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La prolongada sequía que dejamos atrás, ha significado un grave revés para la producción agropecuaria. Tal como lo señaló un productor, “es como si hubiera vuelto Cristina, mutada esta vez, no en abogada exitosa, ni en arquitecta egipcia, sino en espíritu fantasmal, jugando con las nubes”.

Ironías envenenadas aparte, lo cierto es que la abrupta caída que significó el fenómeno en el volumen de producción granaria, vino a mostrar la importancia mayúscula que tiene la actividad agropecuaria en la marchas de la economía nacional, e inclusive en las finanzas públicas en particular, con olvido –como es común de golpazo que ha significado para el productor.

Pero concretamente nos referimos a una situación especial que afecta a una categoría de productores de nuestra provincia y de nuestra región, en lo que aquí remarcamos está referida a su “cuenca arrocera”, en especial a la de nuestro Departamento, así como los de San Salvador y Villaguay. Antes de llegar a esa concreta circunstancia, resulta oportuno hacer referencia a las amargas reflexiones de un productor de ese grano y directivo de la Fundación ProArroz, quien pinta al respecto un cuadro más que preocupante, sobre el contexto de esa actividad.

“En estos últimos 10 años –ha señalado- hubo un decrecimiento de la producción de arroz en Argentina. En 1998 Argentina llegó a plantar 290 mil hectáreas y hoy estamos en alrededor de 200 mil, además llegamos a producir alrededor de 1.7 millones de toneladas y actualmente estamos en 1.2 millones. Hubo una caída de alrededor del 30 %.”

“Además - agrega- hay un incremento muy grande de la cantidad de productores que abandonan este cultivo... En el año 2000 teníamos 620 productores en la provincia de Entre Ríos, en 2010 bajamos a 347 productores y este año (por el pasado) no vamos a llegar a 200. Es decir que en 7 años la mitad de los productores de arroz de Entre Ríos dejó el cultivo. Hay productores que plantan a gran escala y se mantienen, pero los pequeños productores van desapareciendo.”

La falta de lluvia, no tiene una incidencia fundamental, según nos dicen, en los rendimientos de la producción de arroz, siempre que haya agua para regar los cultivos y días de mucho sol. En la última campaña el sol es lo que sobró, pero la falta de lluvias llevó la utilización de agua subterránea a volúmenes extraordinarios.

A ello se agregó, según otras fuentes, que como los productores medianos y grandes combinan la siembra de arroz con la de soja, y este año la cosecha de soja fracasó, esos productores para poder cumplir con sus compromisos financieros, tuvieron que disponer del arroz cosechado que habitualmente retenían a la espera de un precio mejor, con lo que se saturó la plaza y el precio del grano bajó.

Pero no es a esta circunstancia, a la que queremos hacer especial referencia. Sino al hecho que el aprovechamiento del agua subterránea, no resulta gratis como la que cae del suelo, ya que extraerla, significa perforar pozos de profundidad y utilizar bombas, que para funcionar consumen gasoil o electricidad.

Lejos están los tiempos en que el precio de un litro de gasoil era prácticamente igual a la de un kilo de arroz cáscara, y de allí que en la actualidad en las arroceras de nuestra provincia las bombas funcionan en base al consumo eléctrico.

Y todos sabemos a qué niveles trepan los montos de las “facturas de la luz”. Es por ello la preocupación suma de los productores, que indican que el precio que ha alcanzado la electricidad consumida pone en peligro la viabilidad de la actividad.

De allí que no resulte extraños que una organización de productores del sector el pasado 10 de julio se haya reunido en San Salvador, con funcionarios provinciales, legisladores, intendentes municipales y de la empresa estatal de energía, con el propósito de reclamar soluciones al respecto que pasan, entre otras cosas y de una manera fundamental, no solo por la reducción del costo de la energía eléctrica sino también por lo que denominan el “costo fijo” de las facturas, es decir las sumas de dinero que igualmente deben pagar, aunque las bombas de extracción estén “apagadas y sin funcionar”, por el solo hecho de estar disponibles para su utilización, de ser ella necesaria.

Y según lo que se informa la cuestión no es menor. Ya que de acuerdo a un dirigente de la filial san salvadoreña de la Federación Agraria Argentina, y haciendo referencia a los costos fijos que señalábamos, se lo escuchó decir que “durante los meses que no se riega, las líneas tienen cero mantenimiento por parte de Enersa, salvo que venga una tormenta y tumbe alguna línea que es la misma que alimenta a los vecinos. Ese costo fijo cuando no se riega es de entre 45 y 50 mil pesos por mes”.

De allí la pregunta que se hizo a continuación “¿Vamos a pagar 12 meses de 50 mil pesos en concepto de costo fijo (si se quedaran constantes los precios) y unos 200 o 300 mil pesos en el total de los meses de riego en concepto de energía? Y su respuesta: “Es una locura”. Los productores siguen esperando la respuesta de nuestros funcionarios a su reclamo.

Algo que es parte de la locura de que hablaba. Y que nos lleva a volver sobre el tema de las largas listas de tributos que se añaden en las boletas al monto concreto de costo de la energía. Algo que hace que esas facturas sean, ni más ni menos, que la liquidación de “un precio con yapa”.

Yapa cuyo monto crece en la misma proporción que el incremento de precio de la energía eléctrica, lo que nos lleva también a nosotros a preguntarnos, como ya muchos lo han hecho antes, por qué el gobierno no congela el monto de los impuestos, mientras autoriza el aumento de la energía.

Todo ello sin dejar de señalar que gran parte de esa misma yapa, es parte del “costo argentino”, entendiendo por tal la consecuencia de la existencia de un estado hipertrofiado y despilfarrador, que pareciera que lo único que sabe hacer bien y de verdad es asfixiar la producción y provocar pobreza.

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