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Acerca de la afirmación incierta que todo tiempo pasado fue mejor

Cito a Ernesto Sábato, para dar una explicación de lo que él, y como él tantos otros entre los que me incluyo, consideran a esa afirmación como más que incierta, equivocada. Es que nuestro compatriota, en una de sus obras (El túnel) señalaba con acierto que la frase 'todo tiempo pasado fue mejor' no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que -felizmente- la gente las echa en el olvido.

Por Rocinante

Pero ella es una de esas creencias tan fuertemente arraigada entre nosotros, que sus defensores cabría decir que no cesan de crecer, e inclusive ha adquirido un nivel más alto. Algo que no significa que no siga siendo equivocada, por más que siga mereciendo esa creencia la atención de de personas de autoridad notoria.

Así resulta en ciertos círculos especializados, en los que para dar tan solo un ejemplo, hago referencia al caso del cientista político estadounidense Samuel P. Huntington, quien en el año 1988, para hacer referencia al estado de ánimo pesimista que en esos momentos reinaba en su país utilizó el término “declinismo".

No es de extrañar entonces que, a partir de ese momento, la relevancia de esa falsa creencia que despertara la atención de una autoridad tan consistente, hiciera que no solo que su uso se extendiera en determinadas ámbitos; sino que la palabra fuera incluida en un diccionario de neologismos, definida como la creencia que algo, sobre todo un país, sistema político o económico, está experimentando un decaimiento significativo y posiblemente irreversible.

De allí que no faltara quien buscara afinar el concepto, señalando que -además de hacerse presencia la nostalgia al utilizar esa palabra- el declinismo es distinto, porque incluye una valoración negativa del tiempo actual respecto al pasado, que se extiende al futuro. Básicamente pensamos: "estábamos bien, estamos mal, y estaremos peor".

Si miramos a nuestro alrededor y eso en todos los órdenes, se tiene la impresión de que marchamos en ese rumbo. Es que motivos no faltan para que el optimismo sea en la actualidad una moneda escasa, al mismo tiempo que, en apariencia, no son muchas las perspectivas de cambio que lo hagan diferente.

Pero la cuestión no pasa por ser o no optimista, sino que por el hecho de la necesidad de sostenernos en la esperanza. No porque ésta sea lo último que se pierde, sino por cuanto la experiencia histórica que nos muestra que mueren las personas, mueren las sociedades y hasta mueren lo que se conoce como civilizaciones, pero que siempre el ser humano como especie -más allá de sus altas y bajas, que incluye acciones individuales y colectivas horripilantes-, se las ha ingeniado y lo seguirá haciendo para sobrevivir y superarse.

Es que la cuestión pasa por dejar de lado la creencia en una noción del progreso lineal, en la que durante siglos estuvo nuestra civilización occidental entretenida y a la vez confundida (de allí que hace de esto poco más de una década otro ´cientista´ político se haya atrevido a elabora una teoría, en la que sostenía que habíamos llegado al fin de la historia. Y que inclusive pretendiera a esa idea peregrina, tenerla por fundada en un libro que escribiera precisamente con ese título).

De allí que lo que exige el actual estado de cosas de la humanidad y no solo en nuestro país, casi es que nos embarquemos en aquello que pretende ser una paquetería y que a la vez se ignora comúnmente su significado; cual es la de comprender que las cosas se pueden mirar y sobre todo ver de otra manera, dado la necesidad de considerar que estamos ante un cambio de paradigma.

Algo que significa que debe llevarnos a dejar de lado, tanto la concepción del progreso lineal como la de un destino asentado en un azar carente de todo rumbo. Como consecuencia de lo cual se estaría arribando a percibir que la nuestra, a lo largo de los tiempos, ha sido siempre una humanidad itinerante, la que marcha hacia arriba, recorriendo un camino en espiral.

Algo que vuelve más comprensible que Moisés y el pueblo judío con él, hayan estado luego de salir de Egipto por cuatro décadas marchando por el desierto en un sin rumbo en apariencia interminable, traducido en marchas y contra marchas o en el moverse en círculo, hasta el momento de llegar a la tierra prometida…

Todo lo hasta aquí dicho, no significa que de lo que se trata es de contentarnos con esperar hasta el momento en que la mesa esté servida. Es que es útil aquí traer a colación aquello de que a Dios rogando y con el mazo dando.

Algo que dentro del contexto de esta relación deshilvanada, viene a significar que no es cuestión de permanecer quieto a la espera de lo que suceda, sino atender a señales (que son de advertencia) que vienen a advertirnos que todo resultará menos complicado, si somos capaces de prestarles atención de manera de rectificar el rumbo, ante la posibilidad de rumbear en dirección a la banquina.
Sobre la necesidad de estar alerta a las señales de nuestros tiempos
Ha llegado el momento de confesar que las consideraciones efectuadas, me fueron sino provocadas al menos incitadas por una nota publicada en la edición del pasado miércoles del diario La Nación de Buenos Aires.

De ella es autor, un periodista compatriota, que como suele suceder es más conocido en el extranjero que lo que es entre nosotros. Se trata de Andrés Oppenheimer, y la nota a que hago referencia se titula El peligroso camino a la autocracia.

Su contenido está referido al rumbo seguido hasta el presidente Donald Trump y en qué puede llegar a desembocar, en vista no solo atendiendo a mucho de lo que viene haciendo hasta ahora durante su actual gestión, sino acerca de los efectos negativos de una conjetural acentuación de esos rasgos, para el caso que resulte reelecto en las elecciones que en los Estados Unido se celebren en noviembre próximo.

Y para efectuar su análisis recurre a otro artículo firmado por un profesor de la Universidad de Harvard en una revista especializada. El que se encuentra encaminado a nuestro propósito de encontrar señales ominosas de lo que el futuro puede llevar a depararnos, y de estar alerta con el objeto de poder desbaratar lo que ellas nos advierten.

Se debe partir entonces para ayudar a nuestro propósito, de lo que el profesor de Harvard denomina falta de apego de Trump a la democracia (expresión esa, de falta de apego, que resulta una forma que pretende ser elegante de referirse a algo mucho más grave).

Algo que queda expresado en síntomas (los que por mi parte he designado como señales) de una degradación institucional que podría llevar en ese país a la instauración no querida de una autocracia.

Antes de avanzar en el enunciado de esos síntomas o señales mencionados, debe destacarse que los mismos conforman una suerte de test, aplicable a cualquier país, inclusive el nuestro, y que hasta cierto punto al menos viene a indicar la presencia de una tendencia o de un hecho consumado en situación de generalización.

Esos síntomas o señales, que el profesor de Harvard ve peligrosamente presente en el caso de Trump, y que no dejan de resultarnos familiares son los siguientes:

• la sistemática intimidación a los medios: Trump ha dicho repetidamente que los principales medios de comunicación son los "enemigos del pueblo" y constantemente trata de degradar e intimidar a la prensa. Esa es una de las primeras cosas que hicieron Castro, Chávez y Pinochet: silenciar a los medios independientes. (Por mi parte señalo que aquí se hace presente la verdadera sustancia del lawfare, ya que mi convicción es que precisamente la inversa, que los autores de esa teoría invocan, cual viene a consistir la victimización de funcionarios que lo son en la actualidad, o que lo fueron antes, ante imputaciones penales, utilizando esa estrategia conocida y tantas veces aplicada exitosamente a lo largo de los tiempos, según la cual la mejor defensa consiste en el ataque. En el caso concreto de Trump, defendiéndose de graves y comprobadas denuncias hechas públicas por dos de los principales diarios de Nueva York y de Washington, vinculados con graves transgresiones de aquel a reglas constitucionales de comportamiento institucional)

• la demonización de la oposición: Trump insulta y demoniza constantemente a sus rivales políticos. Recientemente dijo en Arizona que el aspirante presidencial demócrata Tom Steyer es un "idiota" y un "imbécil". Trump pone apodos a sus rivales políticos ("mini-Mike", "el somnoliento Joe", "Pocahontas", etc.), a menudo burlándose de su apariencia física. También suele retratar a sus rivales dentro del país como antipatrióticos y como amenazas a la seguridad nacional. Lo mismo que hacían Castro y Chávez.

•La creación de un enemigo externo: Trump comenzó su campaña presidencial de 2016 alegando, falsamente, que hay una invasión de extranjeros ilegales y que la mayoría de los inmigrantes indocumentados mexicanos son "criminales" y "violadores". De hecho, la inmigración ilegal ha disminuido en los últimos 10 años y las tasas de criminalidad entre los inmigrantes indocumentados están por debajo de las de los nacidos en EE.UU. Pero, como Castro y Chávez, Trump creó la ilusión de una amenaza extranjera para energizar a su base. (Se trata de un juicio en el que se queda corto, porque en realidad Trump ve enemigos en todas partes, fuera y dentro de su nación y aun dentro de su círculo íntimo. En por cualquier circunstancia, muchas de ellas totalmente irracionales, se puede dejar de ser un favorito, y ser fulminado por el disfavor, lo que no quita la posibilidad de una reconciliación posterior a su conveniencia. Eso es lo que vuelve su entorno en una corte, aunque a quienes la conforman inclusive les quede grande el mote de cortesanos).

• Politizar la administración pública: Trump despidió recientemente a altos funcionarios por haber declarado bajo juramento que el presidente utilizó la ayuda militar de EE.UU. para extorsionar a Ucrania para que investigue a un rival político suyo, el ex vicepresidente Joe Biden. Exigir la lealtad incondicional de los servidores públicos, incluso cuando está en contra de la Constitución, es una práctica habitual de los dictadores.

• Intervenir el sistema de justicia: la crítica pública de Trump a los fiscales y jueces que no le gustan se ha generalizado tanto que incluso su ultra incondicional fiscal general William Barr le dijo a ABC News que los tuits de Trump sobre juicios pendientes "me imposibilitan hacer mi trabajo". (A lo que se agrega la obstrucción sistemática al avance probatorio en causas que se siguen en su contra, como es el caso de la lealtad requerida y obtenida, y por lo mismo degradante y humillante de los senadores de su partido convertidos en jueces en un Senado que se había convertido en Tribunal para juzgarlo, en un juicio político en el que la Cámara de Representantes actuaba como acusador, y que impidieron se recibirá el testimonio de ex funcionarios del gobierno de Trump y por él designados, cuyas declaraciones se hubieran constituido en abrumadoras pruebas en su contra)

De donde se concluye: “El punto clave es que las democracias saludables no se enferman ni mueren de la noche a la mañana; colapsan gradualmente, de mil pequeños cortes, cada uno de los cuales parece intrascendente en su momento". Eso es precisamente lo que pasa en las autocracias del siglo XXI.
En estado de alerta amarilla
Debe observarse que nuestro autor, da cuenta de la posibilidad de que aparezcan esas señales en las democracias saludables. Lo que me lleva a mal pensar que en una democracia maltrecha sino enferma como es la nuestra se encuentran presente señales que cuanto menos son de un alerta amarillo.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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