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Me han contado de la ocurrencia de un senador nacional santiagueño de principios del siglo pasado. Que viene a confirmar aquello de que para un santiagueño con la panza llena asegurada sin ser necesario su esfuerzo -entre nos, quién no- el tiempo parece no existir.

Sucede que el senador de nuestra historia, ocupó ese cargo en la época en que la duración del mandato de todos ellos era de nueve años, y que todavía no habíamos comenzado a ser castigados por los golpes de Estado frecuentes, con los que a la primera de cambio se los mandaba a su casa a los senadores y con ellos a todos los que ocupaban posiciones de gobierno.

Ocurre que ese senador santiagueño estaba por terminar su tercer -sí, su tercer- mandato seguido. O sea que había ocupado su banca en forma ininterrumpida por veintisiete años. Y como se aprestaba a ser reelecto alguna vez más, hubo un periodista que acercándosele le preguntó cómo es estar en el Senado. Y la respuesta fue clara y contundente: es como vivir en el limbo, viendo pasar un tiempo que no pasa.

Algo que podrán decir en la actualidad muchos de los que nos gobiernan, desde la restauración de la democracia, y que siguen en el gobierno por lo general en un derrotero zigzagueante hecho de elecciones ganadas, o con el premio de una designación para un cargo no elegible por el voto, al que siguen enroques y trepadas de peldaños, todo ello por lo general con un mentís de aquello que el hacer política empobrece.

Aunque en ocasiones es un limbo que no es tal, de esos que vivió nuestro senador en el que se ve pasar una vida que no pasa, ya que en cualquier momento a alguno de ellos le cae la sorpresa -que no es tal- de un proceso judicial. Que los hace ingresar en otro limbo, constituido por causas tribunalicias que no terminan de terminar, y cuando lo hacen es porque en ese tiempo que no es tal, se ha extinguido la acción penal.

Pero así como hay hijos y entenados, también existen personas que viven en el limbo y otras que viven fuera de él. Son estos los que esperan justicia, para quienes el tiempo existe y lo cuentan día a día, y de esa manera la espera, que también es tiempo, se vuelve también interminable.

Apareciendo como la contracara de aquéllos a quienes les ha tocado, no estoy seguro que sea en gracia, vivir en el limbo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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