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Soy un descreído de las encuestas. He escuchado de todo en referencia a ellas. Desde los que hablan de la ineptitud de quienes las hacen, hasta los que señalan que hay encuestas hechas “a medida”, que son los casos en que antes de darle fin, el que las confecciona tiene muy presente la cara de aquél que se las encargó y cuánto se las paga.

Algo que me causa de todos modos mucha gracia, es escuchar a los candidatos a los que se ve comiendo la cola en muchas de ellas, donde existe coincidencia total en aplastarlos, mostrarse sonrientemente suficientes ante una verdadera muralla de micrófonos y de cámaras apuntándoles peligrosamente a la cara o la cabeza como si fueran puñales.

Candidatos, digo, que entre las preguntas huecas por no decir estúpidas que los dueños de los micrófonos improvisan, sin que se les ocurra nada que valga la pena preguntar, no puede faltar las que tienen que ver con el pésimo lugar que ocupa en las encuestas el candidato al que tienen casi agarrotado.

A lo que sigue rápida la respuesta, que de tanto repetida hasta yo me la conozco de memoria: “no creo en las encuestas, porque solo en el escrutinio de los votos se va a encontrar la verdad”. Bien dicen que la esperanza es lo último que se pierde pero, ¿hacerse el tonto de esa manera es una forma de mostrar esperanzas residuales?

Pero ese no es el caso, y apunto hacia otro lado. A los resultados de una encuesta berreta que no he tenido más remedio que escuchar al pasar. Según la susodicha, se señala que la primera preocupación de los argentinos es la situación económica; la segunda la inseguridad, la tercera la manera de conseguir que ese montón de ladronzuelos de los que habla no sé bien en qué cuadernos, nos devuelvan todo lo que les queda de la guita que nos robaron, inclusive la que tienen escondida vaya a saber dónde.

Y recién a lo último y haciendo cola ubican una esperanza escéptica, ¿puede ser escéptica la esperanza?, que los de la banda que se llevó la guita en bolsas y a lo grande -inexplicablemente no se habla de cómplices, encubridores, instigadores y todos los que miraban con admiración o envidia ver moverse a los bandidos- terminen tomando el sol a cuadritos, como alguna vez escuché decir.

Fue allí cuando no pude menos que pensar que si lo de la banda y sus tropelías es “de no creer”, cuando de maneras diferentes se nos hace la pregunta ya pasada de moda de “la bolsa o la vida” -y digo pasada de moda porque ahora no se hacen esas preguntas- y el chorro primero mata y luego roba sin preguntar. O lo hace al revés, mata y se raja sin robar lo que es difícil, pienso, de entender, damos la impresión, al ubicarse esa respuesta haciendo cola en el último lugar de las cosas que nos preocupan, es como si dijéramos que antes de perder la bolsa, preferimos perder la vida.

Otra cosa de no creer. A contrapelo de las palabras de Bergoglio, quien nos recuerda que las mortajas no tienen bolsillos...
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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