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Sin fuerzas federales, ¿no hay seguridad?
Sin fuerzas federales, ¿no hay seguridad?
Sin fuerzas federales, ¿no hay seguridad?
Estamos saturados de información, y al mismo tiempo, indigestados de hablar de la pandemia. Algo que se explica, al menos en parte, por el hecho que en tantos otros aspectos, nuestro mundo se ha tornado en una cosa enojosamente aburrida, por el hecho de que para tantos -no es el caso de los contagiados, ni de los miles de millones de carenciados- parece haberse detenido “el paso del tiempo”.

Algo que lleva a un estado de cosas, que de tanto vivir días que se muestran sucesivamente como “un calco” del anterior, el resultado ha sido que no pocos caigan en una suerte de sonambulismo, provocado por la sensación de estar viviendo en un “único día”, en el que se habría terminado en transformarse esta larga cuarentena.

No es ese precisamente el caso de los ejércitos de personal sanitario, y sus auxiliares de distinta naturaleza, los que han demostrado una tenacidad valiente en un esfuerzo muchas veces de carácter sobre humano, que los transforman en una suerte de héroes anónimos de una extraña gesta.

Un comportamiento que debería llevarnos no solo a la revalorización de la labor de ese personal, sobre todo el de enfermería, tanto cualitativa como cuantitativamente, de manera que se vea reflejado no solo en el poner un acento en su formación y desarrollo personal, sino que se vea reflejado en sus remuneraciones.

Otros, desde una perspectiva opuesta, que se los ha visto reaccionar rápidamente frente a la cuarentena, son los amigos de lo ajeno, a los que se los puede mirar “saliendo a trabajar”, cada vez con más ominosos bríos y frecuencia.

Una circunstancia que ha servido para poner al desnudo, de una manera que aparece como incontrastable, el hecho que a ese Estado que no se termina de mostrar en materia propagandística como un “Estado presente”, no lo es así en realidad, sino que justificadamente se lo puede calificar como un “Estado ausente”.

Ausencia que viene también a desnudar la escasez de recursos humanos y materiales de nuestras fuerzas policiales, que se hace patente no solo en el requerimiento del auxilio de Gendarmería y Prefectura para tratar de volver menos precaria la inseguridad reinante, volviendo inocultable el hecho de que ese desvío de su función específica, viene a ser en desmedro del cuidado de nuestras fronteras.

Algo que lleva a poner al denudo otra irracional paradoja, cual es la de seguir manteniendo la prohibición de que los integrantes de las Fuerzas Armadas, presten funciones en la zona de frontera que vayan más allá de la defensa contra la hipotética agresión de un Estado extranjero, al mismo tiempo que se potencializa la posibilidad de que en nuestro territorio se instaure algo que se conoce con el nombre erróneo de “hacer justicia por mano propia”, cuando en realidad de lo que se trata es de que se enseñoree entre nosotros “la ley de la selva”.

Volviendo, otra vez, al ámbito sanitario, más que enorgullecernos con algo que suena en nuestro caso a la fanfarronería de buscar auto convencernos de nuestra capacidad de construir un hospital de más de 100 camas y habilitarlo plenamente en 30 días, lo que queda en claro es la escualidez de recursos no solo sanitarios con los que nos sorprendió una peste, que según afirmaciones del actual ministro nacional del ramo, era poco creíble que llegara a nuestras costas. Escualidez no solo de carácter hospitalario, ya que de lo que se trata no es solo de que los enfermos estén cuidados, sino también lo estén quienes se ocupan de ellos.

A la vez, que son muchos quienes entre nosotros, por vez primera se han percatado de la verdadera dimensión de la extensión territorial de nuestras zonas urbanas que carecen de todo servicio sanitario; empezando por lo más elemental, cual es contar con una canilla de la que, en forma permanente, exista la posibilidad de que salga agua potable.

La emergencia ha puesto también al desnudo las dificultades que llegan hasta la privación misma, que nuestros niños componentes de familias de “condiciones vulnerables”, como ahora se las llama, en un intento de una mera revalorización verbal de su estado de endémicas carencias, las “dificultades/imposibilidades” de acceder a las redes digitales para satisfacer necesidades del orden educativo.

La enumeración de desnudeces podría hacerse más amplia hasta llegar a que se haga presente en su totalidad, el “cuadro trágico” en el que todos participamos, con independencia de cuál sea nuestra propia situación personal, al que cabe calificar como la exhibición de una situación, a la que es dable considerar como de hasta obscenamente despareja.

Pero es necesario reservar un lugar para hacer referencia a un estado de cosas de la misma gravedad, que se da a un nivel más alto. Es que, como no podía ser de otro modo, tanto las inequidades interiores de cada sociedad, se ven repetidas en el caso de una inacabada “sociedad global”, de la que tantos se afanan o ufanan por sentirse miembros más o menos plenos.

Cuando a los efectos reales, la distancia que nos separa de ese día, es cualitativamente no muy diferente en los tiempos en los que el concepto de “humanidad” no representaba siquiera una aspiración, sino algo que sonaba a una idea utópica.

Es que para que eso quede en claro, podemos prescindir de los aspectos más visibles de las pujas y conflictos entre estados o grupos de ellos, para atender a algo que también ha desnudado la pandemia.

Cuál es la incapacidad puesta de manifiesto por el hecho que, a través de una organización internacional existente o creada con ese único propósito, se convirtiera el descubrimiento de una vacuna contra la actual peste en el fruto de la labor común de todos los estados de nuestro planeta. Vacuna, la que a su vez se inoculara a toda la población de la tierra, en forma totalmente gratuita…

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