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Las consideraciones que siguen son la consecuencia de haber visto titulada, en la edición dominical de un diario de circulación nacional, una nota en la que se indicaba que en el área metropolitana “se denuncian 166 robos de celulares por hora”. Nos quedamos en esa mención, sin entrar en el despliegue del contenido de dicha nota, donde se hacen interesantes referencias no solo a las precauciones que deben adoptar los tenedores de aquellos frente a los “arrebatadores”, sino de estrategias que se han implementado para disuadir ese tipo de delitos, la principal de las cuales es el “bloqueo” del aparato, que debe seguir a la denuncia policial efectuada por la víctima, y que se constituye, en principio, en una eficaz práctica disuasiva de la comisión de estas rapiñas. La cual ha sido complementada con un control persistente a las “cuevas” -esa es la forma más benévola de aludir a esos locales- donde es posible la adquisición de celulares “usados”.

Una situación similar a la anterior se da en muchos casos en lo que se asiste a la comercialización de “auto partes” usadas, ya que es notorio que ese es el destino final de un itinerario que comienza con la sustracción de todo tipo de automotores, y que exige su paso por “desarmaderos” clandestinos, hasta llegar a los comercios en los que se realiza su reventa.

La única diferencia en la mecánica de ambos procesos delictivos se encuentra en el hecho que, si en el primer caso se asiste a una actividad delictiva que aparece como un “trabajo de hormiga” a los que en otros tiempos se los calificaba con el mote de “rateros” y que ahora aparecen como portadores de una especialidad que evidentemente no les agrega prestigio, al designárselos como “arrebatadores”. Mientras que el segundo caso, da cuanta de un trabajo más espaciado, y a la vez mejor “retribuido”.

Situaciones, las mencionadas, que merecen una primera indicación, ya que señalan lo bajo que hemos caído. Algo que se hace presente en la franqueza a medias, entre delirante y brutal de Guillermo Moreno, un peronista kirchnerista caído actualmente en desgracia, pero que en su momento supo ser el “zar del comercio y de los precios” en nuestro país, quien luego de equiparar al robo con un “trabajo”, lo pasaba a distinguir entre quienes “lo hacen respetando códigos” y aquellos que acompañan su quehacer sin hacerlo.

Con lo que parece quedar fuera de la discusión, otra distinción que era escuchada en el pasado, por la que se distinguía entre los que para hacerse de lo ajeno utilizaban supuestos guantes blancos, y quienes o no los usaban o lo hacían de otro color.

A lo que se debe agregar una segunda advertencia, que tiene que ver con el hecho que da la impresión hayamos dejado de observar que adquirir un objeto con ese origen, es crear una “demanda” para una “oferta” alimentada por el “trabajo delictivo”, en el que así se ubican quienes cumplen el papel de “compradores”, y parecen ignorar cuando no desentenderse del delito previo, situación que los vuelve de refilón algo parecido.

Un estado de cosas que, estando como estamos, puede llevar a que el mismo Moreno o algún personaje semejante encuentre en los arrebatadores de celulares no solo un trabajo fatigoso, sino que al mismo tiempo una veta de inclinación social que lo enaltecería, ya que haría referencia a que de otra manera, serían muchos, teniendo en cuenta su valor de compra todavía sin uso, que no los podría adquirir, dado el monto de sus ingresos, de otra manera. De donde los arrebatadores pasarían a ser, al menos en parte, “justicieros”.

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