Es que la nación ha sido concebida como un conjunto humano cohesionado por lo que tienen en común ya en su pasado como historia, ya en el presente como la expresión de una convivencia que debe procurarse sea armoniosa, ya en el futuro como empresas a acometer unidos. Todo ello sin dejar de reconocer y respetar la existencia indispensable de coincidencias y discrepancias entre las individualidades que componen ese conjunto.
Y en esta circunstancia está su diferencia con la tribu, en la que vemos a ese conjunto humano, no solo reconociendo un antecesor común, sino virtualmente aprisionados en un pensamiento único interpretado por un único jefe.
En tanto la manada debe ser vista como un conjunto de “animales humanos”, que lo son en cuanto no actúan como personas, sino que lo hacen de una manera gregaria, siguiendo los impulsos de instintos descontrolados.
Independientemente de la corrección o acierto de esa descripción que pone el acento en diferenciaciones entre los distintos grupos, el hecho es que en la prensa diaria y otros medios sociales ha reaparecido esa designación, vinculándola con ciertos tipos de comportamientos humanos en los que emerge de una manera primordial y excluyente la animalidad latente.
Expresiones asociadas en la actualidad a delitos sexuales en que un tropel de varones victimizan a una mujer de edad variada, en una suerte de feminicidio virtual colectivo.
Frente a lo cual sería interesante preguntarse si el de las denominadas “barras bravas” no es un comportamiento de la misma especie. A la vez que si los dúos de motochorros no cabría considerarlos como “proto-manadas”.
