Atención

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La bochornosa y alarmante fractura del aislamiento social, que acompañó a la torpeza de poner en la calle simultáneamente a verdaderas muchedumbres de jubilados y beneficiarios de asistencia financiera, hace de esto pocos días atrás, no se trata de un hecho nuevo, sino de una experiencia viva y soportada desde hace muchos años, que se exhibió con toda su monstruosa desnudez que da su magnitud, días pasados.

No nos encontramos ante una experiencia nueva de la que podemos aprender, sino de una experiencia permanente fruto, en gran parte al menos, de la indiferente falta de sensibilidad de los que están en condiciones -en el caso de que atendieran a ella- de ponerle remedio, o al menos de hacer menos gravosa su existencia, atenuando sus efectos.

Nos estamos refiriendo a la familiar presencia en las veredas de las sucursales bancarias -de bancos públicos o privados que, por actuar como agentes financieros del gobierno provincial, desde esta perspectiva deben considerarse asimilados a aquellos- de largas filas de un variopinto de personas, a las cuales sin serlo, el trato que se les brinda no es distinto al que inadmisiblemente se les brindaba en otras épocas a los mendicantes.

Es que ser parte de esas filas nunca es confortablemente llevadero, y en ocasiones se asemeja a una tortura. Largos plantones, en un avance tan pausado que lo vuelve interminable, que no sabe de los días de verano soportados a pleno sol, ni del frío escarchoso del invierno; rasgos los descriptos que no cabe considerarlos amortiguados, ni menos totalmente compensados con “la interacción social” -ese encontrarse con amigos o hacerse de nuevos conocidos, gracias a lo que permiten esos encuentros habituales-; de la que se ha escuchado hablar, como una excusa con pretensiones de justificación, por parte de algunos de los responsables de ese estado de cosas.

Mientras tanto la solución es simple, por más que sea onerosa. Ya que quienes conforman esas filas son “clientes” de esas instituciones, mal que les pese, y deberían ser tratados de la misma manera que los clientes a los que se los hace esperar en otras condiciones puertas “adentro”, aunque debe reconocerse que eso no es siempre así.

Ello exigiría, al menos, el incremento en el número de cajeros en cada sucursal bancaria -nos preguntamos si las municipalidades no cuentan con facultad para exigirlo; y de no ser así al menos buscar la forma de lograrlo de manera persuasiva- a lo que se debería agregar la exigencia de una cubierta protectora para quienes tienen que encolumnarse en condiciones de inclemencia.

De lograrse ambas cosas, o al menos la primera, terminaríamos encontrándole una cara amable a la actual horripilante situación, en un futuro.
Fuente: El Entre Ríos

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