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Entre el viernes y el sábado, en la ciudad de San José, se produjo la “vandalización” a pocas horas de su inauguración de una plazoleta. En un acto de presentación muy emotivo se reunieron autoridades, los miembros del Grupo Renacer, amigos y vecinos. El paseo está pensado como un lugar de acogimiento, reflexión, recuerdos y alegría de compartir la vida junto a quienes han perdido un hijo. Se plantó un timbó, el último de los árboles autóctonos en el lugar, se escucharon muy lindas palabras, se descubrieron placas recordatorias y se dejó formalmente inaugurado un espacio verde para toda la ciudad, que se comprometieron a cuidar los integrantes de Renacer.

El daño, por lo que se supone, fue obra de un pequeño grupo de chicos descontrolados. Así lo hacen pensar las huellas dejadas y los destrozos realizados.

Más o menos en forma simultánea, un grupo de muchachotes, ya mucho más crecidos, y a los que suponemos sobrexcitados luego de una noche de fiesta que se prolongó más allá de la salida del sol, pretendieron entrar en una residencia del conurbano, donde se alojaba el Presidente de la Nación con su familia, intento fallido luego del cual se alejaron del lugar, no sin antes lanzar un reguero de improperios dirigidos a los custodios, pero que no olvidaban referencias groseras a la figura presidencial.

La lista de hechos parecidos, si es que acometiéramos el intento de llevarla a cabo, sería interminable. Ya que estos vandalismos se cometen reiteradamente en toda nuestra geografía y el transcurso del tiempo ha llevado a que sean asumidos por las autoridades y la población con los brazos bajos, en lo que es, a la vez, una clara demostración de un estado de cosas en el que la impotencia se mezcla peligrosamente con la resignación. Dado lo cual, se hace necesaria una reacción generalizada y continuada en el tiempo, contra este tipo de hechos repetidos, con tal asiduidad que puede llevarnos a la confusión de considerarlos como cotidianos.

Hacerlo, mientras tanto, significa que se haga carne en todos que no toda travesura puede tomarse solo como tal, ya que en muchas ocasiones esos comportamientos no dan cuenta de la ingenua inocencia de lo que es solo travieso, para claramente constituir delitos. Algo que suena a explicable en estos tiempos confusamente revueltos en los que todos los gatos parecen ser pardos, pero que de cualquier manera hacen necesaria la advertencia de que nada cambiará, hasta que nos decidamos a diferenciar de una manera radical lo que es una mera travesura de lo que es delito.

Luego de lo cual, se trata que en todos los casos se proceda a individualizar a los responsables de esos comportamientos reprobables y hasta delictivos.

Hecho lo cual, y en el caso de que los autores resulten inimputables por su edad, se deberá exigir a sus padres, estableciendo y cuantificando un resarcimiento por la responsabilidad que les cabe por la situación de descontrol en que han dejado a sus hijos. Y en el caso de los mayores de edad que a sí mismos se consideran traviesos sin ser más que eso, habría que implementar un mecanismo que significará una suerte de “actividad carcelaria”, ya que suena a absurdo que las normas contravencionales permitan la “retención” por un lapso no necesariamente corto de aquél a quien se lo ha encontrado incurso en “ebriedad y desorden”, mientras exista una “puerta giratoria” para traviesos autores y partícipes en la comisión de delitos, todo ello como consecuencia de que la autoridad policial los deriva rápidamente a los órganos tribunalicios, que muchas veces actúan dando muestras de poca o ninguna prudencia en el manejo de aquélla puerta.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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