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Cuando llegaban estos días, a la abuela la asaltaba una vaga inquietud, hasta que al fin decidía, y ponía en el baúl del auto los baldes y consabidos trapos, lo necesario para lustrar algún bronce y quitar manchas del mármol, alguna tijera y musitando bajo, como si rezara, partía al cementerio. Llegaba el tiempo de cuidar a sus muertos. Las tumbas debían quedar impecables: esto certificaba que no había abandonos ni olvidos. Alguna tumba se llenaba de azucenas blancas, algunas bóvedas quedaban entreabiertas, por si algún amigo o pariente distanciado quería dejar caer un saludo, un recuerdo... Se regresaba lento, mirando aquí y allá nombres y fechas: ¡Ya... quince años! ¡Y qué joven era en realidad! Voy a ponerle una flor a...

Sin saberlo, repetíamos una costumbre de muchos siglos, que se remonta al segundo libro de los Macabeos. Ahí se habla de la intercesión de los santos y del valor de la oración por los difuntos, que impulsó más tarde el dogma de la comunión de los santos. El 31 de octubre y los días 1° y 2 de noviembre se unen para un conjunto de celebraciones, que enlazan elementos folclóricos y de dogma.

Si nos detenemos en las fechas, vemos que son opuestas a las de Pascua, primavera versus otoño en el hemisferio norte. Otoño, tiempo de las cosechas y el anuncio de noches prolongadas y días obscuros. La obscuridad tuvo siempre un tinte fatídico. Así en los Estados Unidos tiene la noche del 31 de octubre, víspera de todos los santos, la pintoresca fiesta de Halloween. Calabazas a las que se les agujerearon ojos y bocas que darán la luz de una vela encendida en su interior, niños con disfraces con tintes macabros, que golpean puertas para el intercambio de dulces. Esta fiesta o rito se está extendiendo a los países latinoamericanos, para irritación de muchos que la ven como una manifestación más del imperialismo del norte. Sin embargo, las mismas calabazas sardónicas eran iluminadas en Asturias desde tiempo inmemorial y también en otras regiones de Europa. Los pescadores de tales costas evitaban salir a pescar esas noches, pues al retirar sus redes las sacarían repletas de huesos de ahogados.

Es una noche en la que el muro que separa el mundo de los vivos y el de los muertos se adelgaza de manera tal, que podemos intercambiar visitas, y tener piel de gallina. Se discutió mucho el origen de la palabra Halloween. Se pensó que venía de hallo =santo eve= vísperas; pero hay quienes ven su origen en la palabra hellequin, del germano antiguo, que designa a los negros jinetes del Diablo. Ejércitos que venían montados en las nubes, haciendo el mal, comandados por algún héroe regional: la santa campaña de los gallegos, el conde Arnau de Cataluña. De la palabra hellequin deriva arlequines, misterioso o cómico personaje con antifaz y traje de rombos blancos y negros. La modernidad los alojó en una canción “Jinetes en cielo”, que cuando éramos jóvenes cantaba Franquee Alinees, propio de los mitos transformarse. De nosotros, también.

El 1° de noviembre está dedicado a todos los santos, en especial todos aquellos no reconocidos. Se honra a todas las almas que han escapado del purgatorio y gozan de la visión beatífica. Se fue gestando después de las matanzas de Diocleciano, que eran tan numerosas que llevó a reunir en una sola fecha las honras necesarias, dado que no había almanaque que alcanzare. Se oficializó en el año 835, durante el papado de Gregorio lV. Eran los tiempos en que Luis “el piadoso” era emperador, y contra quien Gregorio conspiró, pese a su juramento de fidelidad. Entre piadosos no hay cornadas.

El 2 de noviembre es el día de todos los muertos, la oración dedicada al recuerdo, eterno descanso y protección de los seres queridos y así librarlos de las penas del purgatorio. Se oficializó en el año 992, por voluntad de San Odilón, quien fuera el abad de la abadía benedictina de Cluny, durante 52 años. San Odilón fue curado milagrosamente de joven. Era paralítico y sus familiares lo dejaron en la puerta de la iglesia durante un oficio. A través de una apertura, Odilón vio a Cristo que desde al altar lo llamaba y pudo llegar a él arrastrándose, y la curación le fue ganada. Odilón fue el gestor de la llamada "Tregua de Dios”: la prohibición de guerrear en ciertos días santos (costumbre que podríamos recuperar para nuestras domésticas rencillas). Fue taumaturgo, curó a un ciego y transformó el agua en vino, como en Caná.

Para nuestros hermanos mejicanos, el día de los muertos es una celebración de la vida, por paradójico que parezca: una fiesta llena de calaveras de azúcar, de copetes amarillos. De banquetes y fuegos. Para muchos se trata no tanto de nuestra cristiana celebración, sino del sincretismo con antiguas fiestas aztecas que habían confluido en una sola. Pero aquí reinaría "la santa muerte”, que cuida de los huesos de los difuntos mientras celebra la vida. Para la investigadora Elsa Malvida, de la Dirección de Estudios Históricos de Méjico, no hay tal sincretismo. Afirma que esta fiesta tiene un claro origen en celebraciones del Medioevo español, y como tales fueron trasplantadas a América. Supongo que muchos mejicanos no se sentirán halagados con estas afirmaciones.

Hemos hablado demasiado de muertos..., ¡es que muchos están tan vivos!
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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