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Durante el primer cristinismo estuvo de moda en ciertos círculos -más que especializados, de una sofisticación pretenciosa-, hablar de la aplicación de una “matriz productiva diversificada y acumulativa con proyección social”.

Se trataba de algo que sonaba a jerigonza –aunque en el plano teórico no lo era- dado que para la mayoría de la población semejaba poco menos que a “chino básico”; como suele decirse cuando escuchamos algo difícil.

Se nos ocurre que no salimos del todo mejor parados, en el caso de que en procura de mayor claridad recurramos al auxilio de una definición dada por un especialista.

Es que tomando al azar una de ellas, encontramos que se nos dice que “la matriz productiva es la forma cómo se organiza una comunidad o sociedad para producir determinados bienes, productos o servicios en un tiempo y precio determinado; esta no se limita únicamente a los procesos estrictamente técnicos o económicos, sino que también tiene la obligación de velar por esos procesos y realizar interacciones entre los distintos actores: sociales, políticos, económicos, culturales, entre otros, que utilizan los recursos que tienen a su disposición para llevar adelante las actividades de índole productivo”.

Dado lo cual y dicho en buen romance significa elaborar un modelo socio económico a aplicar en una sociedad que permita su desarrollo y el de sus integrantes con equidad. Todo ello, dado que no viene entonces a los fines indicados al caso; haciendo abstracción de todos los entrecruzamientos e interacciones entre los actores, en un conjunto de alta complejidad, según acabamos de ver en la primera -en exceso minuciosa hasta el agotamiento- definición precedente.

Dado lo cual y mirando hacia atrás y buscando otear en nuestra trayectoria, por décadas nos encontramos que la constante observable es la existencia, cuando menos puesta de manifiesto de una manera implícita, de una matriz socioeconómica improductiva.

Un tristísimo diagnóstico que sirve en principio para explicar muchas cosas, algunas de las cuales inclusive pareciéramos estar incapacitados de ver.
La primera de las cuales es nuestra preocupante por lo creciente involución socioeconómico relativa. Con lo que si bien es cierto que los indicadores socio económicos reales –no los “dibujados” como alguna vez sucedió- dan cuenta de una sociedad “estancada”, resulta claro que en presencia de países vecinos y no vecinos que progresan, como se los ve progresar, nuestros avances cada vez más lentos –todo ello mirando el bosque y no contentándonos con atender tan solo a un árbol- no significa otra cosa que retroceder.

Ello explica lo que ha sido otra constante de nuestro comportamiento, cual es nuestra propensión como sociedad, a gastar en mayor medida de lo que generamos con nuestra actividad productiva. Somos así la imagen no de esas personas que se esfuerzan para “llegar a fin de mes” sin lograrlo en ocasiones, sino de aquellos que por su actuar festivamente despreocupado, se las arreglan para vivir bien “pero endeudados”, que es casi lo mismo que decir “bien endeudados”.

A su vez que produzcamos menos que lo necesario para atender a nuestros gastos, es consecuencia de la manera de cómo se maltrata en lo que parece un castigo, al productor eficiente; al que se lo termina asfixiando y no solo como resultas de una presión impositiva insoportable.

Y es esa involución relativa de que damos indicación, la que en al menos una parte viene a explicar el incremento de la pobreza y de la indigencia con su marca de marginalidad, ya que una cosa son las declamaciones que se escuchan en favor de la generación de empleos, y otra cosa que puedan hacerlo productores maltratados y otros potenciales que no se animan a correr el riesgo.

Mientras tanto, lo positivo es que cada vez más los sectores afectados en diversos grados por la obstrucción de futuro que significa esta matriz improductiva a la que cabe calificar de perversa, precisamente por esa circunstancia; comienzan a tomar conciencia de esa situación y de reaccionar contra la misma.

Es que la columna vertebral de esta matriz improductiva no son otra cosa que los ingredientes parasitarios de una burocracia estatal comandada por una oligarquía; nepotista, por añadidura.

Debe partirse de la base de que ninguna sociedad puede funcionar como es esperable y corresponde, sin una burocracia sólidamente formada, de carrera y bien remunerada.

Pero ya comienzan a conocerse y provocar reacciones, situaciones que por lo inadmisibles resultan vergonzosas, como es el caso de la planta de personal del Congreso de la Nación, la que según informaciones de la que se ha hecho eco la prensa, supera largamente los diez mil integrantes. Algo que para darnos cuenta de su dimensión, significa que si creáramos una “ciudad parlamentaria”, -con un nada extraño parecido a lo que se conocían otrora como “ciudades factorías”, su población “de partida” sería de lo menos cuarenta mil personas, si computamos a los grupos familiares de cada uno de ellos, a los que habría que agregar la sumatoria de docentes, policías, comerciantes, y personal de servicios varios, sin llegar a computar a los… legisladores.

A lo dicho se agrega una circunstancia más, que viene a mostrar un cambio positivo en favor de la reconversión burocrática, como una componente indispensable del “cambio de matriz”.

Es que es palpable un interés creciente por parte de la población por conocer el monto de las remuneraciones del personal político y jerárquico gubernamental y de las empresas estatales, proporcional al esfuerzo que hace ese mismo personal para no dar información al respecto; y que en el caso de darla, la misma se la efectúa en forma incompleta y distorsionada.

A lo que se agrega una circunstancia más que está apenas insinuada, cual es la preocupación del personal jerárquico de determinados ámbitos de esa burocracia de prestar una celosa atención a las desigualdades que resultan de la comparación del monto de sus remuneraciones con las de integrantes de ámbitos diferentes, en lo que se presenta como una curiosa puja salarial.

Es que con el reinado de esa matriz improductiva, lejos estamos y con envidia recordamos los tiempos aquellos en que se escuchaba a un dirigente sindical que “las cosas se arreglan solas, si por dos años dejamos de robar”. Ya que ahora la situación es la inversa: la cuestión es ahora cuánto tiempo nos costará salir a flote, después de todo lo que se nos ha robado…

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