciones extensas, no tiene en el arboricidio, que se sigue cometiendo en la Amazonía, el único mal ejemplo. Y que a la vez lleva a interrogarse acerca de ese desamor a los árboles que cala tan hondo entre nosotros, y el que es indudablemente una grave carencia de la personalidad del argentino promedio, no guarda algún tipo de relación con nuestros ancestros hispánicos.

Mientras tanto, no puede dejar de destacarse que se nos ocurre posible que la cantidad de árboles centenarios que puedan encontrarse en el entorno de toda comunidad, es una manera práctica de medir el sentimiento que aquéllos han despertado a lo largo de las décadas. Y que su ausencia viene a decirnos, de una manera indirecta, tanto del comportamiento de nuestros antepasados al respecto, y también del nuestro. Ya que no solo en estos tiempos de cambio climático, la abundancia de árboles no solo contribuye a evitar la desertificación – las tierras secas significan el 70 % de nuestro territorio nacional-, sino que al absorber anhídrido carbónico de la atmósfera contribuyen a atenuar los aumentos de temperatura en el medio ambiente.

De donde la consigna no debería ser tan solo lamentarse por la encina caída, y por tantos otros ejemplares, que por circunstancias diversas, entre las que no es la menor la de haber sido tronchados, se les impidió transponer la centuria –se dice que la encina puede en su vida sobrepasar el milenio- , sino tanto la de prestar especial atención a los árboles con los que contamos, y determinarnos a seguir haciéndolo en forma tal que nuestras localidades e inclusive nuestras rutas, den acogida a los árboles….

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