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Los diputados nacionales, luego de un largo análisis en sus comisiones y una maratónica sesión, han dado media sanción al proyecto conocido como “de despenalización del aborto”, con una votación cuyo resultado señaló un estrechísimo margen en su apoyo. Resta ahora conocer la postura del Senado de la Nación a su respecto, ya que queda en sus manos la suerte del proyecto; si se tiene en cuenta que el Presidente de la Nación ha anticipado que no vetará le ley, en el caso la misma sea sancionada.

De cualquier manera, lo que ha quedado visto y oído con respecto a este trámite, da la oportunidad -, y más que ello obliga- a efectuar algunas puntualizaciones a ese respecto.

Debe comenzarse así por valorar en su verdadera dimensión el gesto presidencial; el que dio pie al inicio del tratamiento del tema, ya que es el mismo revelador de su compromiso de rehacer nuestra sociedad, convirtiéndola en lo que en las democracias avanzadas se conoce como “una sociedad abierta”.

Una afirmación que remarcamos, dado que somos conscientes del hecho que desde diversos sectores se ha procurado desvalorizar su propuesta, explicándola como una “cortina de humo”, con la que se intentaría –por lo demás vanamente- esconder los graves problemas que nos afligen.

Una forma de pretender explicar las cosas, que solo sirve para que queden espejados los recovecos mentales de los que así piensan.

Por otra parte, no puede dejar de destacarse positivamente que la controversia, cuando menos subyacentemente encendida que la cuestión provoca, no alcanzó los peligrosos extremos a los que nos tienen acostumbrados quienes, por una u otra razón en estos tiempos, obstruyen a calles y avenidas.

Es más, los diputados dieron por una vez siquiera una demostración de que en cuestiones que tienen que ver con la conciencia íntima de cada cual –y a las que esperemos que se sume de inmediato aquellas en la que está en juego el supremo interés público- dieron muestras de una independencia saludable a la hora de votar. Algo que viene a contrastar con la tiránica imposición de la disciplina de bloque, que se impone en otros casos. Una circunstancia que puede llegar a explicar la tonalidad también general positivamente remarcable del debate.

A la vez, acotar que el excesivo tinte religioso de algunos sostenedores de las posturas pro-vida – aquello que aquí está en cuestión trasciende, sin que ello significa desmerecerlo, el dogma de cualquier religión- tuvo como contrapartida un fervor desatado y plasmado en desplantes. Tal como es el caso de la toma de escuelas por parte de estudiantes notoriamente irritativos, aun para quienes apoyaban la iniciativa.

Ya que abrían la posibilidad de que se creyera en forma que suponemos es equivocada, que esos exaltados eran lisa y llanamente propugnadores del aborto en forma generalizada y sin ningún tipo de atenuantes; en lugar de ser una habilitación que debería ser considerada concedida con mucho dolor y hasta con pena.

Con lo que se viene a dar una muestra más de una tendencia peligrosa, funesta como todos los extremos, en la que la reacción contra lo que se entiende como “la supremacía del macho” -de por sí reprobable como toda discriminación- viene acompañada con la pretensión de la instauración de una cultura de género, en la que homosexuales y transexuales, ocupan un lugar en el que pareciera arrinconarse socialmente a los varones.

Frente a la posible habilitación del aborto que queda de esa manera abierta, entretanto, lo que resulta más preocupante y grave son aquellas posturas que para abonar su legalización, recurren a argumentaciones que se desentienden de la cuestión de si hay o no vida humana en el óvulo fecundado, y por ende, si es o no éste una persona.

Para utilizar una expresión a la que era tan afecta Hanna Arendt -y que hizo emerger precisamente duramente el juicio a Eichmann, uno de los principales responsables del Holocausto- lo más grave es que los argumentos que con más contundencia y recurrencia se han esgrimido a lo largo de ese debate, no sirve para significar otra cosa que “la banalización” del acto de abortar en forma deliberadamente buscada y lograda.

Es en esa línea donde se inscriben las consideraciones vertidas sobre la cuestión por un senador nacional entrerriano, que con total ligereza viene a quitar importancia al tema con el argumento de que “abortos provocados los ha habido siempre, y también siempre los habrá”. Un argumento que por reducción al absurdo nos vendría a decir que como homicidios ha habido siempre desde el mismo día aquel que Caín asesinó a Abel, y siempre los habrá, no tiene sentido alguno incluir en las leyes penales una figura que sancione a los homicidas.

A la vez, también lo hacen aquellos que tratan de tranquilizar sus conciencias, al pronunciarse a favor de la despenalización, en función de mujeres de edad diversa, la mayoría adolescentes o ya madres de prole numerosa, en una situación de vida vulnerable, que cuando se proponen abortar, lo hacen en condiciones que ponen en juego su salud.

“Lo hacemos por ellas y no por nosotras” de una manera que muchas veces es solo implícita pero que de ser entendida en su real dimensión, en el único caso que, las que así se pronuncian, recurrirían al aborto es el excepcional en el que el embarazo pusiera en peligro a su vida. Y, aunque ello nos lleve a parecer injustos, e inclusive así lo sea, no puede menos que destacarse que quienes de esa manera argumentan en el vivir de todos los días, poco y nada se preocupan, ya que en realidad no les interesa, la suerte de esas mujeres en situación vulnerable –haciendo abstracción del embarazo- y la contribución mínima o mayúscula que puedan hacer para ayudar a superarla.

De todo lo cual viene a concluirse, que el único argumento respetable –en la medida en que sea la expresión de una convicción sincera- para sostener una postura ética en favor de la despenalización del aborto es aquella que parte del presupuesto que en el óvulo fecundado no existe vida humana, y por ende no puede afirmarse que lo que se elimina al hacerlo es una persona. Una postura que no compartimos, pero que ella sí es honrada por su formal coherencia.

Es que parece no advertirse que la banalización o trivialización del aborto provocado, es una de las caras de una horrorosa banalización o trivialización de la vida humana –la que de ese modo pasa a ser “una cuestión más” sin importancia- que tiene su contrapartida en ese fenómeno nuevo y cada vez más frecuente como es el de la “negación de la muerte”, respecto al cual por motivos de pudoroso respeto, callamos la posibilidad de ilustrarlo con ejemplos.

En suma parecemos, de esa manera, mutilar de una forma deliberada y a la vez atroz la “parábola de la vida humana” en uno u otro de sus “pasajes” trascendentes cual el que se da en el nacimiento y se vuelve a dar luego de aquél, con ese otro acontecimiento que la muerte significa. O sea se comienza por negar la vida, para después hacerlo con la muerte, empobreciendo aún más la desvalida pequeñez de la vida humana y negando el misteriosamente escondido tesoro que ella es en lo recóndito de su ser.

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