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Como todos los años, San José ha vivido su infaltable, impecable y hasta indispensable Fiesta Nacional de la Colonización, en recuerdo a los saboyanos, valesanos y piamonteses que fueron el núcleo de la “colonia madre”, y todas las que se fueron desprendiendo de ella en una suerte de división cariocinética.

Una fiesta, que no es sino fotografía de una celebración jubilosa de lo que no solo es una película, sino un monumento permanente a una institución -a la que muchas veces los vecinos de la comarca no valoramos en su total y verdaderamente inapreciable dimensión- cual es el Museo de la Colonia.

Un ente cultural, que no solo para su subsistencia sino también para una esperanzada y a la vez ambiciosa expansión, necesitaría de una asistencia financiera adecuada tanto de los gobiernos nacional y provincial, como también del mecenazgo privado.

Pero en la ocasión queremos hacer mención a una situación curiosa, cual es el hueco desatendido hasta el casi, por no decir total, olvido que se da a los “pueblos originarios” de nuestra región, de los que en realidad sabemos poco y nada la mayoría de nosotros, y de la inmigración franco-suiza, piamontesa -esa pequeña gota de sangre francesa en el torrente, mestizo de nuestra nacionalidad que llegó bajándose de los barcos-. Ya que hubo antes que lo hicieran ellos, quienes también así llegaran. Y cuya presencia a través de los años se tradujo en un mestizaje con los que aquí está en un “desde siempre” impreciso y a la postre inexacto, porque ellos también de algún modo “habían llegado”, aunque lo habían hecho primero. Que según mal suponemos eran los que fueron conocidos como “los hijos de la tierra” cuando no en un entrevero de orgullo y de oculto desprecio se conocía como “el paisanaje” o “los paisanos”, ya que los “hijos de algo” -los hidalgos- eran muy pocos.

La pregunta es si no ha llegado la hora de bucear en traerlos todo lo que se pueda hasta nuestro presente, en una investigación que suena a indispensable en la que se harán presentes tantos apellidos entre los que se encuentran el de los Almada, los Barragán y los Vázquez, por mencionar algunos al no poder hacerlo con todos.

Pero en realidad nuestra inquietud va más lejos todavía. Y es resultado de la extrañeza que provoca el saber de tantos entre nosotros que poco y nada saben de sus raíces. Y que tampoco tienen interés en averiguarlo. Pensamos por eso que la escuela debería hacerse un lugarcito para ocuparse de esta cuestión. Que es a la vez una manera de provocar la curiosidad en padres y abuelos para que se comprometan con sus orígenes y miren hacia ellos. Porque es imposible crecer de verdad prescindiendo de las raíces. Ya que allí está la primera funesta presencia de un desarraigo que después se potencializa. Y que nos hace olvidar que nuestra nacionalidad es el resultado de un enriquecedor mestizaje. El que nos habla de la necesidad de acrecentarlo, dando a los originarios de pueblos asiáticos y africanos una generosa cabida.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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