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Nada sabía de “El Gordo" Valor hasta que mi tío me dio a leer una nota aparecida en un diario de no sé dónde, pero que estaba escrito en castellano.

Fue así como me enteré que “El Gordo” ahora es un ladrón retirado. Una forma de decir jubilado, o legislador con “mandato cumplido”, como se los llama ahora a los “ex”. Por la edad dice, porque después de los sesenta años los ladrones lo mejor que pueden hacer es marcharse a cuarteles de invierno, porque es como si fueran viejos decrépitos, aunque no lo sean en realidad, pero para lo que hacen sí.

Al parecer tenía al momento del retiro una larga performance. Es que, dijo, era un profesional, y tomaba el batallar con lo ajeno, como un verdadero laburo. Aunque estuvo más de una vez preso, y vivió tomando el sol a cuadritos tantos años como los años que vivió en total Cristo, porque los ladrones no tienen una ART, y el que las hace hay veces que las paga.

El balance de sus días de trabajo, digo y lo hago repitiendo sus palabras dichas con humildad, aunque con un dejo de orgullo, es verdaderamente espeluznante. En diez años asaltó a 24 bancos y 19 camiones blindados. No se privó ni de “hacer escuela”, y la cosa es que tiene dos hijos y tres sobrinos trabajando de ladrones. Menos mal, dice refiriéndose a su hija, que tiene un trabajo de esos que se llama decente.

Lo que me suena a cuento es que, cuando ya robaba, se hizo militante de la JP, pero que se abrió cuando los jotapetistas se volvieron guerrilleros. Es que ser un ladrón común es una profesión menos insalubre, por más que no les fue mal a sus hasta entonces compañeros, cuando sobrevivieron.

¡Y ahora está por sacar un libro! Fue aquí cuando no quise seguir leyendo. Porque no es cosa de que los ladrones se pongan a escribir manuales que sirvan para avispar a los que esa vocación los engancha. Por más que pueda decir que los ladrones antes tenían eso que se conoce como códigos, y que se esforzaban en no mezclar con sangre las rapiñas. Y que a los nuevos no estaría mal darles lecciones acerca de eso.

Mi tío me miraba callado. Hasta que no pudo con su genio, y me dijo: “vergüenza grande es que haya periodistas que den a los ladrones el trato de personajes ilustres. Está bien que de esos van quedando cada vez menos; pero, al paso que vamos, lo único que falta es que los coloquemos en un cuadro de deshonor y les levantemos monumento”. Lo escuché y entonces fui yo quien permaneció callado…
Fuente: El Entre Ríos

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