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Según se pudo escuchar de un ingeniero civil hablando como un loro -dado que estudiaba las materias memorizando los libros de texto, el que luego de obtener su título se encerró en su casa para estudiar la historia romana de la ingeniería vial, y tan absorbido estaba con el tema que de aquella no salió más-, por “infraestructura vial” debe entenderse “el conjunto de componentes físicos que interrelacionados entre sí, de manera coherente y bajo cumplimiento de ciertas especificaciones técnicas de diseño y construcción, ofrecen condiciones cómodas y seguras para la circulación de los usuarios que hacen uso de ella”.

Bien se ha dicho que nuestro ingeniero, luego de titularse como tal, tuvo la aparentemente insensata idea de volverse recoleto, ya que de otra manera hubiera asistido a un topetazo entre la teoría, por lo visto por él memorizada, y una desastrosa realidad.

No se trata de que se hubiera encontrado con un profesional de la medicina empeñado en sostener que “vial” es el nombre de un pequeño “vaso, botella o frasco destinado a contener medicamentos inyectables, del cual se van extrayendo las dosis convenientes”. Lo peor del caso es que los dos tenían razón al usar -en distinto sentido, claro está- esa palabra, ya que mientras que nuestro ingeniero aludía de esa forma a la “desestructuración -léase “destrucción”- de la infraestructura con la que se había encontrado al demostrar la poca inteligencia de abandonar su encierro, el otro al hablar de “viales” no hacía sino una manera de referirse pretenciosamente a los envases llenos o casi llenos con medicamentos a los que inexplicablemente se los veía desaparecer de las farmacias de ciertos hospitales .

Por nuestra parte dejaremos de lado ese tipo de problemas hospitalarios -que no es, por otra parte, el único y discutido que sea el principal- para volver a machacar desde la perspectiva de ese profesional a la vez ilustrado e ignorante, de nuestra horripilante desestructuración vial.

Ya nos hemos referido, sin suerte o por lo menos con suerte “esquiva”, a esos viejos y nuevos “caminicidios” que debemos soportar. No se trata de acordarse de su numeración, sino de hacer referencia a aquello que se encuentra un conductor cualquiera que intenta trasladarse “en condiciones cómodas y seguras”, desde San Salvador a Villa Elisa pasando por Jubileo y Ubajay, o desde Villa Elisa a Colón pasando por San José. Se encontrará seguramente ante una competencia de circunstancias insólitas, donde los baches que tendrá que esquivar quien sale de San Salvador compiten con los maltratos de su vehículo, si partiendo de Villa Elisa se propone hacerlo pasando por San José, ya que entonces se encontraría con la insólita situación -de esas que hacen reír, aunque dan ganas de llorar- en las que se ve a quienes circulan por ella en uno de sus tramos, hacerlo por… la banquina, dado el escombroso estado de la calzada.

Pero hay más. Siempre lo hay. Porque ahora vemos como se desgrana la capa asfáltica de la flamante ruta que saliendo de Pueblo Liebig desemboca en un “nudo caminero”. ¿No habrá alguien cercano a nuestro gobernado Bordet, que para evitar pasar por una vergüenza de la que por su proceder sensato no es merecedor, lo mejor sería que en lugar de anunciar nuevas obras camineras, proceda a una verdadera reparación -de esas que no son “pan para hoy y hambre para mañana”- de los caminos cada vez más destrozados existen?

Hasta inclusive hemos escuchado a alguien que de una manera insidiosa se pregunta qué es lo que hace el primer intendente de la flamante municipalidad vecinalista respecto a esa situación… Todo ello mientras la administración mira para otro lado y los fiscales callan.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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