Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
No es este el caso de una persona loca, sino de una santa. De nombre María Toribia. La que vivió hace de esto muchos siglos atrás, en una España ocupada en gran parte por los moros. Pobre de solemnidad la tal Toribia. Lo que no le impidió casarse, aunque en esa época la mayor parte de la gente se iba a vivir junta. Y se casó con un Isidro, también pobre, con el que tuvieron un hijo bautizado como Ilan.

Que vinieron a formar una familia santa, ya que la Iglesia Católica los santificó. De donde no nos encontramos aquí ante un cuento de princesas dormidas ni de príncipes encantados, sino ante un relato con olor a realidad.

De los tres no se sabe demasiado. De Isidro, que después de muerto quedó confirmada su santidad, y se lo conoce como San Isidro Labrador; de Illan se conoce menos, pero en España se comenta que es amigo de prestar atención a los ruegos que se le hacen. De María Toribia, que no se la conoce como Santa María Toribia, no porque el de Toribia no era entonces como no lo es ahora un nombre de moda, sino porque ya muerta y tenida por santa, se dice que los aldeanos vecinos de la ermita donde ella se quedó sola, ya que Isidro se marchó a otra parte a trabajar ayudando, después de muerta paseaban su cabeza, mientras rezaban clamando por lluvia.

Pero María Toribia ya había sido milagrosa en vida. Es por eso que cuando Illan se cayó a un profundo pozo de agua, con la ayuda divina lo pudo rescatar. Y que ante la maledicencia de unas vecinas suyas que por envidia decían de sus infidelidades para con Isidro, un día también con la ayudad divina, le permitió mostrar lo contrario a las que las calumniaran, cuando pudieron ver como al llegar a un arroyo grande pudo pasar de una orilla a la otra sin mojarse, porque las aguas se separaban a su paso, como si hubiera sido Moisés.

Para que nadie se sorprenda, debo decir que todo lo que aquí mal repetí, lo escuché por la radio contado por un cura -no sé si está bien llamarlo así- que hablaba de ella en ocasión de celebrarse su fiesta y que con su cháchara me enganché.

Pero lo que más impresión me hizo es lo que dijo acerca de que todos, absolutamente todos, nacemos con la posibilidad de ser santos, de manera a la vez más fácil y más difícil que el soldado de Napoleón que llevaba en la mochila el bastón de mariscal.

Con el añadido, según el sabio cura, que la santidad no depende de hacer cosas extraordinarias, sino de hacer las cosas ordinarias de una manera extraordinariamente bien…
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

Enviá tu comentario