La resistencia a los cambios amplía la brecha de oportunidades entre alumnos de la escuela pública y la privada

El Brexit, el ascenso de las derechas en Europa Occidental, la victoria de Donald Trump, entre otros, han sido eventos que durante los últimos dos años han sacudido al establishment, que no parece haber encontrado aún una buena explicación para los mismos. No parece claro que su ocurrencia haya sido accidental, sino que sugieren, más bien, la aparición de un fenómeno duradero.

Aunque el establishment siga considerando estos resultados como anomalías, su repetición sugiere que ya no se trata de meros hechos aislados, ni quizás de una actitud irracional de las masas, sino que representan una respuesta a factores objetivos que tienen a esas masas disgustadas.

Una explicación interesante respecto del origen de este disgusto la proporcionó esta semana Mohammed El-Erian, actual jefe de asesores de Allianz, el gigante alemán de los seguros, y antes gerente general de Pimco, uno de los mayores fondos de inversión del mundo. Ciertamente, un miembro honorario de ese mismo establishment que tanto ha errado, pero, al parecer, un miembro con la suficiente lucidez como para aprender de los errores.

Dice El-Erian que en los países sajones, históricamente, la desigualdad de ingresos y de riqueza no estaba mal vista, sino que alimentaba el deseo de progreso individual. ¿Qué es lo que rompió con esa histórica aceptación de la desigualdad? Su teoría es que el complemento que tornaba aceptable la desigualdad de ingresos y de riqueza era la igualdad de oportunidades: cualquiera podía progresar. Esta característica generaba entre los menos favorecidos más esfuerzo que resentimiento. Progresar era una posibilidad concreta.

La novedad de la cuestión es que esa posibilidad se ha ido desvaneciendo en los países desarrollados, en los que la distribución de la riqueza y del ingreso ya no se diferencia demasiado de la de los países emergentes.

La novedad que conlleva la desigualdad de oportunidades es la que torna inaceptables, en esos países, la desigualdad de ingresos y riqueza y produce los resultados electorales inesperados.

Esta novedad resulta, a su vez, inexplicable dentro de las categorías de análisis tradicionales. En los libros de texto de economía no hay personas: sólo hay demandantes y oferentes de bienes, servicios y factores de producción, que no son de carne y hueso, ni tienen intereses políticos, gremiales o sociales. Mucho menos existen las personas disconformes con el equilibrio general.

El-Erian sugiere que el origen de la desigualdad de oportunidades nace en la escuela, y en especial en la escuela pública. Allí, directivos, profesores y estudiantes se muestran reacios a adoptar los cambios necesarios para generar egresados capaces de lidiar con los desafíos que suponen las nuevas tecnologías y las nuevas formas que adoptan las relaciones laborales en todo el mundo. Los alumnos de la escuela privada, mucho más ágil para adoptar cambios en la relación atávica entre docentes y alumnos, están más adaptados a los cambios. La brecha de oportunidades entre sus egresados y los de la escuela pública es creciente.

¿Algo de esto suena familiar? No sólo los resultados electorales penalizan a quienes no ofrecen respuestas a los problemas reales, sino que los propios encuestadores, periodistas y políticos son incapaces de explicar los resultados de 2015 y los de las recientes elecciones PASO.

En nuestro país, el reclamo por la desigualdad de oportunidades entre alumnos de escuelas públicas y privadas debería ser atronador. Sin embargo, docentes y alumnos de la escuela pública son quienes más resistencia oponen a los cambios modernizadores que el Gobierno pretende implementar en materia de contenido educativo, capacitación docente y adaptación temprana a la vida laboral.

Muchos políticos no sólo no detectan el problema, sino que cínicamente lo fomentan. Cada día de retraso en la modernización, cada día de huelga docente, cada día en que los estudiantes toman su escuela, amplía, con una increíble dosis de masoquismo, la brecha de oportunidades entre sus estudiantes y docentes y los de las escuelas privadas.

Es razonable que sea una aspiración argentina la de parecerse cada día más a los países desarrollados. No es ésta la comparación por la cual más nos convenga empezar.

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