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Situaciones como las que pasamos a describir, se viven a diario, y existe una tendencia a verlas proliferar aún más en el futuro.

Tal es el caso de una primera, en la que se ha visto en las pantallas de diversos medios a dos estudiantes adolescentes apuntar por la espalda con un revolver supuestamente “de juguete” a un profesor que estaba escribiendo en el pizarrón del aula, a lo que debe agregarse la obvia presencia al menos de un tercero, quien grabó la escena y fue el supuesto responsable de su difusión posterior.

Se conoce, por mencionar otro ejemplo, el caso de un menor que perdió su vida no se sabe con precisión si lo fue por un caso más de muerte súbita, o por haber pegado fuertemente con la parte trasera de su cabeza, al caer al suelo, como resultas de la agresión de otro chico como él.

Mejor no recordar la cantidad de jóvenes que pierden la vida, por conducir o ser transportados en vehículos en los que se da la conjunción peligrosa de “mucho alcohol” –por no hablar de otras “ingestas”- con “velocidad excesiva” de vehículos cuyo conductor, dado su estado, tiene una conciencia nebulosa de sus actos y cuando menos disminuida su capacidad de reacción. Y de continuar en esa línea, se llegará a situaciones –no es raro que ya exista alguna- de las que se tendrá noticia de chicos castigando a sus padres, por lo menos bajo la forma de “acoso verbal”.

Autores diversos han dedicado libros a esa temática, a lo que se agregan las opiniones de psiquiatras y psicólogos, que ven con preocupación ese estado de cosas, sin olvidar a los docentes que la padecen tantas veces, con hechos de parecidas características.

De lo ocurrido la explicación en boga es considerar que el trato de los padres para con los hijos da muestras no solo de una excesiva permisividad, sino que se produce al mismo tiempo una “horizontalidad” en la relación, queriendo con ello significarse que se da lo que se ve una relación de compañerismo entre padres e hijos que viene a “igualarlos”, haciendo desaparecer, volviéndolas inexistente, las “diferencias de rol” que deben existir dentro de todo grupo familiar, que implica la existencia de obligaciones de distinto carácter que deben asumir sus integrantes.

Algo que implica la existencia de límites que no se deben cruzar, en la interacción familiar.

Ello vendría a significar que, como consecuencia de esa dilución de los papeles a los que les toca desempeñar a los miembros de la familia, nos encontramos ante una primera cuestión a computar, de carácter principalísimo, la que abre un interrogante: ¿hasta qué punto los padres cumplen acabadamente con su deber de custodia hacia sus hijos, en la que éstos ven la primera prueba del reconocimiento hacia ellos de sus progenitores y de esa manera, independientemente de la relación afectiva que ello genera, hace que los menores de edad se sientan seguros y protegidos?

No es extraño entonces, que dentro de las reflexiones que al respecto se escuchan entre las personas de a pie, con una base en la que la intuición se mezcla con la experiencia, se encuentra aquella que hace referencia al hecho que el “dar incesante de cosas y la habilitación en materia de comportamientos” vienen a ser una forma culposa de compensar la falta de atención – en definitiva, de cuidado- que como padres brindan a sus hijos.

Dentro del mismo contexto, y específicamente dentro del mismo ámbito, circula asimismo el parecer, que la presencia de los padres en la escuela reclamando por las notas de sus hijos y su promoción al curso siguiente al terminar el curso lectivo del anterior, tiene más que ver que con una preocupación por la calidad de la enseñanza recibida por sus hijos y de supuestas injusticias cometidas al momento de evaluarlos, con los problemas que les ocasiona el que aquéllos “tengan que estudiar” durante las vacaciones.

No es extraño que en ese enredo el concepto de “paternidad responsable” no tenga nada que ver con esa obligación de cuidado a la que nos hemos referido, sino a la “irresponsabilidad” de traer más hijos al mundo, de los que se está en condiciones de mantener.

Al mismo tiempo no se puede dejar de advertir la existencia en las sociedades actuales, inclusive la nuestra, de una situación de total inestabilidad de los grupos familiares -y eso en el caso que los mismos lleguen efectivamente a constituirse- donde existe un número creciente de parejas inestables, mejor habría que hablar de “relaciones de pareja”.

Precisamente por esa circunstancia, y la virtual desaparición del matrimonio como institución, ya que éste ha quedado reducido en el mejor de los casos a “una comunidad de bienes”, ha desaparecido de la ley la exigencia del deber de fidelidad entre los esposos, y el hecho que cualquiera de ellos en forma unilateral y con su sola manifestación de voluntad quede prácticamente judicialmente divorciado, lejos está de contribuir a un desarrollo sano de nuestra niñez y juventud.

Debemos hacer una pausa para señalar que todo lo hasta aquí puesto de manifiesto no siempre se ajusta a la realidad, dado que el estado de cosas que se da en los segmentos marginales de nuestra sociedad es todavía infinitamente más complicado.

Aunque a decir verdad, las circunstancias dentro de las cuales se inscribe esa temática, remite a los problemas de la sociedad considerada como un todo. Es decir que vienen a constituir una parte del problema que aquélla en la actualidad representa, dado lo cual se hacen presentes las dificultades extremas de un abordaje separado.

Es que en una sociedad sin normas, en la que la ejemplaridad positiva (lo que sobran son los malos ejemplos) de existir se encuentra en franca decadencia, envenenada por el consumismo desenfrenado o las expectativas de poder sumarse al mismo, el problema que representa “educar a la vez a los padres y a los hijos” es de resultado harto problemático y exige de todos un esfuerzo más que mayúsculo. Pero, de cualquier manera, por alguna parte hay que empezar…

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