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La jornada del jueves 12 de marzo no fue precisamente alegre, salvo por el estornudo del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, quien ante las cámaras de TV desobedecía lo recomendado por su propia autoridad sanitaria en esos mismos momentos, cubriendo con su mano la nariz y la boca, con la jovialidad posterior de la concurrencia. Eso demuestra lo difícil que es adquirir buenos hábitos, ejecutarlos con la precisión ordenada y, como en tantas cosas, manda la costumbre, otra memoria.

El estornudo, que en un tiempo los antiguos creían que era una forma menor de epilepsia, es iniciado por una irritación en las mucosas nasales seguidas por la rápida inhalación de aire (hasta 2,5 litros) y seguida de la rápida, casi explosiva expulsión del mismo por la nariz y a veces la boca, que se acompaña de un cerrar de ojos e inclinación de cabeza y a veces del cuerpo hacia adelante, la congestión de las mucosas y la secreción de moco y la expulsión junto con el aire de las partículas nocivas, o sea moco y saliva. La velocidad del aire al salir oscila entre 50 y 70 kilómetros por hora, y las partículas de moco y saliva pueden llegar a los 7 metros de distancia. El estornudo suele ser provocado por polvo, polen, descenso rápido de temperatura y la luz fuerte (esto sería una peculiaridad que se hereda en forma recesiva) y no olvidemos los virus del resfrío. Los fabricantes de pañuelos de papel, estudiosos del mercado, han calculado que se estornuda 400 veces por año. Nada tan desgraciado como estornudar mientras manejamos el auto. Puede ocurrir, y no asustarse, con la excitación sexual.

En pacientes afectados por coronavirus la congestión nasal es infrecuente, menor al 5% de los casos. Si está resfriado es poco probable que sufra esa dolencia "a la mode".

La historia ha llenado a los estornudos de significaciones y presagios. Los que están a nuestro lado derecho cuando estornudamos tendrán suerte, los del lado izquierdo, desgracia. Para los japoneses, nos advierte que alguien está hablando de nosotros; para los mejicanos que nuestra esposa nos es infiel; para los guatemaltecos que debemos tomar un trago. Penélope, en la Odisea, gritó que el estornudo de su hijo era la bendición necesaria para derrotar a los pretendientes.

San Gregorio Magno decretó que, ante un estornudo, se debía exclamar: ¡Salud!, cosa que desde el siglo Vl seguimos haciendo para bendecir el lugar. "Cada uno estornuda/como Dios le ayuda", versificó Góngora y Browning sobre "el estornudo inminente que nunca sobreviene". Todos hemos sentido esto alguna vez.

Erasmo de Róterdam, el gran humanista del 1500, escribió un pequeño tratado dedicado al hijo de un amigo y protector, que tituló "Sobre la urbanidad en la infancia". Su propósito era educar a los jóvenes en los buenos modales, entendiendo que estos, de alguna manera, son una forma menor de la caridad o de la ética. Así nos dice: "Si estando otros presentes sobreviene un estornudo, es urbano volver de lado el cuerpo; después cuando el ímpetu haya remitido, signarse la cara con la señal de la cruz, y luego, quitándose el gorro, devuelto el 'Salud' a los que lo hayan pronunciado, o debían haberlo hecho (pues el estornudo del mismo modo que el bostezo, quita de momento el sentido del oído), pedir perdón o dar las gracias”.

Decir a otros “Salud” en el trance del estornudo es uso de religiosidad y si están presentes otros de mayor edad que dan el “Salud” a hombre o mujer honorable, es propio del niño descubrirse la cabeza.

Al mismo propósito, el aumentar adrede el estampido de la voz o repetir intencionalmente el estornudo (es de creer que para hacer gala de fuerzas) es propio de payasos. Reprimir el ruido que la naturaleza ocasiona es propio de tontos, que pagan tributo más allá de la urbanidad a la salud". Las narices deben estar libres de mucosidad, cosa de sucios. Limpiarse el moco con el gorro o la ropa es pueblerino, con el antebrazo o el codo de pimenteros, ni es tampoco civilizado hacerlo con la mano, si luego has de untar el moco a la ropa. Recoger en pañuelos el excremento de las narices es decente, y eso volviendo de lado el cuerpo, si hay otros de mayor dignidad delante. Si algo de ello has arrojado al suelo, al haber sonado la nariz con los dos dedos, ha de refregarse luego con el pie".

Este libro tuvo un tremendo éxito en la Europa renacentista y numerosas ediciones, salvo en España, habiéndose traducido al castellano recién en el año 2006. No sé si porque decía de los iberos que se limpiaban los dientes con orina. Es un tratado sensato, pintoresco, de amable lectura, muchos de cuyos consejos son aplicables hoy. "Pueblerino es andar con la cabeza despeinada, rija en ello el aseo, no el lustre, propio de las muchachas" o "vomitar no es deshonroso, pero por glotonería provocar el vómito es monstruoso"(bulimia). Recuerdo que de chico besábamos el pan caído al suelo al levantarlo y cubríamos nuestra propia desnudez estando solos, para no ofender a los ángeles que nos miran. Eso aconsejaba el sabio de Róterdam. ¿Hay ahora ángeles?

Erasmo advirtió al inicio del tratado, que si bien la educación consistía de muchas partes, la primera y más importante era la de sembrar "la divina piedad", y la última la de la urbanidad (buenas maneras), a la cual iban dirigidas esas páginas, y a la que consideraba como una forma menor de la caridad, como ya escribimos al inicio, pero vale en estos tiempos recalcar.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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