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Veo que la primavera se nos ha venido encima no solo con ganas, sino de una manera extraña, ya que sus brisas que pocas veces alcanzan a ser vientos, se han convertido en vendavales que llegan junto a tormentas eléctricas.

Si alguien cree que soy capaz de escribir en ese estilo de correcta finura, y ha llegado hasta aquí sin sorprenderse, quiero decirle que está verdaderamente equivocado. Así no puede escribir ni mi tío, y lo que leen lo he copiado de un escolar que es hijo de un conocido mío y le había presentado como suyo a la maestra, y que me la mostró su padre orgulloso más de la forma en que él escribe, de la manera en que hace mentir a sus hijos.

Pero lo que es cierto que a mí me gusta mucho la primavera. Debo confesar, si no lo he dicho antes, que si bien sé poco y nada de pájaros, me gusta ver como la primavera los despierta. Y que desde chico aprendí que a los pájaros no se los debe enjaular, porque toda jaula por grande que sea es para esos animalitos de Dios una prisión. Por eso es que no me gusta tampoco ver a la gente que los caza utilizando trampas, o ver a los chicos paseándose con una honda, gomera que ahora les dicen, según he escuchado en alguna parte, algo que mucho me incomoda, porque no es para la olla, sino un matar por matar, como si el matar fuera un juego al que se debe ir aprendiendo desde chico.

Viene al caso decir que siempre lamenté que en la escuela no hubiera nadie que me ayudara a conocerlos por su nombre, haciendo lo que una anciana señora inglesa me dijo que era algo así como “avistaje”. Cosa buena, porque a nadie se le ocurriría, según supongo, quitar la vida a un pájaro que reconoce por su nombre.

Otra cosa son los árboles y las plantas, las que me gustan más, precisamente porque mi tío me las vive mostrando y enojándose con todo aquél que no las quiere, y que por eso ni las cuida, ni las mira ni siquiera se les ocurre hacer un pozo o remover un cantero, para que puedan crecer y mejorarnos la vida.

Cosa curiosa, veo que aquí también hay pelea, entre los que defienden las “autóctonas” y aquellos otros que se emboban con las “exóticas”. Debo confesar que esa pelea me deja indiferente porque al mismo tiempo me gusta la acacia negra, a la que mi tío le echa maldiciones maltratándola diciéndole invasora; como los jacarandás y los ceibos, que es una delicia verlos en estos días florecidos.

Estoy en el campanario. Pero la verdad hoy desde aquí no vi nada sino el rojo de las flores de un ceibo y el violeta cercano de las flores de un jacarandá. Seguramente es por eso que me siento plácido, una manera maravillosa de estar, que de niña, según me decía ella, practicaba mi abuela…
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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