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No me estoy refiriendo a ninguna de esas pobres criaturas a las que les viene y se les va de la cabeza la idea loca, ya que de eso se trata, de quitarse la vida, y que aunque se queden en el amague, es un deber grande con ellas condolerse.

La cuestión pasa por otro lado. Y lo es cuando uno piensa en tantas personas que pierden la vida por caer una y otra vez en una gravísima tontería irresponsable, hasta que llega el minuto final, en el que, después tanto insistir y probar una suerte que no termina siendo buena, se las lleva puestas de un solo saque…

No hace falta suponer que estoy ensayando adivinanzas, al hacer este tipo de comentarios, porque a nadie se le escapa a qué me refiero. Que no es otra cosa que las tantas veces que vemos jugar, o jugamos, con la muerte sin saberlo y ni siquiera presentirlo, cuando de tan despreocupados que estamos ni siquiera por asomo suponemos que ella nos está por visitar. Despreocupación irresponsable y hasta suicida, que para hacer las cosas más terribles que hace en ocasiones el temerario no se vaya solo al otro lado, sino que lo haga en compañía buscada o impensada; y lo que es peor que sean otros los que se vayan al otro lado, mientras el irresponsable se queda por acá, mucho más campante de lo que debiera.

Demás está decir que sé que ese es el caso de los que en las autovías, como es el caso de la nuestra, no terminan chocando contra nadie, como sucedía con la ruta anterior del mismo trazado que se conocía como “la de la muerte” porque a la primera de cambio terminaba uno… estrellado. Ahora en cambio el despiste, resultado del manejo torpe y alocado, es de lo que hacen gala los empeñados en matarse. Grupo al que se suman tantos otros a quienes se los ve corriendo picadas en las calles ciudadanas, o manejando con todas las copas capaz de vaciar un tonel, o de fumar vaya a saber qué porquería y que se juegan la vida propia y ajena del mismo modo.

Me iba a ocupar de otros serios aspirantes a entrar en ese grupo, como el caso de chicos, no tan chicos, grandes y demasiado grandes, de ambos sexos que se los ve con aire de sobrador fascinados manejando cuatriciclos. Y sobre todo los que vi correr haciendo gambetas, sino asustando gente, en una playa de Pinamar usando esas cuatro ruedas, pero también otros engendros con un esqueleto de caños con la mínima cantidad de ruedas en una dunas extensas, casos en los que las autoridades se excusan señalando que las mismas son propiedad privada y nadie puede intervenir; de manera que se asiste a un doble empeño, el de los que intentan colocarse en ocasión próxima, no al pecado sino a la muerte, y esas autoridades que por pavotas se empeñan en permitírselo.

Es que ahora, enterado de que pronto tendremos un montón de aspirantes a ser parte de ese clan, cuando lleguen a estos lares, si es que ya no lo han hecho, unos engendros con un imperceptible olor a azufre que son descriptos como “patineta eléctrica”, las que ya hacen furor en Méjico y de yapa se cobran vidas.

Alguien los llama “monopatines con cohetes en su punta”, porque pueden moverse hasta 25 kilómetros horarios con su conductor esquivando autos en las horas pico del tránsito en su ciudad capital. Dejando como parados a los automovilistas que circulan a paso cansino, o sea con el acelerador casi sin pisar, a una velocidad mucho menor.

¿Se imaginan lo que nos espera cuando llegue esa nueva muestra de progreso a ser de disposición masiva, compitiendo con los que se mueven en moto?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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