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Jair Bolsonaro y su hijo, en ojo de la tormenta.
Jair Bolsonaro y su hijo, en ojo de la tormenta.
Jair Bolsonaro y su hijo, en ojo de la tormenta.
La primera nube en el Brasil de Bolsonaro

No se trata de la remanida frase que enseña que la mujer del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo. Ni tampoco de entrar en la complicada y nunca resuelta controversia acerca de si la mujer de un marido notoriamente deshonesto, o viceversa, necesariamente también es así, ya sea por ser partícipe, o necesario y pasivo encubridor; o que se puedan encasillar como distintas las reputaciones de ambos consortes, en su caso meros convivientes.

El problema es otro, en apariencia mucho más pequeño y a la vez más grave, el que se ha dado en todo el mundo desde épocas pretéritas –y también por qué no en las actuales- el que plantea que, luego de la renovación de autoridades, el partido victorioso que reemplazará al derrotado, y por eso mismo lo desplazará del poder, llega para apoderase del mismo como botín de guerra.

En este último sentido las cosas han cambiado y así debe reconocerse, pero no necesariamente hasta el punto que pueda hablarse de una erradicación total del problema. Sucede que en la actualidad, y en muchas partes de ese mismo mundo, que el partido que llega al poder, no desplaza del mismo a los ubicados en bajos escalones de las diversas administraciones estatales ocupadas por los adictos del que se va, sino que, a quienes se quedan, añaden los suyos, encontrándose en ello una de las razones principales de las hipertrofias que se dan en la materia.

Un problema cuya solución, al menos en apariencia, es archisabida, ya que solo se trataría de establecer que el acceso a los cargos públicos, sea el resultado de un concurso abierto e imparcial. Aunque –y no es cuestión de ser malpensado- se sabe también que hecha la ley, hecha la trampa.

Pero a lo que hoy queremos aludir, es a lo que de una forma no del todo exacta, y que por eso mismo puede llegar a sonar aun desde el punto de vista lingüístico como incorrecta, es lo que se nos ocurre llamar “atropellada y desembarco familiar”.

Porque en los tiempos que corren resulta frecuente la toma del poder, a través de procesos eleccionarios, de verdaderos “clanes familiares”, que sobre todo –y es ello lo peor del caso- tienen pretensiones de perpetuidad. Es que a dichos clanes lo que más les preocupa es la amenaza de algo que les suena horrible, a pesar de ser sano de toda sanidad, cual es la “alternancia”.

En tanto en esta ocasión centraremos la atención en un espécimen concreto de los integrantes de esos clanes. Es que dejaremos de lado a la “pareja mandamás” que conforman un primer “damo” y “una prima donna” con ambición de convertir lo que hasta ese momento era un connubio o un enrosque, en un enroque; lo que les permite subir y bajar de lo alto del poder cuando en definitiva se permanece siempre en él. Y también a la cohorte de parientes y amigotes que prendidos a los faldones de aquellos se apretujan en su entorno.

Pero hay más. Ya que ese ejercicio endogámico del gobierno, viene acompañado, en tiempos como los actuales, del hecho que el peso del Estado es muy grande e inclusive decisivo, con la presencia de una suerte de anillo saturnino conformado por influyentes y contratistas en materia de obras y servicios públicos, que se llenan los bolsillos con un Estado convertido, además de despótico, en prebendario.

Y de esa maraña más que verdadera, quisiéramos rescatar tan solo con el propósito de mostrarlos, a los “hijos pillos”, que ya desde el centro del gobierno, como de ese eufemístico anillo de Saturno al que aludíamos, se los ve medrar en un ambiente en el que este tipo de cosas se ha vuelto natural, que constituye una trampa en la que se los ve caer a gobernantes de por sí honrados, pero que se muestran débiles, y por ende claudicantes, por una distorsión de lo que significa el amor paternal a las peores ocurrencias de sus hijos. Hasta el punto de que les falle el juicio al momento de establecer la naturaleza de sus comportamientos.

De nuevo no se trata de volver a tocar el tambor, haciendo referencia a viejas experiencias propias o ajenas, sino a lo que se atiende es la “primera nube” de todavía imprecisa magnitud y naturaleza, que se hace presente en la materia en el momento inaugural de la presidencia, en el Brasil de Bolsonaro.

Lo que sucede es que la prensa internacional, luego de señalar que el presidente llega “llega al frío de Davos” como quien derrotó a la izquierda de Lula, que se había corrompido por sus relaciones mafiosas con los grandes empresarios, alzando dos banderas.

Dos banderas de lo que llama la "nueva era" de Brasil: la de la recomposición de la economía que los gobiernos de Dilma Rousseff y Michel Temer habían dejado maltrecha con 14 millones de desempleados y la de la lucha contra la corrupción, encarnada en su ministro de Justicia que llevó a la cárcel a Lula y a buena parte de la élite de su partido, el PT., las que no son una cuestión menor.

Es que a renglón seguida de esas zalamerías, la prensa también señala que, “sin embargo, la llegada de Bolsonaro y de sus dos ministros estrella en Davos podría acabar empañada gravemente, si antes de tomar el avión presidencial no se disipan definitivamente las sospechas de presunta corrupción política de su hijo mayo. El elegido senador, Flavio, que se está convirtiendo en un enredo que da la impresión de que se quiere ocultar bajo el tapete con los clásicos enjuagues de la más vieja política. Algo que empieza a preocupar, por ejemplo, no solo a la docena de militares presentes en su Gobierno, algo inédito desde los tiempos de la dictadura, sino también a muchos de sus seguidores fieles que lo habían votado precisamente como al nuevo Quijote que prometía “limpiar al país de corrupción.”

Todo ello se ha vuelto, se remarca, más tenso después de de las últimas revelaciones del Jornal Nacional de la TV Globo sobre depósitos sospechosos en la cuenta de Flavio. Es por eso que esos mismos medios han llegado a considerar que el presidente no debería ir a Davos antes de dejar aclarado definitivamente el caso de su hijo y de su asesor Fabricio Queiroz, amigo personal desde hace media vida de la familia Bolsonaro.

Se trata de una situación que se está convirtiendo no solo en un enredo más de supuesta corrupción, sino en una herida que podría acabar envenenando la credibilidad del nuevo Gobierno.

En abono de esa tesitura los mismos medios señalan que “no parece razonable imaginar que un presidente de la República, con los poderes que el cargo le otorga en este país, y su ministro de Justicia, Moro, un experto mundial en asuntos de corrupción, no posean a estas horas la información suficiente para decir una palabra definitiva a la opinión pública sobre el caso de su hijo Flavio y de su asesor Queiroz.”

De donde, ante la existencia de los señalados “hijos pillos” es necesario aclarar las cosas, para que en nuestro país vecino se vea encender una discusión acerca de que ese tipo de sospechas no son otra cosa que “noticias falsas”, o que en realidad como pasa siempre y en todas partes se terminan “cociendo habas”.

El presidente Bolsonaro y el ministro Moro no deberían viajar a un simposio tan importante, económica y políticamente, como el de Davos, sin haber disipado antes, definitivamente, esa sombra de sospecha que está quebrando la luna de miel de la nueva era bolsonariana. Cuando quiere, el nuevo presidente es contundente en sus actos. Que no le tiemble la mano a la hora de decidir sobre su propia carne. Solo así su credibilidad quedaría restablecida sin dar pasto a la oposición, a la que le están haciendo el mejor de los regalos.

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