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Al nuevo Presidente de los Estados Unidos son muchos los que le asignan, como prioritaria, una labor de “sanación social”. Y atendiendo a su “discurso de auto proclamación”, el cual no puede confundirse con el esperable de “asunción”, todo da a entender que ha recogido el guante.

Es que ese reclamo, procede de un acertado diagnóstico, por otra parte no difícil de hacer, dado que el estado de cosas al que les resulta necesario atender en el caso de esa nación, dado el hecho que ella es manifiesto, de una manera claramente ostensible.

Un estado de cosas que no es consecuencia de una situación específica que allí se vive, ya que de distintos modos y diferentes niveles de gravedad se halla presente en la mayoría de las “sociedades estatales” actuales.

El panorama que se da en las que viven como propia, es hasta innecesario describirlo, dado el hecho que nosotros también vivimos en el seno de “una sociedad enferma”, aunque son muchos los que ignoran, o al menos así lo simulan, esa circunstancia.

Sin embargo, no está demás señalar algunos de los rasgos con los que se encuentran presentes en todas ellas.

El más perceptible de los cuales, aunque dudamos en considerarlo el primero, dado que suponemos que debe haber presentes factores anteriores que lo genera, es la presencia de una “principal fractura” –a la que por nuestra parte conocemos como “grieta”- que corta en dos a la sociedad “de arriba hacia abajo” y no en forma “transversal”, la que a medida que se profundiza y a la vez se enancha, es causa y efecto de un sinnúmero de otras grietas de todo tipo, con capacidad de llevar las cosas hasta el extremo de una “disgregación” cada vez mayor, hasta que –como una expresión popular lo pone de manifiesto- todo quede “hecho polvo”.

Un estado de cosas, el cual resultaría causa y efecto del hecho que los poderes del Estado, junto al deterioro creciente de su imagen, dejen de ser una autoridad legitimada por el reconocimiento social. Fruto este, de no solo viene a dar cuenta de una ejemplaridad edificante, sino de actuar como árbitro creíble y mayoritariamente acatado en sus decisiones por una mayoría abrumadora de la sociedad.

De allí que, se haga presente muchas veces unido a esa situación, lo que en un momento en el campo de la sociología política se conocía como la ausencia de “la circulación de las élites” y el inmovilismo o parálisis que es su consecuencia.

A lo que se une la mutación “del otro” –ya que desparece la presencia del “nos-otros”- en cuanto discrepante, como un “adversario” cuando no ocasional, siempre respetable, para transformarlo en un “enemigo” al que es necesario aplastar.

Entre nosotros las cosas no han llegado, al menos todavía, afortunadamente, a ese nivel. Algo que, sin embargo, debamos alertar acerca del peligro que no estamos lejos ni de la distancia, ni del tiempo de alcanzarlo.

Es que entre los núcleos duros e inflexibles de los extremos, existe una “mayoría silenciosa” cuya máxima aspiración es vivir en paz, y a la que por lo tanto la molesta hasta el grado del disgusto, esa guerra de guerrillas virtual en la que estamos inmersos.

Paradójicamente, en la existencia de esa mayoría callada podría estar nuestra posibilidad de salir del actual estado de cosas –y por ende contribuir eficazmente a nuestra situación- antes de que sea ganada por un cansancio, que la volvería inocua.

Ya que antes de que ello llegue a suceder, esa “franja del medio” debe ponerse en claro en sus metas y facilitar de una manera generosa verdaderos dirigentes que emerjan entre ellos, ya que la presencia de ambas condiciones es una exigencia inevitable, si lo que se quiere hacer es más que “cacerolear”. Sobre todo cuando en este caso la consigna escuchada es “que se vayan todos”, pero no vemos a nadie ya decidido, ya en condiciones de ocupar el lugar de los que se pretende echar.

Por nuestra parte lejos está nuestro querer, de deshacerse de los que se ubican en los extremos, ya que el mismo incluye el sumar a todos a un esfuerzo que debe resultar siendo común. Afirmación que parte del hecho que no tenemos que hablar de “curación” sino, como ocurre en el caso de Biden, de una labor de “sanación”.

Ya que como bien se ha dicho no es lo mismo “curar” que “sanar”. Ya que la curación es por lo general una acción que “viene de afuera”, mientras que la “sanación” es algo que “viene desde el interior de cada uno; la que se vuelve “social”, cuando desde cada cual se derrama y se expande a los demás de una forma bienhechoramente contagiosa.

La de la sanación, así entendida, es una tarea mucho más complicada que la de la curación, ya que está visto que está viene de afuera, y la mayoría de los que cumplirían un rol similar a la de los médicos, dan muestras por lo general de elaborar recetas, cuya aplicación dan por lo general –las consecuencias están a la vista- un efecto contrario, y aun del todo opuesto al requerido.

Es que si un número importante de nosotros no empieza por cambiar de una manera radical, resucitando valores relativizados cuando no apagados, con los profundas modificaciones en los comportamientos que ello implica, no cabe esperar que cambien los demás.

Y al respecto, se nos ocurre, que se hace necesario comenzar por “no hacer olas”, es decir cuidarse en el evitar exhibir actitudes, y al mismo tiempo decir palabras y comportarse de formas, que puedan servir para aumentar la tensa crispación que respiramos.

Ya que –para comenzar- debemos volvernos conscientes de que siempre se puede manifestar nuestra honesta forma de pensar, sin expresarlo con palabras y gestos que resulten – independientemente del hecho que esa no haya sido nuestra intención- con aptitud para ofender a los demás.

Al mismo tiempo se debe lograr algo que se debería considerar obvio, como es que nuestro gobierno recupere su autoridad, aplicando la ley como se debe, es decir midiéndola con una sola vara, que es la forma única de lograr que se la respete, y a la vez que se lo haga con los que gobiernan vean reconocida esa, una auténtica autoridad.

De ser así, se aventaría el peligro actual de ver la calle casi a punto de volverse convertida en un campo de batalla, presagiado en señales imprudentes que dan con quienes las ocupan, como los que consideran la circulación en grupos por ella, ya a pie, ya en vehículos, la única manera de hacerse escuchar.

Algo que no es mucho pedir, si se da la condición de ver que se comienza a dar pasos positivos en avanzar en dirección a lograr la amistad cívica y el restablecimiento del respeto a la ley y la autoridad, ambas cosas actualmente devaluadas por el hacer y deshacer de los que mandan y el acompañamiento que reciben de muchos de los integrantes de nuestra sociedad, entre los que -con seguridad- es dable encontrar infinidad de bien intencionados.

Dicho todo, con la humildad de quienes saben que todo lo que sucede no es asunto de hoy, ni ha comenzado ayer no más. Dado lo cual lo mejor es comenzar por guardar esa piedra, la misma que de ese modo quedará sin arrojar.

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