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Uruguay, de los pocos que volvieron a clases
Uruguay, de los pocos que volvieron a clases
Uruguay, de los pocos que volvieron a clases
La educación es uno de los pilares de cualquier estado. Es la base para tener una sociedad preparada para la vida en democracia, para el progreso personal y para el desarrollo de un país en el mediano y largo plazo. Si bien la mayoría de los sistemas educativos públicos de Sudamérica contaban, de antemano, con enormes deficiencias, la cuestión pareciera estar empeorando mucho más desde el arribo de la pandemia al cono sur.

La suspensión de clases presenciales es parte de un cúmulo de medidas destinadas a frenar la circulación del coronavirus. Al principio parecía ser una decisión inobjetable la de evitar que los adolescentes y niños fuesen a las escuelas, pero con el pasar del tiempo uno se atreve a pensar en el daño que esto genera en Argentina y en el resto de los países sudamericanos que aún no han podido regresar a la normalidad.

Han habido intentos para paliar la situación: difusión de contenido educacional a través de medios audiovisuales, clases virtuales a través de diferentes plataformas web, portales virtuales para acceder al material escolar obligatorio, etc. Las medidas variaron de país en país en el subcontinente, siendo Uruguay (debido a un plan de inclusión tecnológica que se sostuvo con los años y a pesar de los cambios de gobierno) el país, tal vez, mejor preparado para la situación, y Venezuela todo lo contrario, donde solo se “aprende” a través de la televisión y la radio. No fue ni es suficiente con estas medidas. Los problemas se aceleran a pasos de gigante.

No hay que dejar de pensar en lo vital que es para los alumnos el poder asistir a la escuela y en lo poco que se habla de ello. Salvo en Uruguay o en algunas islas chilenas, las escuelas siguen cerradas. Incluso hay quienes dicen que no hay que apurarse por revertir la situación, a pesar de que los más jóvenes son los que menos se contagian y los que menos contagian. No solo eso, sino que abundan los pueblos o ciudades pequeñas donde no hay casos pero que por “precaución”, o por falta de presentación de planes de parte de autoridades locales, provinciales o municipales (hay excepciones), no hay avances en esta materia.

Como contaban Guadalupe Rojo y Juan Negri en La Nación, la cuestión del regreso a las aulas no predomina en los debates públicos de nuestro país básicamente por lo siguiente: porque los niños y adolescentes no son un grupo de presión significativo, porque se tiene una percepción negativa de la escuela y por la invisibilidad de buena parte de las secuelas en el corto plazo (diferente a lo que ocurre al ver comercios y locales gastronómicos cerrados). Esto se podría trasladar también al resto de los países de la región.

¿Y cuáles son estas secuelas que tanto deberían preocupar? Todos los alumnos sufren daños psicológicos y emocionales frente a la imposibilidad de asistir al lugar donde deberían formarse como personas, como ciudadanos, y frente a la pérdida de un espacio donde practican actividades recreativas con amigos y compañeros. Peor aún, salvo excepciones, la mayoría de los alumnos están perdiendo capacidad de aprendizaje, están atrasándose en sus estudios porque no tienen acceso a todo el material educativo o porque simplemente no tienen fuerzas para seguir el ritmo escolar desde sus casas dadas las condiciones en las que se encuentran.

Según una encuesta de Datafolha, un tercio de los padres teme, en Brasil, que los hijos abandonen la escuela después de la pandemia. Los testimonios son claros. La desmotivación, la situación tensa que se viven en muchas casas a causa del encierro, y la falta de contacto entre profesores y alumnos para escuchar las dificultades que éstos atraviesan día a día encarece por completo el rol educativo y pedagógico de la escuela. Como si fuera poco, la fuerte caída de la actividad económica en el mundo y en la región hace que el abandono o el desinterés por la educación aumente, ya que muchos adolescentes deberán trabajar varias horas para ayudar a sus familias a mantener el nivel de vida previo a la pandemia ¿Qué nos hace pensar que esta coyuntura no se replica en el resto de los países de Sudamérica, incluso Argentina?

Allí donde no hay contención familiar o de algún otro tipo, donde no hay medios para hacer más llevadera la vida escolar en cuarentena, o donde hay urgencias económicas, hay riesgo de abandono escolar. Y si no se abandona la escuela, es casi inevitable que los alumnos no se atrasen. Y en caso de que no se atrasen o se atrasen poco, pierden acceso a uno de los lugares donde pertenecen, además de que les genera un daño que difícilmente pueda ser justificado en un futuro.

Los sistemas de educación públicos de los países sudamericanos fueron decayendo con los años, salvo excepciones. A pesar de ello, debieran ser los lugares donde los ciudadanos del mañana se forman para progresar en sociedad. La educación es una de las grandes deudas de la democracia no solo aquí, sino en toda la región. Es evidente que ninguno de los gobiernos, menos aún el nuestro, está siendo consciente del daño que genera posponer la vuelta a las aulas para poder revertir los problemas en esta materia. Se ahondan las desigualdades donde no debiera haber y se evita hablar del daño que genera la cuarentena en quienes participan de las escuelas públicas, las cuales cada día pierden más espacio como instancias formativas o mismo como instancias de recreación.

Si bien el costo político de cerrar las escuelas es bajo, por lo dicho anteriormente, debe pensarse seriamente en la vuelta a clases. No hay excusas sanitarias allí donde el número de casos es poco significativo. No hay excusas si se arman protocolos sanitarios para retornar de la manera más segura posible. No hay excusas si se piensa en el mañana, cuando todo los desmanejos de hoy se vean reflejados en generaciones que no fueron educadas y atendidas como correspondía.
Fuente: El Entre Ríos

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