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Las elecciones presidenciales han quedado atrás. De allí que sea común a partir de ayer ese consejo. Que viene a querer decir lo mismo que “lo pasado, pisado”, o que “barajar y dar de nuevo”. Estamos en todos los casos ante consejos bien intencionados, que precisamente por esa razón se han incorporado al refranero popular.

Pero, se nos ocurre que si esas recomendaciones son válidas en el caso de que se trate de confrontaciones nimias, “por cuestiones del momento” -siempre que ese “momento” sea de una duración que haga inadecuado llamarlo de ese modo, como es precisamente hoy el caso de nuestra sociedad- estimamos que resulta sino hipócrita, al menos fuera de lugar, el hacer como que nos movemos sin atender a ellas.

Es que la nuestra es una larga historia de confrontaciones y desencuentros, en la que desgraciadamente no son pocos los de carácter sangriento, de los que hemos salido una y otra vez por circunstancias en las que por lo general más que la victoria se ha hecho presente un cansado hartazgo, para, recurrentemente, volver a caer en una danza con esos pasos endiablados. De donde en circunstancias como ésta atender a este tipo de recomendaciones significaría no solo tomar las cosas a la ligera, sino faltar a la verdad.

Es que no se puede pasar por alto que todavía quedan abiertas y siguen doliendo, aunque más no sea por el hecho que se las toma como argumentos del debate, acontecimientos que nuestra curiosa manera de concebir la historia vienen a ser exhibidos, como si fueran hechos de la actualidad.

Afortunadamente, no pueden aplicarse a nuestra realidad actual –al menos ese es nuestro sentimiento que creemos es compartido por una gran mayoría de los que aquí vivimos, pero que indudablemente cabía aplicarlo a otras épocas pasadas de nuestro vivir en común- una reflexión de una superviviente de la Guerra Civil Española, que para tratar de explicar lo inexplicable decía que “nos odiábamos tanto, que al final no tuvimos otra alternativa que comenzar a matarnos entre nosotros”.

En realidad, lo que es necesario llevar adelante es un verdadero “proceso de sanación” de una sociedad que como es el caso de la nuestra está enferma, y de gravedad, hasta los tuétanos. Y es aquí donde se hacen presentes dos bellas palabras, que sirven para expresar comportamientos que exigen un gran esfuerzo para llevarlos a la práctica, cuales son “reconciliación” y “acuerdo social”. Palabras traducidas en comportamientos que resultan inescindibles ya que ninguna de las metas a las que ellas tienden pueden lograrse de una manera eficaz y duradera sin la otra, dado lo cual convergen a la aspiración única de “concordia”.

Situación la de esa manera signada que se traduce en una “sociedad en la que reina la concordia”, una vieja manera de expresar con grandilocuencia, lo que hoy llamaríamos una “sociedad amigable”.

Pero, en tanto, la honradez que nos obliga a ser sinceros, de manera de no caer en la ingenua ensoñación de la utopía, debe llevarnos a ser conscientes que el logro pleno de esa última meta es inalcanzable. Aunque de cualquier manera no debemos flaquear tanto en la intención como en el esfuerzo de alcanzarla.

Una disposición de ánimo que parte de varios presupuestos, cual es la honestidad que obliga a actuar sin segundas intenciones; la objetividad que permite que se vean las cosas como son y no como desearíamos que sean, la comprensión de que el bien común está por encima de los intereses particulares.

Yendo más allá habría, en lo que no sería otra cosa que principiar un examen de conciencia, empeñarnos en acercarnos a la posibilidad de escribir de nuestra historia un relato único que sea a la vez ajustado a la verdad, y por ende desideologizado, ya que esa es la única manera de utilizar en forma fructífera las experiencias del pasado. Evitándonos volver a tropezar, como nos ha ocurrido tantas veces, una vez más con las mismas piedras.

No se trata de caer en el “pensamiento único”, sino de lograr arrimarnos a un punto que nos permita ver las cosas y decir las palabras de un modo que ayude a no mal entendernos.

Las elecciones que se han dejado atrás, llevan a esperar que no se consumarán las posibilidades de un apocalipsis tantas veces anunciado.

La reunión de ambos presidentes lleva a esperar una transición ordenada. Un proceso en el que, a su culminación veamos y sintamos a Alberto Fernández como el Presidente de todos, al sentirlo comportarse de esa manera. Y que acabe con los “resistentes” porque en una sociedad pacificada no hay lugar para “enemigos” sino tan solo para “adversarios circunstanciales”.

Y dentro de ese contexto no podemos sino coincidir con el reconocimiento a la labor de Mauricio Macri, cuya actuación presidencial, más allá de los errores en que incurrió, merece ser valorada en su justa dimensión, habiendo sido tantas veces injustamente menospreciada.

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